Murieron nuestros padres o abuelos o hermanos y está claro que moriremos nosotros también, cada cual de lo suyo, de rabia, de asco, de no tener dinero para seguir viviendo, de agotamiento, de las viejas siete plagas o de alguna de las miles que bullen en lo profundo de las selvas o en laboratorios criminales de última generación –que sí, que de acuerdo, que también somos conspiranoicos– porque aquí, en esta tierra de Caín, lo que cuenta son mis muertos y tus muertos, esos que están siempre en el aire, haya pasado el tiempo que haya pasado, que eso es lo de menos, mi bandera y la tuya, mi templo y tu taberna, mi información y la tuya, mi hoz y tu navaja, mi garrota y la tuya, mi pistola y la tuya, mi sima y la tuya, mi país y el tuyo, por mucho la geografía sea la misma… y así hasta nadie sabe cuándo, hasta el fin de los tiempos probablemente. En la patria de Caín estamos, mejor no olvidarlo. En nuestro escenario, la cainina flota en el aire como una niebla espesa y embriagadora…