Hoy a las 19.30 horas, en Bermeo (Bizkaia), en el Museo del Pescador, tendrá lugar la presentación del libro Pasajeros del Titanic, de Josu Hormaetxea.
LA OBRA: En la historia de la navegación nos encontramos con una relación interminable de naufragios. Sin embargo, si nos piden que mencionemos uno, hay casi unanimidad universal al contestar: “¡El del Titanic!” ¿Por qué? Realmente era un barco enorme y la tragedia se produjo en su viaje inaugural. También era un derroche de lujo y confort, superando a los hoteles más exquisitos de París, Londres o New York. Además viajaban en él una pléyade de multimillonarios norteamericanos y una parte significativa de la crème de la alta sociedad británica. Pero es que el Titanic representa aún más: fue y es un símbolo.
Nosotros vamos a introducirnos en el archifamoso barco de la mano de un pasajero uruguayo, Ramón Artagaveytia. Era un gentleman de la alta sociedad de Montevideo que viajaba en primera clase y que nos va a permitir ir conociendo a otros viajeros del que en su día fue llamado “el buque de los sueños”.
EL AUTOR: Josu Hormaetxea Urkullu, nacido en Bilbao (Bizkaia) en la década de los años 60, definió sus inclinaciones por la Historia cursando estudios en la UNED de Portugalete y en la investigación del árbol genealógico de su familia. Tras años de trabajo en archivos parroquiales, consiguió remontar dicho árbol hasta mediados del siglo XVI, cuando acababa el reinado de Carlos V. Ha viajado por casi toda Europa, así como por Estados Unidos y numerosos países hispanoamericanos, Turquía o Georgia (en la antigua Unión Soviética). Esta pasión por los viajes es la responsable de que el autor comience a escribir con frecuencia, pues decide llevar un diario donde recoger las vivencias habidas en cada uno de los países señalados. En el año 2006 se publicó su opera prima, Cinco calles de Bilbao, una colección de amenas biografías de personajes bilbainos unidos por sus vidas aventureras, en las que no es difícil intuir el espíritu del propio autor.
Artículo publicado el 10 de febrero de 2010 en el diario DEIA. Redactora: Nekane Luzirika:
En la historia de la navegación nos encontramos con una relación intermitente de naufragios. Pero, si nos piden que mencionemos uno, hay casi unanimidad al responder: ¡El del Titanic! ¿Por qué? Realmente era un barco enorme y la tragedia se produjo en su viaje inaugural. También era un derroche de lujo y confort, superando a los hoteles más exquisitos de París, Londres o New York. Viajaban además en él una pléyade de multimillonarios norteamericanos y una parte significativa de la crème de la crème de la alta sociedad británica. El Titanic fue y es un símbolo.
El bilbaino Josu Hormaetxea se introduce en el archifamoso barco de la mano de un pasajero uruguayo de origen vasco, Ramón Artagaveytia, un gentleman de la alta sociedad de Montevideo que viajaba en primera clase y que permite ir conociendo a otros viajeros del que en su día fue llamado el buque de los sueños, relata el autor de Pasajeros del Titanic, el último viaje de Ramón Artagaveytia (Editorial Beta), presentado ayer en Bilbao.
Hormaetxea es un apasionado de la historia y un viajero impenitente. Ha recorrido toda Europa y viajado por EE.UU. y numerosos países latinoamericanos, Turquía o Georgia. Esta pasión por los viajes es la responsable de que el autor comience a escribir con frecuencia, pues decide llevar un diario donde recoger las vivencias habidas en cada uno de los países señalados.
En 2006 se publicó su ópera prima, Cinco calles de Bilbao, una colección de amenas biografías de personajes bilbainos unidos por sus vidas aventureras. ¿Por qué investigar sobre el Titanic? Hace ya muchos años leí en un periódico local que un pasajero del Titanic, antes de embarcarse, había estado en Bilbao y pasado por la pastelería Arrese. Ese dato se me quedó grabado y muchos, muchos años después, me acordé de aquel artículo y empecé a indagar en archivos, en internet... busqué los nombres de los pasajeros, la tripulación... sólo me encontré con dos personas que por el apellido podían ser vascas: Manuel Urutxurtu, diputado de México, y Ramón Artagaveytia, un rico uruguayo, descendiente de vizcainos. Al final, me decanté por investigar y contar las vivencias de Ramón, al cumplirse dentro de dos años el centenario del naufragio del Titanic, reconoce Hormaetxea.
Hijo y nieto de vizcainos Ramón Fermín Artagaveytia Gómez, uruguayo de Montevideo, hijo y nieto de vizcainos de Santurtzi y Barakaldo, vivió una relación con el mar que marcó su destino. Su padre, Ramón Bernardo nació en 1796 en Santurtzi, cuando su progenitor ya había fallecido. Diecisiete años más tarde murió su madre. Ante la falta de perspectivas, como lo hicieron muchos vascos, decide emigrar a América. En 1814 lo tenemos ya en Uruguay. Allí trabajó muy duro como remero en el puerto de Montevideo, con agotadoras jornadas de 14 horas. Su coraje y espíritu emprendedor le permitieron crear la primera empresa de transporte marítimo entre Montevideo y Buenos Aires. En 1826 contrajo matrimonio con María Josefa Gómez, que le dio diez hijos; el quinto, nacido en 1840, fue Ramón Fermín, que creció en una familia acomodada. Ramón fue un destacadísimo miembro del Partido Blanco, el conservador por excelencia en Uruguay y del que su padre había sido diputado, además de mano derecha del presidente Oribe.
