Matar a alguien es tan sencillo como apretar un botón, pero hay que saber cuándo y cómo apretar ese botón.
De esta forma, tan contundente, comienza la última novela policial de Abasolo de quien se dice, en la solapa del libro, que es el más importante novelista negro del País Vasco, y a lo que yo añadiría que se trata de uno de los más consolidados del panorama literario negrocriminal español, con obras tan redondas como Antes de que todo se derrumbe, Premio Francisco García Pavón, o la original El aniversario de la independencia, novelas que certifican su talento literario
Y con esta frase inicial, esa reflexión sobre el asesinato, introduce Abasolo al lector en esa intriga que construye a dos voces, la de Mikel Goikoetxea, ertzaina separado del servicio por una falsa acusación de pederastia, que malvive como detective privado en Bilbao, y la de un killer muy profesional, ex miembro de la securitate rumana, que tiene el encargo de eliminarle, entre otras tareas, y en medio una trama compleja en la que Goiko debe investigar un suicidio con visos de asesinato y pondrá al descubierto una mafiosa red de traficantes de personas con fines inconfesables en la que miembros importantes de la sociedad bilbaína aparecen hundidos en el lodazal de las bajas pasiones. Todos los ingredientes que debe contener una buena novela negra: intriga policial, misterio y crítica social.
Abasolo es un escritor pausado, el antónimo de un telegráfico James Ellroy, que requiere que el lector siga sus pasos sin prisas por los meandros de un viaje narrativo que no se intuye y se debe ir disfrutando sin prisas por llegar al desenlace. Su estilo narrativo, dentro de la novela negra, está más próximo a Georges Simenon que a Andreu Martín. Tiene la habilidad de deslizarnos en los entresijos del mal sin que nos demos cuenta de en dónde nos estamos metiendo y es, por ello, mucho más perverso de lo que parece a primera vista. Las apariencias también engañan en su caso.
Pájaros sin alas, letra de una canción vasca que Mikel Goikoetxea suele escuchar, es una buena novela negra, una buena novela a secas que marca la madurez de su autor. Quizá la utilización de los tiempos verbales, al menos yo lo aprecio y valoro, sea una de las bazas literarias más brillantes de esta novela. Si para las andanzas de Mikel Goikoetxea el escritor vasco utiliza con sabiduría la primera persona, con la que nos lo hace cercano, para las del protagonista que se mueve al otro lado de la ley, ese asesino sin escrúpulos morales criado en un hospicio de la Europa del Este, el empleo de la segunda persona resulta contundente y turbador porque nos mete en la cabeza del monstruo. Y Pájaros sin alas es, además de drama policial, novela psicológica, de personajes bien trazados y tragedias sentimentales a cuestas, como la que arrastra el ex ertzaina con su ex mujer.
Nunca te ha gustado matar. Ni te ha disgustado tampoco, para ti matar es sencillamente un trabajo, tu trabajo. Eso que dicen algunos escritores, que se atreven a escribir sobre crímenes pese a que nunca han salido de su despacho, acerca del subidón de adrenalina, de la sensación de poderío o de cómo la testosterona se apodera de tu cuerpo, son gilipolleces sin fundamento.
La novela está bien armada en sus casi quinientas páginas, lo que es meritorio para una novela policíaca que, como todas las buenas obras de género, es mucho más que eso. Abasolo demuestra tener un magnífico oído para los diálogos, realistas y que reflejan la cotidianidad de los cuerpos de seguridad de Euskadi que el autor da la sensación de conocer perfectamente, destila corrosivo sentido del humor en buena parte de sus párrafos, es descriptivo cuando toca ─ Se trata de una hermosa mujer de origen búlgaro, rubia, alta, con unas tetas que harían la delicia del erotómano más conspicuo y unos muslos hechos para palpar, para tocar, para que tu mano se acomode en toda su extensión mientras los acaricia lentamente─, depara no pocas sorpresas en suicidios con apariencia de asesinatos y asesinatos con apariencia de suicidios siguiendo la norma de nada es lo que parece, dota a su prosa de un aire costumbrista que ayuda a entender a los personajes en su entorno, recrea escenarios reales, describe, con conocimiento y apuntes irónicos, su ciudad, homenajea a los autores patrios de novela negra, entre los que me cita (aprovecho para dar las gracias a Abasolo, desde aquí, por tan alta consideración no merecida que no influye en mi imparcialidad al juzgar su novela) y termina con una traca a la judicatura que tiene cierto aire de venganza personal porque no resulta muy difícil reconocer al juez contra el que dispara, y a uno le queda la duda de si Pájaros sin alas es simple ficción o Abasolo ficciona una realidad que conoce de primera mano.
En definitiva, una buena novela negra, en el más amplio sentido de la palabra, de la que destacaría ese villano, el ex agente de la Securitare rumana, que quizá merezca el protagonismo de otra nueva aventura novelística de Abasolo porque es un personaje que merece ser explotado, con lo que esta reseña se convierte en una petición a su autor.