LA NOVELA: Los perros
del rey es la tercera novela
del periodista Koldo Landaluze. Acción trepidante e intriga en un relato
de ficción, pero con acontecimientos reales como telón de fondo.
La novela nos lleva, entre otros escenarios, a algunos pasajes poco
conocidos de la historia de Euskal Herria, como la participación de voluntarios
carlistas en la Guerra de Secesión de Estados Unidos.
Entrevista al
autor publicada en el diario GARA (http://www.naiz.eus/eu/hemeroteca/gara/editions/2015-10-16/hemeroteca_articles/mi-reto-fue-resumir-conductas-de-novela-historica-mediante-estilo-de-novela-negra)
Su tercera
novela: acción trepidante e intriga en un relato de ficción, pero de nuevo con
acontecimientos reales como telón de fondo. ¿Por qué esas referencias
históricas?
Todo comenzó cuando topé en un mercadillo con un ejemplar de “Noticias de
la Segunda Guerra Carlista” de Pablo Antoñana; en lo que él denomina
“Epiloguillo” lanza una especie de reto en el que invita a desarrollar una
historia habitada por personajes que participaron en aquella contienda. Asumí
el reto por el aprecio que siempre he tenido a la familia Antoñana y porque me
sedujo la idea, y lo transformé en un juego literario. El juego dejó de ser tal
cuando la propia historia marcó las pautas de la trama y ello me obligó a ser
honesto con los episodios reales y, sobre todo, con los personajes.
"Los
perros del rey" nos llevan, entre otros escenarios, a algunos pasajes poco
conocidos de la historia de Euskal Herria, como la participación de voluntarios
carlistas en la Guerra de Secesión de Estados Unidos... ¿Qué le condujo a ello?
Hace varios años surgió cierta polémica en torno a un artículo publicado
por un historiador en el cual se aludía a la presencia heroica de batallones
enteros de carlistas en el bando confederado del general Lee. Ese artículo,
vitoreado por los sectores más ultraconservadores, fue respondido en diferentes
foros como falso y, mediante pruebas documentales, se demostró que la presencia
de combatientes de la Primera Carlistada en la Guerra de Secesión fue real,
pero en un número y grado de presencia heroica muy inferior al señalado en el
citado artículo.
Una novela
de estas características implica, además de la actividad narradora, un trabajo
profundo de documentación histórica... ¿Qué acaba pesando más en la obra final?
La documentación histórica supuso un auténtico quebradero de cabeza porque
tuve que desechar algunas secuencias que eran muy atractivas pero no cuadraban
con las diferentes épocas en las que se desarrolla el argumento. Por contra,
aparecieron otras ‘excusas’, sobre todo una misteriosa anécdota que me narró
Hugo Pratt (creador de Corto Maltés), que ampliaron el horizonte de la trama.
Digamos que al final logré un equilibrio entre lo que aparece en los libros de
historia y ese tipo de crónicas que rara vez aparecen en ellos.
Nos presenta
personajes perdedores, que caminan errabundos en los destinos del exilio, la
guerra, los servicios a un rey ingrato, la fatalidad... ¿Dan más juego para la
creación ese tipo de perfiles?
Sí, porque son personajes acorralados, perros salvajes. Su propia conducta
primitiva se basa en un código básico, la amistad, y ello les otorga el rango
de supervivientes, pero eso no impide que cada cual, y siendo fiel a su
conducta extrema, tropiece con motivos que cuestionan su credo. Disfruté mucho
diferenciando los perfiles de estos personajes.
El destino
empuja a los protagonistas de la historia al encuentro con una misión
enigmática cuyo origen se remonta siglos atrás. De nuevo la historia pero con
tintes casi esotéricos...
Toda la novela es en realidad un juego que funciona dentro de unas
coordenadas en las que se dan cita el misterio, lo esotérico y lo que Joseph
Conrad vislumbró al final de “El corazón de las tinieblas”. He leído infinidad
de tratados y novelas relacionadas con los templarios y, sin duda, en lo que
más tiempo invertí fue en dotar al enigma templario de una lógica que muchos
ocultan detrás de divagaciones sin sentido.
Tampoco
faltan las referencias políticas que nos conducen hasta los escenarios sinuosos
de canales y callejones lúgubres de Venecia... ¿Por qué esa ciudad?
Porque la primera imagen que me vino a la mente fue la silueta de tres
tipos con txapela, enfundados en abrigos negros y cruzando un puente veneciano
en plena noche nebulosa. Después supe que Venecia fue una parte importante de
la corte carlista afincada en el Palacio Loredan, y más tarde añadí el relato
de Pratt. Venecia aporta ese grado de magia, misterio y coartada histórica que
requería la novela.
Sus obras
son muy "visuales". ¿Existen influencias de otras disciplinas como el
cine, la novela gráfica...?
Sin duda. Mientras escribía visualizaba rostros, ropas, escenarios y
escuchaba los sonidos y voces que acompañaban a esas escenas. También quise
imprimir un ritmo vivo, no quería perderme en detalles ínfimos que solo sirven
para rellenar páginas. Mi gran reto fue resumir conductas y escenas asociadas a
la novela histórica mediante un estilo próximo a la novela negra.
ADELANTO DE LA NOVELA:
Xabier de Alzama se gira y entre los pasajeros que han abandonado los
sollados para disfrutar de los beneficios de la suave brisa topa sobre cubierta
con un grupo que no difiere en exceso de la pareja de delfines: doce hombres
juramentados en un avance interminable del que jamás renegarán y que únicamente
dejarán a su paso una tímida estela que el tiempo o el olvido se encargarán de
borrar para siempre. Tampoco las aspiraciones de gloria de estos hombres van
más allá, porque nunca han sido amigos de medallas y siempre han desconfiado de
los oficiales extranjeros que estrecharon sus manos y les otorgaron todo tipo
de elogios tras salir airosos de una misión solo apta para suicidas o estúpidos
que jamás habrían aceptado acometer semejantes empresas.
