A finales de los años 80 del siglo
XX, los diferentes movimientos juveniles responden al cambio político. Algunos
asumen el lema sexo, droga y rock and roll como los principios de su
sistema de valores. La novela Las calles interminables retrata a la
juventud de aquella época, en una especie de alegoría agridulce del felipismo.
En sus páginas, se manifiesta de qué modo afectaba a la sociedad el fenómeno
del terrorismo, tanto de ETA como del GAL. En este sentido, el autor busca
enriquecer el debate sobre el relato del conflicto vasco o, mejor dicho,
vasco-navarro. Asimismo, aborda el tema de la pobreza, de la precariedad
laboral y de los sistemas de protección y bienestar social de aquellos años.
Todo ello en el contexto del fin de la Guerra Fría, la perestroika y la
inminente caída del Muro de Berlín, elementos que explican en parte el
comportamiento de un sector importante de la juventud. Así, aparecen rockeros,
hippies, punkies, yonquis... una diversa fauna urbana que, en cierto modo, se
ha visto recompensada en nuestros días por la concesión del Premio Nobel a Bob
Dylan, uno de los máximos exponentes de la contracultura. A la vez, las figuras
e imágenes de las consecuencias del maltrato escolar o bullying y de la
presencia de adolescentes con alta capacidad intelectual se muestran como
problemas que la sociedad no sabía tratar ni resolver. Mientras tanto, la
Universidad Pública recibe un enorme impulso y surgen las primeras generaciones
de universitarios de origen proletario.
En este contexto social, Antton, un
muchacho de apenas dieciséis años, simpatizante abertzale y aficionado
al rock duro, se adentra por las calles más peligrosas de su ciudad, localidad
indeterminada de la Zona Media de Navarra.
Para
saber más sobre el autor: https://albertoibarrolaoyon.wordpress.com/
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