viernes, 30 de noviembre de 2018

FICHERO DE NOVELAS NEGRAS: 687.-LA ESPÍA DE FRANCO (BASILIO TRILLES)

Título: LA ESPÍA DE FRANCO
Autor: BASILIO TRILLES
Editorial: ALMUZARA
Trama: Las vidas de Miguel Campos, militar de firmes convicciones anarquistas, y de Letizia, espía al servicio del general Franco, se cruzarán en Madrid en los tiempos de la Guerra Civil. Separados por las circunstancias cada uno seguirá su camino, ella trabajando al servicio de la dictadura y él combatiendo contra los nazis durante la II Guerra Mundial. Hasta que decide volver a Madrid para colaborar en la caída de la dictadura.
Personajes: Miguel Campos, anarquista de férreas convicciones, excelente soldado pese a que odia la guerra y sus consecuencias, Letizia Heredia-Espinosa, hija de un general español y una norteamericana de Boston, adicta al Movimiento Nacional como consecuencia de que asesinaran a su padre y hermano aunque no ve con buenos ojos la dictadura, Marcus, agente de los servicios de inteligencia británicos, antiguo combatiente de las Brigadas Internacionales y amigo de Miguel, Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios, dictador implacable y endiosado, el general Franco Salgado-Araújo, primo del dictador y su hombre de máxima confianza, José Luis Arrese, ministro secretario general del Movimiento Nacional, admirador incondicional de Hitler, John Graves, agente del OSS (antecedente de la CIA), amante de Letizia.
Aspectos a Destacar: Cuando el lector conoce de antemano el resultado de una de las tramas más importantes de una novela (en este caso, la eliminación física o política del dictador Franco) hay que ser muy hábil y valiente para conseguir mantener el interés del lector, como ha hecho Basilio Trilles en esta novela, que sirve también de homenaje a los combatientes republicanos españoles que lucharon en la II Guerra Mundial contra los nazis y fueron los primeros que entraron en el París liberado.
La Frase: El pan era un bien muy preciado en aquellos momentos. Sólo al alcance de las clases privilegiadas. La mayoría de españoles tenía que conformarse con pan negro, en el que el trigo era sustituido por maíz o algarrobas. El pan blanco, con tanta hambre y necesidad, en una posguerra que parecía infinita, era el mejor regalo.

jueves, 29 de noviembre de 2018

ES CUENTO (MARTIN J. FRANK)


LA OBRA: Es cuento es la recopilación de los relatos y cuentos que en los últimos años ha ido escribiendo Martin J. Frank, un universo propio que se entremezcla con la vicisitudes propias del autor de la mano de diarios y escritos personales. Una visita a la cocina propia donde se desnuda el autor y se codea con personajes variopintos que han ido surgiendo en sus escritos recientemente. También es un cierre de ciclo vital que podrá descubrir el lector a lo largo del itinerario literario que el presente libro va tejiendo. Herencia de sus lecturas de “La Tía Julia y el Escribidor” o de “Hojas de Hierba” de Walt Whitman, en el que un mundo onírico se cruza con el mundo personal.

EL AUTOR: Martin J. Frank (Bilbao, Bizkaia, 1972) es el seudónimo de Francisco J. Martín que reside actualmente en Mérida (Badajoz) y que alterna su vocación literaria con su trabajo de comercial y su familia. Desde que en 2012 publicó El Invitado, ha seguido desarrollando su aprendizaje tanto en la vida como en la literatura.



miércoles, 28 de noviembre de 2018

HAZTE PEQUEÑA, SOLO MÍA (MILA BELDARRAIN)


LA NOVELA: A través de tres voces de mujer, nos adentramos en el oscuro mundo de la violencia de género, analizando al mismo tiempo la psicología del maltratador, sus artes de seducción y desenmascarando su comportamiento. También se profundiza en las razones que pueden llevar a tantas mujeres a caer ingenuamente en las redes de esos falsos amantes, que se convertirán en sus verdugos. La narración se entrelaza con el hecho histórico del crimen ocurrido en la casa-torre de Ursua (en Arizkun, Valle de Baztan), en donde el señor de Ursua mató por celos a su mujer hace varios siglos. Esta triste historia, también recogida en una vieja balada cantada, entre otros, por Mikel Laboa, se sitúa en la ermita de Santa Ana, que aún se conserva, frente a la casa-torre de los Ursua.

LA AUTORA: Mila Beldarrain Albaitero, licenciada en Filología Románica por la Universidad de Deusto, profesora de Lengua y Literatura en los institutos Bidebieta y Usandizaga de Donostia–San Sebastián y colaboradora del diario El Correo. Ha publicado las siguientes novelas: Oria, la Sultana Vascona; Petriquilla, Graciosa y el Verdugo negro; El Examen (Petriquilla en Madrid); Kursaal; Enigma; Domenja de Oñate (Premio Euskadi de Plata, 2007); Mi Extraña amiga Katalina; Bajo el cerezo; El Templario; La verdad de Moctezuma e Inesa de Otaduy y Olazaran.




lunes, 26 de noviembre de 2018

RELATOS DE LOS LUNES NEGROS: EL HOMBRE DEL BAR


Sé que a la mayoría de vosotros os gustan los bares. No hace falta preguntároslo, es mera estadística. Por eso este lunes, para que veáis cómo soy de considerado, el relato sucede en un bar. De ahí que lógicamente, y tal vez con poca originalidad, lo admito, se titula



