El pasado 24 de mayo tuve el placer de
presentar, en la Librería Cámara de Bilbao, la novela de Alfredo Benedí
"Estúpidos y felices". Como suelo hacer habitualmente, aunque luego nunca
me ajuste a lo redactado, ya que prefiero hablar sin mirar los papeles porque
la lectura seguida y monótona, a mi entender, es menos cercana para el
asistente, escribí unas palabras para que me sirvieran como guión. Digo esto
porque quizás un asistente a la presentación no reconozca al cien por cien la
letra de lo que dije, pero sí está la música. Y aunque no lo leí (si bien lo
que dije no se separa mucho de lo escrito), aquí lo transcribo por si queréis
echarlo un vistazo. Merece la pena. No mi presentación, sino la novela.
Buenas
tardes a todos, arratsaldeon guztioi.
Cada vez que
tengo que participar en la presentación de un libro me entra lo que Valdano
llamó el "miedo escénico", y eso que no estamos en el Bernabéu, ni
siquiera en el próximo a desaparecer San Mamés, al que tanto añoraremos unos
cuantos, sino en una librería clásica de Bilbao, de las más entrañables, que a
quienes somos lectores nos ha acompañado desde siempre.
El motivo de
ese miedo escénico se debe, sobre todo, al miedo que me produce la idea de que
quizás no sepa transmitir con el calor y la pasión que se merecen, las
cualidades de la obra y el autor que se presentan. Porque no nos engañemos,
todo el mundo sabe, porque lo exige el guión como lo exigía en las películas
españolas del "destape" de los años 70, que el presentador está
obligado a hablar siempre bien del presentado y su obra. Es cierto que lo
contrario sería, seguramente, muy original, pero no sé si lo más conveniente y,
además, no es este el caso, sino todo lo contrario. De ahí mis temores, ¿cómo
convencer a los asistentes de que "Estúpidos y felices" como novela,
y Alfredo Benedí como autor merecen la pena y no digo esto simplemente porque
"lo exige el guión"? Supongo que sólo tengo un argumento para vencer
el escepticismo de quien, legítimamente, pensará que elogio la novela
presentada por cumplir con un convencionalismo social y literario: ser capaz de
transmitir esa pasión de la que antes hablaba.
Y para ello
lo mejor será hablar con total sinceridad y empezar confesando que hasta leer
la novela que estamos presentando hoy aquí, no conocía de nada a Alfredo Benedí.
Es el problema que a veces tienen muchas editoriales que, alejadas de los
grandes centros editoriales de Madrid y Barcelona, suelen hacer una meritoria
labor cultural que, por desgracia, en muchas ocasiones no sobrepasa el radio de
acción de su entorno más próximo. Por eso incluso tuve mis dudas cuando me
dijeron si quería presentarla. Pero como venía avalada por mi buen amigo,
Ricardo Bosque, escritor de un puñado de buenas novelas y así mismo editor de
varias publicaciones digitales de un alto nivel de exigencia, accedí. Y
sinceramente, no me arrepiento de haberlo hecho porque he descubierto un autor
y una novela que no sólo no me han dejado indiferente, sino que han llegado a
apasionarme.
ESTÚPIDOS Y
FELICES es una novela negra. Bueno, no sé si calificarla de negra, de criminal
o de aventuras, porque cada vez más los géneros se entremezclan en un mestizaje
que personalmente me parece positivo, en contra de la opinión de quienes, cada vez
menos, afortunadamente, defienden un purismo y una ortodoxia absurdas, pero aún
así, (no sé si me desmentirá el autor, a lo que tiene perfecto derecho por otra
parte), para mí como lector es una obra de género negro. Lo que si por una
parte como lector me entusiasma, como presentador me hace la puñeta, porque me
obliga a ser prudente a la hora de explicar la historia, no vaya a ser que
desvele algo que no deba y chafe las sorpresas del lector. El famoso
"hasta aquí puedo leer", de un antiguo concurso de televisión. Pero
aún así, creo que algunas cosas de la novela se pueden y se deben contar.
