martes, 14 de julio de 2009

VASCOS Y CRIMINALES: MARTA SANTOS

Marta Santos ha publicado (entre otros escritos que también merecen la pena ser conocidos) de momento una única novela criminal, El crimen del esclavo, pero con esa única novela consiguió el Premipo Ateneo Joven de Sevilla y fue finalista del Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón a la mejor opera prima del género.

EL CRIMEN DEL ESCLAVO

Bruna y Bosco, huérfanos de campesinos muertos en extrañas circunstancias, conviven con su tía Landa en un piso de barrio. En este marco claustrofóbico se desarrolla un apasionante relato en el que el desarraigo, el conflicto de clases y las relaciones de dominio crean un clima axfisiante que, finalmente, precipitará la tragedia. Un violento final cuyo detonante será la aparición del mezquino Belaunde en la vida de esta peculiar familia.

Reseña que escribí para el digital LA GANGSTERERA:
Hay obras que después de haberlas leído no sabemos qué han querido decirnos, en un número muy elevado de ellas seguramente porque no tienen nada que decirnos. No es éste el caso de El crimen del esclavo, la novela con la que Marta Santos ganó el Premio Ateneo Joven y fue finalista del Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela negra. No sólo tiene algo que expresar y nos lo comunica con buen pulso literario, sino que incluso antes de que nos sumerjamos en su lectura nos proporciona, a través de dos frases, una pista de lo que vamos a encontrarnos.
La primera de ellas se la toma prestada a
Eduardo Haro Tecglen y da título a la novela: "Siempre habrá que distinguir entre el crimen del amo y el crimen del esclavo". Con esa lapidaria frase que antecede a la historia, la autora nos está hablando del fondo moral de su obra, de la rebelión de quien ha sido oprimido, marginado, humillado. Sin falsas moralinas que encubren el discurso de que hay que dejar las cosas como están, Marta Santos toma partido por aquellos que, incluso en estos tiempos en que el fin de la historia parece consumarse, no se resignan a ser unas simples marionetas del destino o del poder, entendiendo el concepto de poder no en un sentido exclusivamente político que quizás sea hoy en día, paradojas del progreso, el menos importante. El crimen, desde un punto de vista jurídico penal y posiblemente también desde un punto de vista moral es siempre rechazable pero no se puede medir con la misma vara a quien comete el crimen para mantener una posición de injusta supremacía que el de quien ve en él su único camino para liberarse.
La segunda frase es la que da inicio a la novela y nos sumerge sin apenas habernos dado tiempo a asimilarla en la historia que se nos va a contar: "estoy aquí sentada porque ayer maté a mi hermano". Con esta frase, además,
Marta Santos nos demuestra que es una escritora valiente ya que empieza su narración desvelándonos lo que en muchas ocasiones suele constituir el meollo de la novela de género, quién es el asesino. Hay que ser muy valiente y muy hábil para atreverse a plantear así la novela y salir viva del empeño pero afortunadamente la autora posee ambas cualidades, valentía y habilidad, construyendo una novela negra que no podremos soltar de nuestras manos hasta acabarla, quizás porque ha sido capaz de convencernos de que lo importante no es el dato anecdótico de quién es el asesino sino la historia en sí, los mecanismos que conducen a la protagonista, una joven huérfana, a acabar con la vida de su único hermano.
Para conseguir ese efecto la autora no necesita sacarse conejos del sombrero ni desparramar a lo largo de la obra un surtido excesivo de efectos especiales sino que se limita a contarnos la vida cotidiana de unos personajes que oscilan entre el hastío y la desesperanza en una ciudad española de tipo medio. Unos personajes que se configuran como el más fuerte valor de la novela, empezando por Bruna y Bosco, los dos huérfanos que crecen solitarios en la casa de una tía soltera que por momentos nos recuerda al personaje unamuniano de la tía Tula, una mujer que vive aferrada a sus nostalgias, a un mundo y unos valores que van desapareciendo, volcando todo su amor en el sobrino, quizás trasunto del novio que nunca tuvo, mientras desprecia y humilla a su sobrina. Bruna y Bosco son conscientes de esa situación y mientras la segunda intenta sacudirse ese yugo, intentando incluso la complicidad de su hermano, éste se aprovecha del poder que le otorga, convirtiéndose primero en cómplice de una situación injusta y posteriormente en el propio verdugo de su hermana.
Estamos hablando de una novela de género negro. Es, por tanto, una novela en la que hay intriga, no una intriga en la que aparecen halcones regalados al rey de España forrados de diamantes sino una intriga más pedestre, relacionada con las miserias nuestras de cada día, una novela en la que hay un asesinato pero no hay asesinos, una novela en la que hay empresarios corruptos, pero no de los que dan pelotazos millonarios sino de los que te engañan con el peso del producto, y por último, una novela en la que hay esclavos que se rebelan pero a los que la épica de Espartaco les queda muy lejos. Quizás por eso mismo a nosotros nos quede muy cerca. Espartaco hace siglos que desapareció, engullido por la Historia, pero junto a nosotros sigue habiendo esclavos y cuando una escritora como
Marta Santos es capaz de emocionarnos relatándonos la rebelión de uno de ellos, no podemos dejar de afirmar, tras haber acabado de leer la novela, que ha merecido la pena hacerlo.

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