EL HOMBRE DEL BAR



          El bar estaba tranquilo, tal vez demasiado tranquilo. Tan sólo dos turistas despistados, de ésos que habían empezado a aparecer por la ciudad desde que se construyó el Guggenheim, a los que alguien sobrado de mala leche había comentado que el pincho de tortilla constituía la cúspide de la gastronomía nacional, y un borracho que, ajeno a todo, se afanaba en que una máquina tragaperras le sacara de la pobreza, pugnaban por dar ambiente a lo que era un desolado local.
          No hay nada más triste que ver un bar vacío. La gente, cuando los ve, no se anima a entrar ya que piensan que en la soledad de su interior no pueden tener intimidad, no se puede hablar con tranquilidad sin que alguien te escuche. Paradójicamente es más fácil expresarse rodeado de los ruidos y el barullo de un lugar abarrotado de clientes, ya que sabes que ninguna de las palabras que digas llegará a oídos de una persona ajena a tu conversación, que en un sitio en el que, por discretos que sean los camareros y los escasos clientes que pueda haber, es inevitable que todo el mundo acabe por enterarse de lo que estás diciendo.
          Curiosamente el bar tenía buena pinta. Estaba decorado con gusto y elegancia aunque el paso del tiempo había empezado a notarse y quizás le hubiera venido bien una mano de pintura. Supongo que la falta de clientela y, por tanto, de ingresos, le impedía al propietario hacer las reformas convenientes, pero aún así mantenía una cierta dignidad, un recuerdo nostálgico de que en un pasado tal vez muy lejano aquello había sido uno de los locales de moda de la ciudad.
          Tan sólo una persona trabajaba, o estaba detrás de la barra, en el bar. Se trataba de un hombre ya entrado en años, como lo delataban el blanquecino color de su aún abundante cabellera y las arrugas que surcaban la cara, aunque quizás esas arrugas no fueran síntoma de vejez sino de tristeza. Iba vestido impecablemente con una chaquetilla azul oscura y una pajarita roja algo ajada, pero que lucía con elegancia y señorío. Al contrario de lo que sucedía en la mayoría de los locales de la ciudad, la música que podía escucharse no tenía nada que ver con las listas de éxitos de las emisoras de radio y similares, sino que unas agradables selecciones de música clásica sobrevolaban apaciblemente el bar. Mientras le pedía la segunda cerveza se lo comenté al camarero que, según me dijo más tarde, era también el propietario y único trabajador del negocio.
          --Antes yo también ponía rock y cosas de ésas --me dijo mientras fregaba parsimoniosamente unos vasos que presumiblemente no habían sido utilizados en todo el día-- para atraer a la juventud, pero al final he desistido. Si, como usted puede apreciar, no viene nadie, por lo menos voy a darme la satisfacción de escuchar la música que me gusta a mí.
          El hombre estaba seguramente aburrido de permanecer todo el día detrás del mostrador sin tener nada que hacer ni con quien hablar, así que se puso a darme conversación. Su charla era agradable y daba gusto escucharle cuando hablaba, sin pavonearse, tan sólo narrando exclusivamente lo que había vivido, de los tiempos pasados, cuando aún era joven y luchador e intentaba sacar su negocio adelante.
          --Después, las cosas se torcieron y aquí me ve usted, al frente de un bar que se hunde irremisiblemente por falta de clientela. No sé cuánto aguantaré, pero no creo que llegue al final del año.
          No lo decía con desesperación, ni siquiera con tristeza, sino con la resignación de quien sabe que por mucho que lo intente no se puede ganar en una partida cuando el adversario juega con los naipes marcados y que antes o después, con el bolsillo vacío, deberá arrojar sus cartas sobre el tapete y levantarse de la mesa, sin despedirse ni esperar que nadie le consuele ni le dé una nueva oportunidad de recuperar lo perdido.
          Se acercaban las diez de la noche, una hora en la que los locales que se encontraban en la misma zona que aquél se llenaban de jóvenes con ganas de tomarse unas cuantas copas para iniciar una prolongada fiesta noctámbula, pero el bar seguía prácticamente vacío. Los turistas se habían ido y el borracho, después de quedarse sin monedas con las que alimentar la máquina, se había adormilado con la cabeza sobre el mostrador.
          --Hora de cerrar --dijo el dueño despertando suavemente a quien quizás era su único cliente fijo--. Lo siento, don Manuel, pero tiene que irse a su casa.
          El borracho, a regañadientes, se levantó como pudo, ayudado por el dueño del bar, y se fue mascullando ininteligibles palabras, aunque dudo mucho de que se dirigiera directamente al domicilio conyugal.
          --Voy a cerrar, no tiene objeto tener la puerta del establecimiento abierta cuando nadie más a va a entrar, pero quédese si quiere, es agradable tener alguien con quien poder charlar.
          Asentí con la cabeza mientras le decía que sería un placer quedarme un rato más. Al oírme decir eso se le iluminó la cara y empezó a trastear por debajo del mostrador hasta que puso delante de mí una botella polvorienta que limpió con esmero.
          --Legítimo coñac francés --me dijo--. Es la última que me queda y no creo que en el futuro consiga ninguna más. Los proveedores se niegan a servirme, y no les culpo. A mí también me gustaría cobrar si anduviera en su negocio.
          Sacó de una estantería dos panzudas copas hermosamente talladas, que resonaban musicalmente al pasar el dedo por sus bordes, y escanció generosamente el preciado líquido, como si se lo estuviera ofreciendo a un amigo en lugar de a un cliente de última hora.
          --¡Salud! --brindó.
          --¡Salud! --repetí yo mecánicamente.
          Era la hora de las confidencias aunque aquello tal vez pudiera parecer el mundo al revés. Normalmente es el camarero quien, lleno de paciencia y con ganas de cerrar para poder irse a la cama después de una agotadora jornada laboral, escucha las cuitas y lamentaciones de ese cliente que tras haber rebasado la difuminada línea que separa la consciencia de la incontinencia verbal producida por el alcohol, no encuentra el momento adecuado para salir del bar e ir a su casa. En ese caso ocurría lo contrario, era el hombre del bar quien retenía al cliente para así tener alguien con quien hablar, alguien a quien contarle su vida.
          --En otro tiempo éste fue un negocio floreciente, lleno de gente que bebía y comía mientras pasaba un rato agradable. Pero todo se truncó. Desde que empezaron los rumores.
          --¿Qué rumores? --pregunté educadamente.
          --Bueno, ya se sabe, empezó a correrse la voz de que yo era confidente de la policía. Según parece en el piso de arriba se trapicheaba con droga y los traficantes fueron detenidos. Alguien debió decir que yo había informado a la policía y la gente dejó de venir. Son curiosos los mecanismos mentales de muchos ciudadanos honestos. Desaprueban firmemente el tráfico de ese veneno que destroza a nuestros jóvenes, pero se niegan a entrar en el local de quien ha sido señalado como el responsable de que unos delincuentes hayan sido detenidos.
          “De todos modos --añadió--, durante un tiempo pude remontar el desastre. Poco a poco la gente fue olvidando los rumores y el bar empezó a cobrar nuevamente vida. Hasta que volvió a ocurrir. Un cliente habitual fue detenido, acusado de venta de estupefacientes. El hombre, al verse detenido y tal vez para justificar ante sus jefes que había actuado en todo momento correctamente, sin poner en peligro el negocio, decidió acusarme de ser un chivato policial. No le sirvió de nada, ya que pocos días después apareció en una cuneta con una bala en la nuca, pero de nuevo echó sobre mi persona el estigma de ser un confidente.
          Hizo una pausa para sonreírme y agarrar nuevamente la botella de coñac. La miró al trasluz y volvió a llenar las copas hasta que salió la última gota.
          --Todo lo bueno se acaba --dijo filosóficamente--. Así es la vida. Durante unos segundos paladeas el licor más exquisito que jamás haya sido creado y luego, cuando se acaba, ni siquiera te queda el recuerdo. El recuerdo… --volvió a repetir, como si fuese un eco.
          “Eso es lo único que me queda después de tantos años, el recuerdo, el vivo y doloroso recuerdo. Yo estuve casado, ¿sabe?, pero el corazón de mi mujer no resistió las penalidades sufridas. También tenía dos hijos, pero hace tiempo que no sé nada de ellos. Según parece se creyeron los rumores y se fueron de casa. No les culpo, ellos tienen que vivir su vida y no van a amarrarse para siempre a un perdedor.
          --Lo siento --le interrumpí--, pero se me está haciendo tarde. Tengo que irme.
          --Es una lástima --me contestó suspirando--, tengo pocas ocasiones de hablar con gente educada, que sepa escuchar y sea receptiva. En el fondo me da igual que me crean o no cuando digo que no tengo nada que ver con lo que se me achaca, es suficiente con que alguien me escuche, pero eso no ocurre a menudo.
          No puedo negar que el hombre me caía bien. Incluso estaba convencido de que me había dicho la verdad y que no había sido responsable de la detención de los traficantes. Desgraciadamente a mí no me pagan por descubrir la verdad de las cosas, esa labor se supone que ya la han realizado previamente quienes me contratan. A mí me pagan para que ejecute sus órdenes. Si se han equivocado es problema de ellos, no soy yo quien les va a enmendar la plana.
          Saqué de mi bolsa el Magnum .357 que siempre llevo conmigo y le acoplé el silenciador. El hombre me miró tristemente, comprendiendo, sin protestar. Habló en voz tan baja que no estoy muy segur de lo que dijo, pero creo que fue algo del tono de “mejor acabar de una vez”, o algo por el estilo. Luego, en voz más alta, me preguntó si dolería.
          --No se lo puedo asegurar, pero creo que no --respondí.
          Le dije la verdad, no era momento de gastar bromas. Supongo que no duele porque la muerte es prácticamente instantánea, pero nunca me lo ha podido confirmar nadie, así que no pude asegurárselo.
          --Cuanto antes mejor --volvió a decir.
          Apunté firmemente entre sus ojos y disparé. Apenas visto y no visto, nada más penetrar la bala en su cabeza trastabilló levemente hacia delante y cayó como un fardo sobre el mostrador. No era necesaria la presencia de un forense, cualquiera podía constatar que estaba irremisiblemente muerto.
          Antes de salir apagué las luces del bar. Estoy convencido de que, desde el lugar en el que se encuentre, el viejo me habrá agradecido el gesto.