Por ejemplo,
que es una novela viajera, fruto de la actual globalización, globalización para
lo positivo, pero también para lo negativo, como el crimen organizado. La obra
empieza en Hong-Kong, mientras se embarca un cargamento de efedrina, cargamento
que tras pasar por Buenos Aires llegará a Barcelona, para regocijo de mafiosos
neoyorquinos y narcos mexicanos que serán sus mayores beneficiarios económicos.
Y es que en esta época trepidante que vivimos parece claro que el crimen no
tiene fronteras, y si el real no lo tiene, tampoco debe tenerlo el de ficción,
como nos muestra Alfredo Benedí con mano firme en esta obra. No se corta el
autor a la hora de explicarnos el viaje de la droga ni de quienes la manejan y
promueven, así como las consecuencias que generan en las personas que se mueven
alrededor de ella. Lo que incluye, entre otras cosas, el asesinato del
presidente de un club de rugby bonaerense. Esto sí creo que lo puedo decir
porque aparece en la contraportada del libro y además en una novela negra se
supone que siempre hay, o puede haber, un asesinato por resolver, así que nada
más lógico. Es curioso que el fallecido se mueva en torno al mundo del rugby,
deporte que el autor ha practicado y al que sigue vinculado. Yo admito que soy
más de fútbol, qué le vamos a hacer, pero siempre me ha gustado ver por
televisión algún que otro partido del Torneo de las Cinco (ahora Seis)
Naciones, así como esa lograda definición de "un deporte de canallas
jugado por caballeros", en contraposición al propio fútbol, "un deporte
de caballeros jugado por canallas". Además, tiene algo que a mí siempre me
ha fascinado y que es una pena que no sea obligatorio en otros deportes, el
famoso tercer tiempo. De todos modos no quiero confundir al lector, no estamos
ante una novela, ni de lejos, sobre el rugby, pero a mis ojos el que aparezca
ese deporte le da un toque entrañable a la obra.
Hay también
un cierto toque, no sé si llamarlo nostálgico, sobre los ideales perdidos, para
lo que tiene una importancia capital las diversas actitudes de los personajes
ante el peronismo, un movimiento político que aglutinó en su interior tanto
posturas de izquierdas como de extrema derecha, lo que a nuestros ojos no deja
de ser chocante. Sin ser una novela política, no elude el tema, sobre todo en
algunos de los personajes que sustentan la obra.
Y ya que
hablamos de personajes hay que indicar que estamos ante una obra que, como toda
buena novela, se sustenta en un elenco de personajes de primera magnitud. Como
aficionado e incluso practicante del género policial, nunca me ha gustado esa
reducción que se hace, en muchas ocasiones influenciada por películas en las
que sólo hay dosis de testosterona, de calificarlas como novelas de acción. Sí,
es cierto, a menudo en las novelas de misterio, negras, criminales, como
deseemos llamarlas, hay acción, faltaría más, pero si esa acción no se sustenta
en unos personajes de carne y hueso, creíbles, la novela tendrá los pies de
barro y se caerá por su base. Por eso personalmente me gustan las novelas con
personajes fuertes, hondos, y por eso me ha gustado tanto esta novela.
Debo
confesar que he cogido un gran cariño a un personaje al que seguramente no me
gustaría tener como vecino, el subinspector Domínguez. Un hombre maduro,
escéptico, alérgico a la ducha, pero tenaz y con un gran sentido de la
justicia. Un hombre criado en un orfanato que nos recuerda, al menos a mí me lo
ha recordado, al cómic del gran Carlos Giménez, Paracuellos. Y eso que el autor
no nos da muchas pistas sobre su infancia y sus orígenes, tan sólo las mínimas
necesarias, como hace con el resto de los personajes. En realidad nos los va
dando a conocer según avanza la trama, cosa que es de agradecer. Personalmente
no me suelen gustar esos relatos en los que se nos cuenta con pelos y señales
los orígenes de sus protagonistas, como si los lectores no fuésemos capaces de
irlos descubriendo por nuestra cuenta, lo que suele ser mucho más divertido y
gratificante. En ese sentido creo que Alfredo Benedí ha sido respetuoso con el
lector y además ha confiado en su habilidad para conseguir que seamos nosotros
quienes vayamos descubriéndolos por nuestra cuenta. Y ha salido con bien en el
empeño, todo hay que decirlo.
