Título: ALGO QUE NUNCA DEBIÓ PASAR
Autor: JUAN M. VELÁZQUEZ
Editorial: ARTE ACTIVO EDICIONES
Trama: La desaparición de una niña en una
urbanización donostiarra de reciente creación hace que uno de los propietarios,
antiguo policía, contacte con un excompañero suyo, retirado, y que trabajó en
Euskadi en los "años de plomo" del terrorismo, para pedirle que le ayude
a encontrarla. Su ve compañero accederá a regañadientes quizás porque sabe que
la vuelta a Donostia significará también la vuelta de sus recuerdos, la mayoría
de ellos dolorosos.
Personajes: Ramírez, expolicía destinado en
el País Vasco, que siempre intentó situarse en el lado de los
"buenos" aunque para ello hiciera cosas que le destrozaron a vida,
Gutiérrez, el rubio, compañero de Ramírez, de carácter despreocupado, jovial,
putero y echado para alante, que se afincó en Donostia y acabó compartiendo negocios
de construcción con dos antiguos etarras, los hermanos Alberto y Andrés Antía,
más hombres de acción que reflexivos, que pasaron de militar en ETA a
convertirse en empresarios de un modo natural, sin que ello les planteara
ningún tipo de contradicción interna, Marisa, examante de Ramírez y pareja de
Gutiérrez, abuela de la niña desaparecida, de vuelta de todo y para la que la
niña era ya su única (y última) ilusión, Antxon Arrondo, parlamentario en
Madrid, ejemplo de político arribista, Chano Maqueda, embrutecido expolicía que
disfrutaba torturando, actual propietario de un club de alterne.
Aspectos a Destacar: Una disección, sin maniqueísmos,
incluso compasiva, de lo que supuso la acción armada en los peores años del
terrorismo, con la secuela no sólo de los muertos y heridos y de las vidas
rotas sino, también, de su contrapartida en forma de torturas y de negocios
sucios favorecidos con la excusa de la lucha antiterrorista, así como de las
consecuencias psicológicas en quienes, desde ambos bandos enfrentados, pensaban
que hacían lo correcto, por horrible que fuese.
La Frase: El comandante presenció todo el
interrogatorio, quedó contento y decidió que ellos encajaban en el tipo de
policías que buscaba: jóvenes decididos, sin restos de escrúpulos democráticos,
que no se hacían preguntas, pero con capacidad suficiente para hacer unos
informes presentables. No necesitaba más. Ramírez sintió que por primera vez
hacía lo que debía y estaba dispuesto a seguir. No se sintió mal. Los malos
recuerdos y las pesadillas vinieron más tarde, cuando perdió la fe en lo que
hacía, cuando quiso dejar aquella guerra porque se había envenenado y
embrutecido.