viernes, 23 de noviembre de 2018

FICHERO DE NOVELAS NEGRAS: 686.-VIENEN MAL DADAS (LAURA GOMARA)

Título: VIENEN MAL DADAS
Autora: LAURA GOMARA
Editorial: ROCA
Trama: El encuentro con un extraño hombre hará que una joven que se encuentra en una situación económica desesperada a pesar de tener dos trabajos se integre en una extraña comunidad de marginales que viven como “okupas” en un edificio abandonado y se dedican a reventar cajeros automáticos. Pero pronto se dará cuenta de que eso no es sino un modo de financiar lo que puede llegar a ser un golpe mucho más grande… o su propio final.
Personajes: Ruth Santana, joven desahuciada pese a lo cual sigue pagando su deuda, que tiene dos trabajos que no le dan para vivir, Hugo Correa, llamado también El Gallego, antiguo miembro de un clan dedicado al narcotráfico en las rías gallegas, que busca venganza contra sus antiguos jefes, Canales, contable que perdió su trabajo por la crisis, sensato y amable, Bosco, extaxista demasiado aficionado al juego y las mujeres, lo que arruinó su matrimonio y su vida, Arteaga, viejo soldado curtido en diversas operaciones en el exterior, hombre decidido y que considera que no tiene ya nada que perder, el subinspector Salvador, policía que cree reconocer al Gallego y sospecha que está detrás de algo turbio, Charro, el más joven y, por tanto, animado e insolente miembro del equipo de Correa.
Aspectos a Destacar: El título de la novela, “Vienen mal dadas”, describe perfectamente la situación en la que viven varios de los componentes de ese extraño grupo de personas que, pese a tener una trayectoria de honrados trabajadores, decide empezar a reventar cajeros automáticos, como única respuesta posible a una crisis económica y un sistema que les ha arrojado a la miseria.
La Frase: No le importaba que una desconocida supiera de su miseria. Sabía que la verdad la haría callar y que aquella noche se iría a la cama con algo en lo que pensar. Pero no podía evitar la reacción física de la vergüenza. Las mejillas ardiéndole, por muchas veces que se repitiera la escena. Aquella pérdida de control le irritaba más que la pobreza en sí.

jueves, 22 de noviembre de 2018

OTRA OPORTUNIDAD (JONATHAN LUCER)

LA NOVELA: La joven Dafne sufre la desgracia desde su más tierna infancia. Tras la pérdida de sus padres, su vida se convierte en un constante caos de soledad y agonía. Sueña con un hombre sin rostro cada noche, llegando incluso a preguntar a una vidente por el extraño que aparece en sus sueños. El desconocido hombre cambiará la triste vida de Dafne, pero no su trágico final.
Otra oportunidad es una historia de amor y esperanza, de luchar por seguir adelante contra las adversidades de la vida. Un canto a lo que el amor puede hacer para que la esperanza no muera y la vida continúe.

EL AUTOR: Jonathan Lucer (Jonathan Pérez) nació un 23 de enero de 1977 en Barakaldo (Bizkaia). Vivió hasta los diez años en Basauri y luego se mudó al bilbaíno barrio de Rekalde. Allí permaneció dos años, hasta que se volvió a mudar a Otxarkoaga, donde finalizaría su vida nómada.
Amante de lo oculto y lo misterioso, siguió los pasos de sus mentores, Edgar Allan Poe y Oscar Wilde, dando su toque gótico tanto a sus novelas como a sus relatos cortos y poemas. También tiene una página web con más de 10.000 seguidores, donde expone sus obras y las da a conocer: www.jonathanlucer.es.
Se introdujo en el mundo del arte musical como vocalista en diversos grupos de estilo heavy, siendo hoy por hoy aún su género. También es tenor primero y permanece como vocalista en la banda de metal melódico Ossyris. Recientemente finalizaron la gira de su último disco, Renacer y están preparando un nuevo álbum.
Otra oportunidad es su primera novela.


lunes, 19 de noviembre de 2018

RELATOS DE LOS LUNES NEGROS: DEL VODKA AL KALIMOTXO & EL ATESTADO


Hoy dos relatos por el precio de uno, se ve que se acerca el Black Friday. Son dos microrrelatos que mE encargaron en los diarios DEIA y EL CORREO, el primero para publicar con motivo de las fiestas de Bilbao, la Aste Nagusia, el segundo por el XX Aniversario del Museo Guggenheim Bilbao.
Estrictamente no son relatos negros, sino más bien de humor y fantástico, pero como el primero está protagonizado por unos delincuentes y el segundo por unos ertzainas, me he pedido permiso a mí mismo, y me lo he concedido tras realizar arduas reflexiones, para publicarlos dentro de los RELATOS DE LOS LUNES NEGROS.


DEL VODKA AL KALIMOTXO

          --¡No me lo puedo creer! ¿Pero es que estos bilbainos no tienen sangre en las venas?
          Las palabras del coronel Záitsev, excombatiente en Chechenia que ahora continuaba ejerciendo su antiguo oficio de modo autónomo y libre, fueron acompañadas por el lanzamiento de su móvil contra el espejo que adornaba la habitación del hotel en el que se encontraba, que se partió estrepitosamente. Eso, añadido al hecho de que antes de cortar la comunicación hubiese soltado un montón de imprecaciones en ruso, checheno, búlgaro, ucraniano y el resto de lenguas eslavas conocidas y desconocidas alertó a su ayudante, el teniente Gólubev.
          --¿Algo va mal, Seriozha? --le preguntó, aunque era consciente de que se trataba de una pregunta retórica.
          --Todo va mal, Kolia, todo va mal. Estos bilbainos de … (y aquí introdujo una nueva exclamación en serbocroata), se niegan a pagar. Es increíble, es la primera vez que nos ocurre, no entiendo qué ha podido suceder.
          Su subordinado tampoco lo entendía. Desde que hacía varios años el coronel le convenció de que sólo prosperarían en la vida si dejaban de servir en la milicia y usaban sus habilidades y conocimientos en operaciones más lucrativas, aunque alejadas de lo legalmente permitido, nunca les había ocurrido algo similar. Habían actuado en todos los países de Europa con gran éxito, como lo demostraban los abultados ceros a la derecha de sus cuentas corrientes, pero en Bilbao se les estaban riendo a la cara.
          Y eso que el plan era inmejorable. Habían averiguado que uno de los símbolos más queridos por los bilbainos era la Marijaia, así que la secuestraron y pidieron un fuerte rescate al ayuntamiento de la villa, amenazando con quemarla si no les pagaban. Pero el alcalde, con el apoyo de los ciudadanos, se había pasado sus amenazas por el forro. No podían entender esa reacción.
          Mientras hablaban de ello apareció, con aspecto agitado, otro de los miembros del clan, el sargento Solovióv, que hablaba español perfectamente. Traía en sus manos un ejemplar del programa de fiestas de la ciudad.
          --Hemos metido la pata hasta el fondo, camaradas --les dijo mostrándoles la última página--. ¿Cómo les iban a asustar nuestras amenazas si todos los años, al acabar las fiestas, los mismos bilbainos queman a la Marijaia, sabiendo que al año siguiente renacerá nuevamente de sus cenizas? Con nuestras amenazas de quemarla lo único que hemos hecho es ahorrarles trabajo. Pero no todo está perdido --añadió filosófico, dirigiéndose al mueble bar y sacando sendas botellas de vino y cola, que fue mezclando lentamente en tres vasos--. Como dice el refrán, si no puedes con tu enemigo, únete a él. Así que olvidémonos por unos días del vodka y bebamos esta mezcla que los lugareños conocen como kalimotxo. Me han dicho que las de Bilbao son unas fiestas especiales, y que todo el mundo está invitado. Así que brindemos por ello.
          Y los tres rusos, como un solo hombre, brindaron solemnemente antes de tirar las copas por detrás de su espalda. La Aste Nagusia les esperaba.