Ramón es descrito como un uruguayo, dandy, conservador, infatigable, pródigo y generoso...., así como un gran viajero, afición que se podía permitir gracias a una envidiable posición económica: junto a su hermano Manuel disfrutaba de una de las mayores fortunas en el Río de la Plata de fin del siglo XIX.
Cuarenta años antes del hundimiento del Titanic, Artagaveytia ya había sobrevivido a un naufragio pavoroso del que se salvó al arrojarse por la borda de un buque en llamas en pleno Río de la Plata. Esta angustia fruto de la traumática experiencia lo acompañó ya de por vida. Sin embargo, tuvo que seguir embarcándose, pues por su calidad de administrador de los bienes familiares debía trasladarse con mucha frecuencia a la República Argentina, donde la familia poseía extensas propiedades, explica Josu Hormaetxea.
En 1912, el inquieto Ramón decidió atravesar el océano y viajar a Europa. Tenía una hermana en París, Matilde. Además, su sobrino Aurelio Arocena Artagaveytia e hijo de ésta, era el cónsul uruguayo en Berlín. Su propósito era volver a Francia para abordar el ya famoso Titanic -por supuesto en primera clase- en el normando puerto de Cherburgo y, por último y tras disfrutar de un crucero de superlujo, desembarcar en Nueva York y recorrer los Estados Unidos.
Seguro que desde su confortable cabina sentiría el impacto del casco contra el iceberg, y no se preocuparía en exceso. Su confianza en el nuevo navío era enorme y así se lo había manifestado a su familia. La pesadilla que lo perseguía desde su juventud reaparecía a traición y en el peor momento posible. En su juventud burló el fuego y la muerte arrojándose al agua mientras el vapor América ardía por los cuatro costados frente a Montevideo. Pero en 1912 era un anciano de 74 años en un barco que se hundía en medio del océano, rodeado de aguas heladas. Su reloj estaba parado a las 5 de la mañana; eso significa que estuvo a punto de volver a engañar a la muerte, ya que los equipos de rescate a esa hora ya habían llegado, apunta Hormaetxea.
LA OBRA: En la historia de la navegación nos encontramos con una relación interminable de naufragios. Sin embargo, si nos piden que mencionemos uno, hay casi unanimidad universal al contestar: “¡El del Titanic!” ¿Por qué? Realmente era un barco enorme y la tragedia se produjo en su viaje inaugural. También era un derroche de lujo y confort, superando a los hoteles más exquisitos de París, Londres o New York. Además viajaban en él una pléyade de multimillonarios norteamericanos y una parte significativa de la crème de la alta sociedad británica. Pero es que el Titanic representa aún más: fue y es un símbolo.
Nosotros vamos a introducirnos en el archifamoso barco de la mano de un pasajero uruguayo, Ramón Artagaveytia. Era un gentleman de la alta sociedad de Montevideo que viajaba en primera clase y que nos va a permitir ir conociendo a otros viajeros del que en su día fue llamado “el buque de los sueños”.
EL AUTOR: Josu Hormaetxea Urkullu, nacido en Bilbao (Bizkaia) en la década de los años 60, definió sus inclinaciones por la Historia cursando estudios en la UNED de Portugalete y en la investigación del árbol genealógico de su familia. Tras años de trabajo en archivos parroquiales, consiguió remontar dicho árbol hasta mediados del siglo XVI, cuando acababa el reinado de Carlos V. Ha viajado por casi toda Europa, así como por Estados Unidos y numerosos países hispanoamericanos, Turquía o Georgia (en la antigua Unión Soviética). Esta pasión por los viajes es la responsable de que el autor comience a escribir con frecuencia, pues decide llevar un diario donde recoger las vivencias habidas en cada uno de los países señalados. En el año 2006 se publicó su opera prima, Cinco calles de Bilbao, una colección de amenas biografías de personajes bilbainos unidos por sus vidas aventureras, en las que no es difícil intuir el espíritu del propio autor.
Artículo publicado el 10 de febrero de 2010 en el diario DEIA. Redactora: Nekane Luzirika:
En la historia de la navegación nos encontramos con una relación intermitente de naufragios. Pero, si nos piden que mencionemos uno, hay casi unanimidad al responder: ¡El del Titanic! ¿Por qué? Realmente era un barco enorme y la tragedia se produjo en su viaje inaugural. También era un derroche de lujo y confort, superando a los hoteles más exquisitos de París, Londres o New York. Viajaban además en él una pléyade de multimillonarios norteamericanos y una parte significativa de la crème de la crème de la alta sociedad británica. El Titanic fue y es un símbolo.