En cierta ocasión, un general de la Unión se dirigió a ellos llamándoles
«mis bravos jabalís». «La madre que lo parió –medita Alzama–, jabalís... ¡Qué
coño jabalís, somos perros! Salvajes, olvidados y sin rumbo, porque la lluvia
ha borrado el rastro de nuestros orines y tan solo nos queda tantear nuestro
regreso a algo que se atisba en el horizonte y que se supone hemos de asumir
como hogar. Ahora que el primer y segundo amo no requieren de nuestros
servicios, exigimos al tercero que sea capaz de ganarse nuestro aprecio, palmee
afable nuestros lomos, nos cautive con sus palabras y sea lo suficientemente
listo para saber azuzarnos como Dios manda y como se le presupone a un buen
rey. Solo entonces la jauría atacará sin cuartel al desgraciado jabalí y a
quien se ponga por delante. Palabra de perro».
Un tanto sorprendido consigo mismo, Xabier de Alzama esboza una sonrisa
tras dar por finalizado este parlamento absurdo y desquiciado que, en su foro
interno, ese que cada día alberga más sombras y fantasmas, no ha merecido
aplauso ni vítor alguno. Qué mal consejero es el tedio.
…
Reunidos en corro y ajenos al resto del pasaje que viaja a bordo del
“Styria”, la docena de carlistas hacen circular cigarros y comparten recuerdos.
El futuro tan solo se asoma cuando los más jóvenes preguntan a los veteranos
las habituales cuestiones relacionadas con el destino que les aguarda en cuanto
pisen tierra firme.
De los doce solo cuatro han formado parte de aquel primer Batallón Erentzun
que luchó en la guerra que dividió a carlistas y cristinos entre 1833 y 1840, y
sobre ellos recae la obligación de dar algo de luz a esa incógnita.
Sus semblantes son el fiel reflejo de lo que han vivido durante estos
largos 26 años de exilio transcurridos desde que tuvo lugar el funesto abrazo
que escenificaron en Bergara los generales Maroto y Espartero; rostros surcados
por profundas arrugas y cicatrices, un conjunto gobernado por miradas
penetrantes y un ceño fruncido constante que inspira temor a quien, por primera
vez, los observa sin prestar excesivo detenimiento. Una sensación que varía por
completo en cuanto los veteranos rompen su habitual mutismo y mencionan ese
territorio vasconavarro que se rebeló contra el poder absoluto del reino de
España y que, por causa de ello, ha de pagar muy caras las consecuencias de
semejante afrenta. Es entonces cuando el temor que inspiran estos hombres se
asemeja a una de esas baladas cargadas de melancolía que tan bien interpreta el
bardo Iparragirre.
–Tu padre te quería.
Isidro Muñiz se ha acercado hasta su posición, esboza la sonrisa constante
que se ha instalado en su rostro desde el mismo día en que se ofreció a la
comunidad carlista la posibilidad de permanecer en Idaho o retornar a Navarra.
–Nunca lo he puesto en duda –responde Xabier–. Supongo que padre tenía una
forma muy particular de mostrar su cariño.
–Tal vez deberías considerar el sacrificio que asumió en su empeño por
velar por todos nosotros y el pago que ello suponía.
–Supongo que me asiste el derecho a juzgarlo como un buen militar y un mal
padre.
Dicho esto, el hijo de Miguel de Alzama escupe un brizna de tabaco y opta
por dar un nuevo rumbo a esta conversación que comienza a desagradarle.
–Dígame, páter, ¿qué hará usted en cuanto pisemos tierra?
Cuando escucha estas palabras, una luz ilumina la mirada del cura.
–Aguardar nuestro momento, hijo mío... Aguardar pacientemente a que don
Carlos VII señale la hora de alzarse de nuevo contra los extranjeros.
–¿Todavía cree que ello es posible?
–Naciste y te criaste fuera y por eso te resulta difícil comprender, pero
ten por seguro que más pronto que tarde acontecerá.
–Tampoco padre se aplicó en exceso en este cometido. Tan solo hablaba de
hipótesis y la certeza de una tierra. Supongo que este ha sido su legado, la
pasión con la que hablaba de Navarra y del resto de las provincias hermanas.
–Zanjemos esta cuestión añadiendo que, tal vez, tu padre era en exceso
reservado. Amaba demasiado a nuestra tierra y ese fervor le llevó a sacrificar
su vida y todo cuanto poseía por proteger los viejos fueros que tantos celos
despertaron en Madrid. Xabier, tu padre abrazaba un ideario que iba más allá de
las meras pretensiones que abanderaba nuestro monarca Carlos V porque para él,
quien de verdad merecía ser coronado fue el general Zumalacárregui. Tu padre
compartía esa idea díscola y un tanto peregrina de las diputaciones vascas, que
consideraron la idea de coronar a nuestro general en Navarra y convertirlo en
rey de los vascos.
En ese momento, a Xabier le resulta curiosa la perspectiva que otorga la
muerte, porque mientras las palabras del cura se pierden en la nada, la mención
de su difunto padre ha devuelto a su mente una secuencia que ha permanecido
arrinconada durante años entre sus primeros recuerdos; él, niño, montado a
lomos del coronel mientras correteaba por las llanuras de Cuchilla de Yucutujá.
Una instantánea vivida en ese tránsito que fue para la comunidad exiliada la
Guerra Grande que tuvo lugar en Río de la Plata y en la que, con soldada de
mercenario, participaron los hombres de Alzama.
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