EL ATESTADO

          Aquella vez fue la única en la que falseamos un atestado. Aunque más que falsearlo nos limitamos a omitir un dato fundamental. Pero se trató de una omisión plenamente justificada.
          Quedaban tan sólo dos días para las celebraciones del vigésimo aniversario del Guggenheim cuando desde la central nos avisaron sobre un extraño incidente ocurrido en los aledaños del museo, junto a la escultura de La Araña. Como estábamos patrullando cerca del lugar no tardamos casi nada en llegar hasta allí y lo que encontramos nos sumió en un alto grado de perplejidad. Debajo de La Araña se encontraban, maniatados y aterrorizados, tres hombres cuyo aspecto delataba su origen árabe, lo que confirmamos cuando se pusieron a hablar atropelladamente en su idioma. Afortunadamente dominaban también el castellano y cuando lograron serenarse nos confesaron que tenían la intención de realizar un atentado suicida el día del aniversario. Estaban hablando sobre ello, mientras recorrían la trasera del museo, cuando de repente, sin que hubiese ninguna persona cerca, unos extraños cables, así los definieron, se abalanzaron sobre ellos, sujetándoles fuertemente e imposibilitándoles escapar, dejándoles en el estado en que les encontramos.
          La historia sonaba muy extraña. Y esa extrañeza aumentó cuando Erlantz, un compañero recién salido de Arkaute, nos indicó que el material con el que estaban atados los yihadistas era el mismo con el que estaba elaborada la escultura.
          --¿Sabéis que el nombre oficial de La Araña es La Madre? --añadió--. Y si hay algo que caracteriza a las madres es su afán por proteger a sus hijos.
          Íbamos a decirle que dejara de desvariar cuando, no sabemos cómo, La Araña bajó su cabeza y nos sonrió, para volver a los pocos segundos a su posición habitual.
          Por eso falseamos el atestado o, como he dicho antes, omitimos un dato fundamental. Nos gusta nuestro trabajo y somos conscientes de que no podríamos seguir ejerciéndolo si nos encerraran en la habitación de algún lúgubre centro psiquiátrico.



domingo, 18 de noviembre de 2018

FICHERO DE NOVELAS NEGRAS: 685.-EL MISTERIO DEL CUARTO AMARILLO (GASTON LEROUX)

Título: EL MISTERIO DEL CUARTO AMARILLO
Título original: LE MYSTÈRE DE LA CHAMBRE JAUNE
Autor: GASTON LEROUX
Editorial: ABRAXAS
Trama: Una joven, hija y colaboradora de uno de los científicos más prominentes de Francia, sufre un atentado que la deja al borde de la muerte, en el castillo en el que residen y trabajan, generándose un doble misterio. Por una parte, es imposible que el hombre que intentó asesinarla pudiera salir del “cuarto amarillo” en el que se produjo el atentado, ya que estaba cerrado por dentro y además había testigos en el exterior que tendrían que haberle visto salir. Por otra parte, parece conocer el motivo --y tal vez la identidad de su autor-- del atentado y aun así no proporciona inmformación a la policía encargada del caso.
Personajes: Rouletabille, personaje principal de las novelas de Gaston Leroux, joven periodista de tan sólo dieciocho años, con una inteligencia e intuición asombrosas, lo que le permite desentrañar los misterios más extraños, Sainclair, pasante de abogado, amigo de Rouletabille y narrador de la historia, Papá Jacques, criado de confianza del padre de la mujer contra la que han atentado, Robert Darzac, prometido de la mujer contra la que han atentado, muy enamorado de ella, pero que parece guardar un extraño secreto, Frédéric Larsan, policía estrella de la Sûreté, eficaz y concienzudo, al que no le incomoda colaborar con Rouletabille, Papa Mathieu, tabernero del pueblo, un hombre hosco y malhumorado, El hombre de verde, guarda del castillo en el que vive la muer atacada, insolente y mujeriego, Marquet, juez de instrucción encargado del caso, autor de teatro con seudónimo y al que le gusta dramatizar.
Aspectos a Destacar: Gaston Leroux fue uno de los escritores franceses pioneros en el género policiaco en su país, alcanzando gran éxito en su momento con las novelas protagonizadas por el joven periodista Rouletabille. En esta novela, además, se introduce en uno de los temas más clásicos de la novela policial tradicional, el crimen en una habitación cerrada, resolviéndolo con lógica y brillantez.
La Frase: El pensamiento de este niño era una de las cosas más curiosas que jamás tuve la ocasión de observar. Rouletabille se paseaba por la vida con ese pensamiento sin sospechar el asombro --digamos la palabra--, la estupefacción que causaba a su alrededor. La gente volvía la cabeza hacia aquel pensamiento, lo miraba pasar, alejarse, del mismo modo que nos paramos a mirar con más detenimiento cualquier silueta especial que se haya cruzado por nuestro camino.

jueves, 15 de noviembre de 2018

TRAS LA MÁSCARA DE LA INOCENCIA (JAVIER VALLEJO)


LA NOVELA: Tras varios meses separado de su familia por motivos laborales, Alex Gálvez regresa a casa de forma inesperada, con la intención de darle una grata sorpresa a Zaira y los niños. Desafortunadamente, los acontecimientos no se desarrollan como esperaba, y el cálido recibimiento que le ofrece su esposa no tarda en convertirse en una acalorada discusión; es medianoche y Héctor y Alba no están en casa. Después de mutuas acusaciones y reproches, Alex acaba marchándose enardecido en busca de la pequeña. Cuando la llegada del amanecer pone en marcha un nuevo día en Ribera de Bracón, sus vecinos se topan con la cruda realidad: Alba Gálvez ha desaparecido en el parque de las Barbas, donde una vecina que paseaba al perro, ha hallado sus pertenencias y restos de sangre. A partir de este descubrimiento los acontecimientos se precipitan: lo evidente se torna difuso; lo imposible se vuelve probable y lo descabellado da un paso decidido al frente. Entre desesperadas conjeturas el caso avanza en una carrera contrarreloj para descubrir quién se esconde Tras la máscara de la inocencia.