Domínguez,
como ya he dicho, pese a que por su aspecto, edad y modo de ser podría ser
perfectamente un policía de la vieja escuela franquista, y de hecho entra en el
cuerpo en los estertores del régimen, tiene un innato sentido de la justicia y
una historia personal (que ésta sí que no voy a desvelar, el que quiera
enterarse que lea la novela, que seguro que me lo agradece) que acabará
influyendo en la investigación que ha iniciado casi como una cruzada contra un
hombre poderoso al que considera responsable de gran parte del tráfico de
drogas que asola la ciudad, Barcelona, en la que está destinado.
Domínguez
está, a su vez, emparejado con la Yesi, una joven prostituta que le llama
"Jefe" y que haría cualquier cosa por él, incluso colaborar en sus
investigaciones, pese a que en su círculo tratar con policías puede llegar a
ser peligroso. No es la típica relación policía-prostituta que se da en muchas novelas
de género negro, o quizás sí, pero nos encontramos ante una relación diferente
a la tradicional, en la que no se produce una dominación, a menudo acompañada
de humillación, por parte del policía sobre la prostituta, sino de una relación
prácticamente de igualdad entre dos personas que parecen más necesitadas de dar
amor que de recibirlo.
Están
también Él y Ella, así, sin nombres, casi como si fueran arquetipos. Y es que
podrían ser cualquiera de nosotros, una pareja normal, que se quiere y se tiene
mutuo afecto y confianza, con cierta cultura e incluso inquietudes políticas y
sociales que un buen día (o mejor dicho, un mal día) se metieron involuntariamente
en un lío del que sólo pudieron salir vivos aceptando trabajar para los narcos.
Les gustaría dejarlo, pero no pueden abandonar ese mundo tan fácilmente y, aún
así, no dudan en ayudar a un amigo que se encuentra en apuros, siempre unidos,
siempre actuando al unísono.
Tenemos
también a otro protagonista innominado, en este caso porque no necesita nombre,
él es "El Negro de Luisiana", un asesino enigmático y frío, que
prácticamente desprecia a todo el mundo, al servicio de uno de los jefes
mafiosos más importantes de Nueva York, lastrado por una infancia caracterizada
por ser negro y pobre en los Estados Unidos, con lo que eso conlleva, lo que no
le ha impedido convertirse en una máquina eficiente y letal a la hora de
cumplir con los trabajos que le asignan, pero también susceptible de cometer
errores.
El Gordo
Gambazza y su mujer, Claudia, que en el pasado mantuvieron una relación
política, e incluso afectiva en el caso de ella, con el asesinado presidente
del club de rugby, del que así mismo el Gordo es entrenador, son también parte
esencial en el relato. En este caso nos encontramos ante una pareja que en
otras condiciones podríamos considerar de lo más anodina, perteneciente a una
clase media en camino de empobrecerse, si no mediara un pasado de militantes en
una época de las más convulsas de la Argentina, un pasado que inexorablemente
les perseguirá hasta la época actual.
Y por último
nos encontramos con Don Marco y la Doña, él un importante capo mafioso italoamericano
y ella una jefa de uno de los más peligrosos cárteles mexicanos de la droga,
que quizás como personajes son los menos importantes, pero no por un fallo o
dejación del autor sino porque no lo son, en realidad, lejos del falso
"glamour" que a veces se le concede a la delincuencia organizada, no
dejan de ser dos empresarios cuya única finalidad es que la cuenta de
resultados de sus negocios sea lo más abultada posible. Pueden diferir de otros
empresarios en sus métodos (o quizás no), pero no dejan de ser dos personajes
grises y anodinos, porque la realidad de estos personajes es así, gris y
anodina, no por demérito del autor, que sabe describirlos con eficacia y buen
pulso.
Y como creo
que ya me he extendido demasiado y lo que interesa de verdad es que hable el
autor, que seguro que tendrá que decir sobre su obra cosas mucho más
interesantes que yo, le cedo la palabra, no sin antes decir que sólo tenéis un
medio para comprobar la sinceridad de mis palabras. Leed la novela y entonces
sabréis que sí, que os decía la verdad cuando hablaba de ella.
Muchas
gracias por vuestra atención. Eskerrik asko berriro etortzeagatik.