El bilbaino Josu Hormaetxea se introduce en el archifamoso barco de la mano de un pasajero uruguayo de origen vasco, Ramón Artagaveytia, un gentleman de la alta sociedad de Montevideo que viajaba en primera clase y que permite ir conociendo a otros viajeros del que en su día fue llamado el buque de los sueños, relata el autor de Pasajeros del Titanic, el último viaje de Ramón Artagaveytia (Editorial Beta), presentado ayer en Bilbao.
Hormaetxea es un apasionado de la historia y un viajero impenitente. Ha recorrido toda Europa y viajado por EE.UU. y numerosos países latinoamericanos, Turquía o Georgia. Esta pasión por los viajes es la responsable de que el autor comience a escribir con frecuencia, pues decide llevar un diario donde recoger las vivencias habidas en cada uno de los países señalados.
En 2006 se publicó su ópera prima, Cinco calles de Bilbao, una colección de amenas biografías de personajes bilbainos unidos por sus vidas aventureras. ¿Por qué investigar sobre el Titanic? Hace ya muchos años leí en un periódico local que un pasajero del Titanic, antes de embarcarse, había estado en Bilbao y pasado por la pastelería Arrese. Ese dato se me quedó grabado y muchos, muchos años después, me acordé de aquel artículo y empecé a indagar en archivos, en internet... busqué los nombres de los pasajeros, la tripulación... sólo me encontré con dos personas que por el apellido podían ser vascas: Manuel Urutxurtu, diputado de México, y Ramón Artagaveytia, un rico uruguayo, descendiente de vizcainos. Al final, me decanté por investigar y contar las vivencias de Ramón, al cumplirse dentro de dos años el centenario del naufragio del Titanic, reconoce Hormaetxea.
Hijo y nieto de vizcainos Ramón Fermín Artagaveytia Gómez, uruguayo de Montevideo, hijo y nieto de vizcainos de Santurtzi y Barakaldo, vivió una relación con el mar que marcó su destino. Su padre, Ramón Bernardo nació en 1796 en Santurtzi, cuando su progenitor ya había fallecido. Diecisiete años más tarde murió su madre. Ante la falta de perspectivas, como lo hicieron muchos vascos, decide emigrar a América. En 1814 lo tenemos ya en Uruguay. Allí trabajó muy duro como remero en el puerto de Montevideo, con agotadoras jornadas de 14 horas. Su coraje y espíritu emprendedor le permitieron crear la primera empresa de transporte marítimo entre Montevideo y Buenos Aires. En 1826 contrajo matrimonio con María Josefa Gómez, que le dio diez hijos; el quinto, nacido en 1840, fue Ramón Fermín, que creció en una familia acomodada. Ramón fue un destacadísimo miembro del Partido Blanco, el conservador por excelencia en Uruguay y del que su padre había sido diputado, además de mano derecha del presidente Oribe.
Ramón es descrito como un uruguayo, dandy, conservador, infatigable, pródigo y generoso...., así como un gran viajero, afición que se podía permitir gracias a una envidiable posición económica: junto a su hermano Manuel disfrutaba de una de las mayores fortunas en el Río de la Plata de fin del siglo XIX.
Cuarenta años antes del hundimiento del Titanic, Artagaveytia ya había sobrevivido a un naufragio pavoroso del que se salvó al arrojarse por la borda de un buque en llamas en pleno Río de la Plata. Esta angustia fruto de la traumática experiencia lo acompañó ya de por vida. Sin embargo, tuvo que seguir embarcándose, pues por su calidad de administrador de los bienes familiares debía trasladarse con mucha frecuencia a la República Argentina, donde la familia poseía extensas propiedades, explica Josu Hormaetxea.
En 1912, el inquieto Ramón decidió atravesar el océano y viajar a Europa. Tenía una hermana en París, Matilde. Además, su sobrino Aurelio Arocena Artagaveytia e hijo de ésta, era el cónsul uruguayo en Berlín. Su propósito era volver a Francia para abordar el ya famoso Titanic -por supuesto en primera clase- en el normando puerto de Cherburgo y, por último y tras disfrutar de un crucero de superlujo, desembarcar en Nueva York y recorrer los Estados Unidos.
Seguro que desde su confortable cabina sentiría el impacto del casco contra el iceberg, y no se preocuparía en exceso. Su confianza en el nuevo navío era enorme y así se lo había manifestado a su familia. La pesadilla que lo perseguía desde su juventud reaparecía a traición y en el peor momento posible. En su juventud burló el fuego y la muerte arrojándose al agua mientras el vapor América ardía por los cuatro costados frente a Montevideo. Pero en 1912 era un anciano de 74 años en un barco que se hundía en medio del océano, rodeado de aguas heladas. Su reloj estaba parado a las 5 de la mañana; eso significa que estuvo a punto de volver a engañar a la muerte, ya que los equipos de rescate a esa hora ya habían llegado, apunta Hormaetxea.
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