EL AUTOR: Javier Vallejo Docampo (Madrid, 1982) estudió imagen y sonido en Madrid. Aunque en un principio el cine y la fotografía acapararon su atención, finalmente fue a través de la escritura, uno de sus más antiguos hobbies, como de verdad logró plasmar sus inquietudes. Después de la publicación de Malas Experiencias y El Gagolandro, decide dar el salto a la Novela Negra con su tercera obra: Tras la máscara de inocencia.



miércoles, 14 de noviembre de 2018

¡MALDITO BASTARDO! (KOLDO ESTRADA CAREAGA)


LA NOVELA: Nada le gustaría más a Orosio que le dejasen terminar sus estudios en paz. Por desgracia, el mundo tiene otros planes: el Imperio se desmorona, y como hijo bastardo del rey, debe colaborar para impedirlo. Pero no hay problema, después de todo no está moralmente mal utilizar la magia negra para ello. ¿O sí? Por el camino se encontrará con asesinatos, conspiraciones y nigromantes, pero sobre todo tendrá que responder a una pregunta: ¿ha elegido el bando equivocado?

EL AUTOR: Koldo Estrada Careaga. Getxo (Bizkaia), 1994. Ha realizado estudios de Administración y Dirección de Empresas en la Universidad del País Vasco. Aficionado desde siempre a la lectura y la escritura, solo recientemente ha decidido dar el salto a la publicación. Sus géneros literarios preferidos son la fantasía y la ciencia ficción.
¡Maldito bastardo! es su primera novela publicada.



martes, 13 de noviembre de 2018

FICHERO DE NOVELAS NEGRAS: 684.-EL REY DE ANDORRA (MIGUEL IZU)

Título: EL REY DE ANDORRA
Autora: MIGUEL IZU
Editorial: BERENICE
Trama: Un profesor de historia afincado en Pamplona, antiguo guardia civil que tuvo que retirarse a raíz de sufrir un atentado, fallece al caerse desde la terraza de un hotel en La Seu d’Urgell, donde se encontraba investigando sobre un personaje que en los años 30 del siglo pasado se autoproclamó Rey de Andorra. Pero lo que tiene toda la pinta de ser un accidente se complicará cuando los Mossos d’Esquadra que realizan las primeras diligencias lleguen a la conclusión de que su caída mortal se produjo por la intervención violenta de otra persona.
Personajes: Maite, la viuda del profesor asesinado, muy unida a él, ya que tuvo que luchar en su momento contra los prejuicios de sus amistades y familiares de Pamplona por casarse con un guardia civil, El abogado de Maite, muy unido a ésta desde jóvenes y amigo también, con el paso del tiempo, de su marido, pese a haber desaconsejado en un primer momento ese enlace, Francesc Roca, mosso d’esquadra encargado de la investigación, hombre tranquilo y metódico, que no se deja llevar por la primera impresión, Luis Goma, guardia civil retirado, al que le gusta hablar, y que estuvo destinado en La Seu d’Urgell cuando Boris I se proclamó rey de Andorra, Boris de Skossyreff, aventurero y estafador de origen eslavo, que lo mismo puede ser ruso que checo, polaco o lituano, con ínfulas aristocráticas y que intenta ser coronado como rey de Andorra.
Aspectos a Destacar: La habilidad del autor para engarzar, dentro de una misma novela y de una manera coherente, tanto la historia policial que sucede en la época actual como la narración de lo que en los años de la II República tiene tanto de intento de estafa como de aventura apasionante al moo clásico.
La Frase: Cuando a uno le toman por sospechoso, la presunción de inocencia suena muy bonita pero no se puede alegar para que no le molesten: eso queda para el juicio, si hay juicio. De momento el sospechoso se ve forzado a tener que convencer a los policías, y a la juez en mi caso, de que es inocente, a dar todo tipo de explicaciones.

lunes, 12 de noviembre de 2018

RELATOS DE LOS LUNES NEGROS: EL ASALARIADO


Vuelven los RELATOS DE LOS LUNES NEGROS a solazaros en este triste lunes otoñal. Y como lo de ponerme de protagonista en el relato anterior me gustó, hoy vuelvo a utilizar a un escritor de novela negra como narrador aunque, como suele decirse, todo parecido con la realidad es pura coincidencia. ¿O quizás no? Eso sólo lo sabe


EL ASALARIADO


          Una de las servidumbres de ser un famoso escritor consiste en que de vez en cuando la editorial te saca de paseo para que el público lector, esa gente a la que, en acertadas palabras de las más raciales y folklóricas de nuestras artistas patrias, tanto debemos y tanto nos quiere, pueda comprobar que somos personas de carne y hueso, generalmente más bajitos y con mucho menos pelo de lo que aparentamos en las fotos promocionales. Así que en esas ocasiones cogemos nuestros bártulos y en avión, ferrocarril o utilitario de segunda mano, depende de las posibilidades económicas de la editorial y de la importancia del propio escritor --siempre minusvalorado según objetiva y meditada autocrítica--, nos encaminamos a eso que algunos llaman provincias, como si en el país hubiera provincias y otra cosa, dispuestos a dar aburridas conferencias con el único objetivo de salir, al día siguiente, en las páginas de información local del periódico de turno y que el editor amortice parte del dinero que, según palabras que suenan más a reproche que a otra cosa, ha invertido en nuestra escasamente vendida obra.
          Si todo eso ya es de por sí grave la cosa no tiene desperdicio cuando uno, imbuido de un auténtico espíritu masoquista, se dedica al género policíaco. Eso es el no va más. Nuestros amados lectores no entienden que seamos gente de lo más burguesa con una tripa cada vez más prominente, en delicado homenaje a los esfuerzos que hemos realizado durante toda nuestra existencia por vivir bien, con una hipoteca que sostener, un cónyuge a quien debemos pedir constantemente excusas porque se nos ha olvidado fregar los platos justo el día que nos tocaba y que él o ella tenía un compromiso importante y unos hijos que se pasan todo el día dándonos disgustos, sacando malas notas, llegando a casa después de las diez de la noche, jugando todo el puto día con consola y escaqueándose siempre que pueden de la misa dominical. Pues no señores, nada de eso, se supone que debemos ser tíos (o señoras, que lo incorrectamente literario no debe anular lo políticamente correcto) bragados, echaos p’alante, temerarios y cosas por el estilo. Vamos, que cual émulos de Arturito el intrépido todos tenemos la obligación de haber estado en cuatro guerras mundiales, dieciocho conflictos bélicos de segunda división y nueve o diez golpes de estado, amén de haber cogido alguna que otra sífilis o gonorrea por mor del contacto espiritual con el personal aborigen. Y claro, cuando se supone eso y luego te ven, con tu escaso metro setenta y dos, la calva reluciente que parece estar bajo los amorosos cuidados de Don Limpio, las gafas cuyos cristales asaz prominentes delatan que su propietario no ve más allá de sus narices cuando está totalmente desnudo (ni falta que le hace si la postura es la adecuada), la ominosa papada delatora, y esa tripa que, en palabras del gran Obélix, no significa, por supuesto que no, que estés gordo sino que eres bajo de tórax, la decepción es mayúscula y tú, que ya de por sí eres escéptico y un pelín descreído respecto a la mitomanía que te envuelve, te sientes de repente empequeñecido y, sobre todo, acojonado, muy acojonado, pero como el que paga manda y tú no eres más que un mandado, pues no te queda más remedio que salir del paso lo mejor que puedes, esperando que al finalizar tu charla sean pocas las octogenarias que quieran demostrarte con efusivos besos lo mucho que les ha gustado tu intervención.
          ¿Que por qué meto toda esta chapa a modo de preámbulo? Bueno, porque sí en primer lugar, porque si soy yo el que cuenta lo que pasó lo cuento a mi modo, ¿vale? ¿Que todavía no he contado nada? Coño, pues es verdad, pero de todas formas eso tiene fácil arreglo. Se trata de una de las charlas a las que tuve que asistir, ya se sabe, esas charlas a las que estamos obligados a ir porque..., bueno, bueno, bueno, vale, eso ya lo he explicado, de acuerdo, iré al grano. El caso es que esa charla era como todas, yo iba a un centro cultural, o recreativo, o lúdico, o gastronómico, o todo junto, el organizador me presentaba con elogiosas (y seguramente en su opinión inmerecidas) frases y poco después tomaba la palabra para cumplir del modo más correcto posible, lo que en términos futbolísticos (o boxísticos, no estoy muy ducho en deportes) se denomina una faena de aliño.
          Aquel día era como todos, el presentador estaba igual de aburrido que el resto de los presentadores con los que había coincidido en mi vida, la botella de agua mineral estaba caliente, como siempre, el micrófono no funcionaba correctamente (menos mal que, también como siempre, entre el público asistente había un manitas que se prestó voluntario a arreglarlo, de modo que al final del día acabé afónico porque durante toda la charla tuve que forzar la voz) y el escaso público asistente estaba de uñas al comprobar que quien les hablaba desde el estrado no era un sosias de Miguel de la Quadra-Salcedo sino un respetable ciudadano que en su anterior reencarnación había sido funcionario del catastro seguramente. Pero ese cúmulo de adversas circunstancias no me afectó lo más mínimo. Con la imperturbabilidad que proporciona el hábito solté mi rollo y me quedé más ancho que largo. Ese día, además, fustigué al público con uno de mis temas favoritos: la consideración del asesino profesional como un mero asalariado, alguien que comete un crimen por dinero, sin tener un interés subjetivo en la víctima, sin ensañamiento ni apasionamiento, comenté con una voz lo más engolada posible, de ese modo, añadí, aunque la policía o el detective protagonista descubra al criminal para satisfacción del lector que, por supuesto, ya había adivinado doscientas cincuenta páginas antes quién era el asesino, el auténtico culpable, el instigador del crimen, siempre quedará en las sombras, protegido muchas veces por quienes, precisamente, tienen por oficio combatir el crimen. Esto último lo dije al ver que entre el personal había mucho universitario barbudo. Si, como me ha ocurrido otras veces, entre los asistentes hubiera habido mayoría de ciudadanos honorables y circunspectos, no me habría cortado a la hora de ensalzar y lisonjear a nuestras bienamadas fuerzas de orden público. No se trata de chaqueterismo sino de algo tan sencillo como saber estar y, básicamente, tener profesionalidad.
          Cuando acabó la conferencia se me acercó un hombre que se identificó como Juan García González y cuyo aspecto era completamente anodino en consonancia con los datos que seguramente aparecían en su documento nacional de identidad. Es fácil saber a qué me refiero, ya saben ustedes, traje gris, camisa blanca, corbata a franjas azules y rojas, coronilla presbiterial, rasurado impecable y cara de no haber roto un plato en su puta vida. El caso es que el paradigma de los pequeñoburgueses nacionales me preguntó muy cortésmente si no sería mucha molestia para mí el que me invitara a tomar una copa, a lo que accedí. Entre mis múltiples defectos no se encuentra, precisamente, el de cometer la imperdonable grosería de no permitir que me inviten. No sería correcto y yo, por encima de todo, soy un hombre correcto, incluso políticamente correcto, si me apuran.
          La cafetería a la que me condujo el hombre era, como él, una cafetería gris y vulgar, con mesas compradas en algún saldo y unos camareros que habrían acabado engrosando las ya de por sí abultadas listas de parados nacionales si se les hubiera exigido el carné de manipuladores de alimentos. Aunque en esos momentos lo que más me apetecía beber era agua mineral sin gas pedí un whisky con hielo, más que nada para mantener mi imagen. ¿Dónde se ha visto un escritor de novela negra que beba agua de botellín? El prestigio es el prestigio, no iba permitir que me señalaran con el dedo como ese escritor que sólo bebe agua. Mi acompañante, en cambio, no se cortó un pelo, como es habitual entre la gente humilde y menesterosa, y se pidió, él sí, el botellín de agua.
          --Tengo que felicitarle por su conferencia --me dijo después de que un camarero que había conocido a Matusalén nos sirviera las bebidas--, es una de las más interesantes a las que he asistido en los últimos tiempos. Además, me ha abierto los ojos.
          Agradecí sinceramente el elogio. Era evidente, comprendí, que me encontraba ante una persona sensible e inteligente, capaz de apreciar como un auténtico hombre de mundo mi fluida oratoria y los vibrantes conceptos que de ella se desprendían. Aunque lo último que escuché me dejó un tanto intrigado. ¿A qué podía referirse cuando decía que mi charla le había abierto los ojos? Creí un deber de educación preguntárselo.
          --Bueno, si tengo que serle sincero usted puso delante de mí algo que es más que evidente, una verdad como un templo y de la que yo, sin embargo, nunca me había percatado. La consideración del asesino a sueldo como un simple asalariado, un trabajador por cuenta ajena, en definitiva.
          --Así es --dije por decir algo, ya que no me gusta mucho estar callado, sobre todo cuando se está hablando acerca de mis brillantes y meditadas teorías.
          --La hipótesis en sí es extraordinaria y original --continuó mi interlocutor con un entusiasmo perfectamente comprensible si se tiene en cuenta que estaba hablando de una de mis ideas-- y nos puede llevar a conclusiones francamente estimulantes. ¿Se ha parado a pensar en que, lo mismo que ocurre con cualquier otro tipo de asalariados, un mecánico por ejemplo, un asesino a sueldo, según para quien trabaje, puede estar en condiciones muy diferentes?
          "Imagínese por un momento --siguió en el uso de la palabra, sin permitir que metiera baza-- al mecánico del que le he hablado. Tal vez trabaje en una multinacional. Si bien corre el riesgo de quedarse sin trabajo, hoy en día nadie puede decir que va a trabajar eternamente en la misma empresa, posee cierta tranquilidad, tiene ciertas expectativas, unos sindicatos que le arropan, incluso unas instituciones que, aunque sólo sea por imagen, velarán por sus derechos. Tiene más o menos un estatuscuo, bueno, o como se diga. Pero imagínese que ese mecánico trabaja en una pequeña empresa. Ahí la cosa está más chunga. Si la relación con el patrono es buena y éste es un tipo medianamente decente, posiblemente no tenga problemas y, quién sabe, igual se encuentra mejor que trabajando para la multinacional, pero como el jefe sea un cabrón, y demagogias aparte no es nada raro encontrarse con gente de ese pelaje, ya puede darse por jodido. Mucho curro, pocas pelas y una úlcera de caballo, ése será su destino.
          Como mitin sindical quizás no estuvieran mal las palabras de mi amigable compañero, pero no entendía a dónde quería ir a parar, cuál era, en suma, el hilo narrativo de su discurso por decirlo en palabras sencillas, y así intenté hacérselo saber aunque en vano ya que el hombrecillo, una vez que se había adueñado de la conversación, no estaba dispuesto a dejar de hablar ni siquiera para respirar.
          --Pero la peor de las situaciones --prosiguió impertérrito, imperturbable e impertinente-- se da cuando trabajan dos personas mano a mano y uno es el jefe y otro el machaca, todo ello debido a que el primero tiene el capital, o los contactos o la marca. Hacen lo mismo, currelan igualmente, y esto último en el mejor de los casos ya que normalmente el socio capitalista se toca los pinreles mientras el sufrido y abnegado trabajador por cuenta ajena se deja la salud al cargar en exclusiva con el mochuelo para que finalmente la pasta gansa se la lleve el jefe mientras que él, como mucho, obtiene unas míseras monedas con las que apenas sobrevive.
          Le iba a decir que sí, que muy bien, que tenía razón y que estaba dispuesto a afiliarme al más radical de los partidos marxistas-leninistas e incluso a la CNT si lo estimaba conveniente, pero que me dejara en paz, que se me había hecho tarde y que, por otra parte, los días en los que participaba activamente en esas asambleas de la Facultad en las que proclamábamos que nos íbamos a comer el mundo antes de comprender que si éramos nosotros los que nos adaptábamos al mundo comeríamos mucho mejor, hacía ya demasiado tiempo, más del que me gusta admitir, que eran prehistoria. Sí, le iba a decir todo eso y luego me despediría cortés y gentilmente, como le corresponde a una persona educada que quiere quitarse de encima un pelmazo, pero no fue posible. No pude sustraerme al influjo de sus siguientes palabras.
          --El caso de los asesinos a sueldo es prácticamente similar. Si estás dentro de un grupo más o menos grande, lo que la prensa amarilla llama una familia o un clan mafioso, puedes estar mejor o peor, pero tienes algo seguro, unos ingresos ininterrumpidos, una vida más o menos asentada, a veces ciertos privilegios, ya se sabe, dinero en abundancia, mujeres de pechos grandes, lo habitual, nada que usted no sepa. No es que sea un chollo pero tampoco se vive mal. Si trabajas en petit comité, con algunos pocos compañeros, puede ser duro al principio, pero si te compenetras bien con ellos y demuestras tu valía antes o después sales adelante. El problema, el auténtico problema, se produce cuando trabajas para otro en exclusiva y mientras que él se lleva la gloria y el dinero tú te limitas a realizar todo el trabajo sin más beneficio que el que tu patrón quiera concederte. Ése es mi caso --finalizó con un vehemente suspiro.
          Por fin lo veía claro. Tan modosito que parecía, tan tranquilo y tan poca cosa y al final resultaba que tenía delante de mí a un fulano que, posiblemente, acababa de fugarse de un manicomio. Empecé a preocuparme. No parecía peligroso, pero ya lo dice el refrán, las apariencias engañan, y aunque siempre he creído firmemente en eso de hombre refranero, hombre y puñetero por una vez en la vida pensaba que el refranero era un auténtico pozo de sabiduría. Tendría que habérmelo imaginado. ¿Qué se puede esperar de un tipo que en una cafetería va y se pide un botellín de agua mineral sin gas? Debía ingeniármelas para fugarme, y ayer mejor que hoy mismo, pero no era nada fácil llevar a la práctica esa decisión. El aventado seguía hablando y hablando y yo no veía la ocasión de levantarme de la mesa y despedirme de él. Además, lo reconozco, como buen superviviente que siempre he sido, practico la elegancia social de la cobardía, cosa de la que no me avergüenzo, a fin de cuentas el cementerio está lleno de valientes, así que no me atrevía a hacer nada que pudiera enemistarle conmigo.
          --Supongo que usted, que es uno de los mejores escritores españoles de serie negra --hay que admitir que el hombre podía estar loco pero eso no le impedía ser inteligente y sensible en grado máximo-- conocerá a Isaías Morcón.
          Cómo no iba a conocer a Isaías Morcón, respondí. Aunque en realidad no podía decir estrictamente que le conocía ya que nadie en España, salvo su editor posiblemente, estaba al corriente de su auténtica identidad. Era el secreto mejor guardado en todo el país. Nadie sabía cuál era el rostro escondido tras ese seudónimo, lo que todo el mundo sabía era que Isaías Morcón llevaba cinco años (a novela por año) siendo el escritor más vendido del país y el más traducido. Sus novelas, pletóricas de acción y de humor, llenas de intriga y con un lenguaje que siendo asequible para los analfabetos funcionales que pululan por el país no era denostado, sino más bien alabado, por los críticos más exigentes de los suplementos periodísticos, habían llegado al corazón de la gente que, de modo unánime, consideraba que eran novelas reales, auténticos trozos de vida, como dijo una vez un engolado locutor en una emisora radiofónica. Cuando leías una novela de Isaías Morcón parecía que estuvieras presenciando una historia real. ¡Cómo no iba a saber quién era Isaías Morcón si, al igual que el noventa y nueve coma nueve por ciento de mis colegas, le tenía una envidia atroz!
          --Pues bien --dijo mi interlocutor satisfecho--, yo trabajo para Isaías Morcón en exclusiva. Mi labor consiste en realizar por anticipado los asesinatos que luego él describe en sus novelas y, de ese modo, conseguir ese verismo tan alabado por crítica y público. Si no hubiera sido por mí y por los informes, vídeos y fotografías que le proporciono después de cada trabajo, Isaías Morcón no habría conseguido en la vida el éxito que ha conseguido. En realidad, aunque parezca feo que yo lo diga, todo el mérito de sus éxitos es mío, exclusivamente mío. Gracias a Dios usted, con sus palabras, me ha abierto los ojos por lo que le estoy sinceramente agradecido.
          Según iba hablando mi acompañante más me iba yo convenciendo de que estaba delante de un auténtico loco aunque, por otra parte, era cierto que si me fijaba bien en él era idéntico a la descripción que hacía en sus novelas Morcón de Flatulencias Velázquez, el asesino a sueldo que había protagonizado sus cinco novelas publicadas. Pero no, ese hecho no dejaba de ser casual y, en todo caso, habría contribuido, como mucho, a alimentar la imaginación de ese pobre desgraciado.
          --Se va haciendo tarde y no me gusta trasnochar demasiado --dijo el hombrecillo volviendo a su auténtica personalidad pequeñoburguesa--, pero como muestra de agradecimiento antes de despedirnos quiero obsequiarle con un par de secretos. El primero se refiere al auténtico nombre de Isaías Morcón. Se trata de Miguel Reyero. ¿Sorprendido? Me lo imaginaba. Sí, sí, se trata del Miguel Reyero que usted conoce, el político reformista al que todas las encuestas proclaman como seguro vencedor en las próximas elecciones generales, desbancando a los grandes partidos nacionales que hasta el momento han dominado el Parlamento. Comprendo que no me crea, pero no me molesta, puede usted estar seguro. Dentro de cuatro meses, ni uno más ni uno menos, acabará dándome la razón.
          "Y ése es el segundo secreto que quería contarle. Dentro de cuatro meses pondré fin a esta ignominiosa explotación. Gracias a usted he comprendido que estaba siendo esclavizado vilmente y he decidido tomar mis medidas. Ya sé que no me va a creer --añadió sonriendo de un modo que me pareció siniestro-- pero le juro que dentro de cuatro meses el señor Reyero sufrirá un atentado que acabará con su vida. Un atentado que seguramente será reivindicado por un grupo islámico, todavía no lo tengo muy claro, todo depende de que pueda conseguir a tiempo un armamento idéntico al que han utilizado últimamente en Francia estos grupos, pero creo que sí, que no tendré dificultades. Y una vez muerto apareceré yo como el hombre que se oculta tras el seudónimo de Isaías Morcón. Toda la gloria y, por supuesto, todo el dinero será para mí y lo será con toda justicia porque al fin y al cabo, y seguramente usted estará de acuerdo conmigo, yo he sido el artífice de las anteriores obras de Isaías Morcón, el que de verdad se las ha currado.
          Le dije que sí, que tenía mucha razón, parece mentira, añadí, lo explotadores que pueden ser algunos patronos sin escrúpulos aunque tratándose de un político, ya se sabe, al mejor había que colgarlo y todas esas cosas. Ya lanzado dejé caer eso de que se me hacía tarde, pese a la fama que tenemos los escritores no soy muy trasnochador, espero que usted comprenda, ah, y muchas gracias por la información, esté usted tranquilo porque sabré guardar el secreto, seré como una tumba, le doy mi palabra.
          Cuando por fin regresé a mi hotel y pude respirar en paz sentí como si me hubiera librado de un gran peso. La verdad es que, como en el fondo soy una buena persona pese a ser escritor, me dio un poco de pena el fulano, ese pobre hombre que quizás para paliar su mediocridad y su triste y monótona existencia se había inventado una historia tan fantástica. Ahora empezaba a comprender mucho mejor esa patética figura, que yo también había usado alguna vez en mis relatos, del orate que se autoinculpa de un crimen que, evidentemente, no ha cometido.
          El tiempo todo lo borra y, por otra parte, aunque sintiera lástima por él, mi interlocutor de aquel día no era precisamente el tipo de persona que permanece en mi memoria así que pocos días después me había olvidado por completo de la conversación e incluso de su persona. Sólo volví a pensar en él cuatro meses más tarde cuando desde la radio de mi coche escuché la noticia. Miguel Reyero, el presidente del Centro Reformista Independiente, el candidato mejor situado no ya para ganar, sino para arrollar en las próximas elecciones generales, había sido asesinado la noche anterior, cuando salía de un acto electoral. El atentado aún no había sido reivindicado por ningún grupo, pero expertos en la lucha antiterrorista habían manifestado que el armamento utilizado era similar al de algunos comandos fundamentalistas islámicos que en los últimos tiempos habían actuado en Francia y Bélgica.
          Era una casualidad, tenía que ser una casualidad me decía a mí mismo mientras aferraba con tanta fuerza el volante que cuando me di cuenta temí haberlo roto. Esas cosas no pasan en la vida real, estaban muy bien en mis novelas y en las de algunos de mis colegas, pero esto era la vida real, cojones, no podía pasar y, mucho menos, no podía pasarme a mí. Poco a poco me fui tranquilizando. Según fui cambiando el dial en todas las emisoras decían lo mismo y casi todas añadieron el dato de que eran notorias las simpatías que el político reformista sentía por el Estado de Israel así que, dentro del sinsentido y la barbarie que supone el terrorismo, como manifestaron sin excepción la totalidad de los locutores, no era nada descabellado que musulmanes fanáticos hubieran atentado contra su vida.
          Según pasaron los días fui asimilando la noticia y, como sucede siempre después de estos casos, el asunto se fue olvidando. Miguel Reyero había sido una más de las víctimas del terrorismo. Quizás más importante, o más significativa, pero la vida seguía su curso y su sombra se fue desvaneciendo, como si fuese un fantasma. Del mismo modo a mí dejó de obsesionarme la idea de que su asesinato tuviera nada que ver con aquel patético hombrecillo que me invitó un día, en una lejana capital de provincias, a un whisky.
          El siguiente acto de aquella obra se representó, en lo que a mí concierne, por teléfono. Un amigo periodista me llamó para darme la noticia. El editor de Isaías Morcón había anunciado una rueda de prensa para el día siguiente en la que se desvelaría el enigma que se escondía tras aquel nombre. El editor, un hombre de mediana edad que en su juventud había militado en uno de esos partidos radicales que pensaban que el PCE era de derechas, había aprovechado la ocasión para expresar su indignación ante los rumores que corrían acerca de que el difunto Miguel Reyero, aquel gran político a quien todos los españoles decentes y progresistas que no querían volver al pasado, pero tampoco embarcarse en aventuras inciertas habían apoyado con entusiasmo, era el auténtico Isaías Morcón. Ese rumor no era más que un infundio, una infamia levantada por quienes se habían sentido vejados ante el empuje de aquel gran hombre al que un cobarde atentado terrorista había impedido realizar su destino.
          Creo que mantuve el tipo --afortunadamente aún no me relaciono con mis colegas por videoconferencia y mi amigo el periodista no pudo observar cómo palidecía repentinamente-- mientras le escuchaba y conseguí que no se extrañara cuando le rogué que me consiguiera un pase para asistir a la conferencia de prensa. De hecho me dijo que él también iba a asistir y quedamos para tomar una copa juntos aprovechando la ocasión.
          Mentiría si dijera que me extrañó algo de lo que vi o escuché. La persona que fue presentada como el auténtico Isaías Morcón era un hombre desconocido en los ambientes literarios que respondía al común nombre de Juan García González. Para ser más exactos, aunque admito que este último dato no va a sorprender a nadie, era el mismo hombre que me había pronosticado, cuatro meses atrás, el asesinato de Miguel Reyero por un grupo islámico así como que él en persona asumiría la identidad de Isaías Morcón. Las cosas estaban meridianamente claras. Admito que las casualidades existen, pero no hasta ese extremo. Sólo había una posibilidad: que el patético hombrecito me hubiera dicho la verdad. Como dijo un famoso colega británico, cuando lo imposible desaparece lo que queda, por extraordinario que sea, es la verdad. Bueno, algo así dijo, ya sé que no son las mismas palabras pero no se trata de ir hasta el Espasa (ya soy mayor para manejarme con la Wikipedia) para contarles una pequeña e insignificante historia.
          Juan García González se dignó, así mismo, a explicar el argumento de su próxima novela. Aunque se solidarizaba con las hermosas palabras que el día anterior había utilizado su editor al hablar de Miguel Reyero, ese gran político vilmente asesinado, y le parecía increíble que algunas mentes calenturientas le hubieran adjudicado la paternidad de las novelas de Isaías Morcón, por una de esas casualidades trágicas que tiene la vida el argumento de la obra que se iba a publicar en breve trataba, precisamente, de un político que escribía novelas policíacas y que utilizaba un asesino a sueldo para dar mayor verosimilitud a sus argumentos. A todos los asistentes les pareció una idea totalmente original. A todos excepto a mí. Yo, para mi desgracia, les llevaba una ventaja de cuatro meses.
          Cuando quince días después la última novela de Isaías Morcón se publicó no pude sustraerme a la idea de adquirir un ejemplar y acudir con él a una librería en la que el autor se encontraba firmando ejemplares para que hiciera lo propio con el mío. Admito que era una fijación morbosa, pero no me encontraba con fuerzas para resistirme a ella. El señor García González (¿o debiera decir Isaías Morcón?) me atendió con amabilidad exquisita y me dedicó unas palabras que no dudo en catalogar de exclusivas. A mi querido colega, que tanto me ayudó a escribir esta novela, con la advertencia de que si cuenta algo de lo que sabe será hombre muerto.
          Todos los que han leído la dedicatoria piensan que es una broma entre escritores de novela negra, algo macabra y excéntrica, pero graciosa y, en cierto modo, apropiada. Sólo yo sé que no es ninguna broma, sólo yo sé que lo que en esa dedicatoria se puede leer es la auténtica verdad.