El escritor Txomin Peillen
es un gran desconocido, incluso entre los propios vascos, pese a ser uno de los grandes cultivadores del
euskera y también uno de los primeros que escribió, en este idioma, novela
policíaca. Iñaki Mendizabal le ha entrevistado para el periódico DEIA (http://www.deia.com/2014/03/23/ocio-y-cultura/cultura/vivo-en-casa-pero-rodeado-de-extranos)
Nació en París, en el seno de
una familia euskaldun. Recuperó su idioma a los 13 años, tradujo su primer
texto a los 16 y con 17 escribió su primer poema. En París conoció a Andima
Ibiñagabeitia (su maestro), a Jon Mirande (enfant terrible de la
literatura en euskera) o a Federico Krutwig; fue testigo del ensañamiento de
los soldados franceses en la guerra de Argelia; fundador de la revista Igela(1962),
ha publicado una treintena de libros en distintos géneros; renovador de la
lengua vasca y de su literatura, es licenciado en Ciencias en la Universidad de
Sorbona y doctor por la Universidad de Burdeos; investigador incansable de
aspectos relacionados con la biología, la historia de las ideas y la
lingüística; académico de Euskaltzaindia desde 1988; profesor emérito de lengua
y literatura vasca en la facultad de Bayonne-Anglet-Biarritz... Y, aún así,
Txomin Peillen sigue siendo un desconocido para la mayoría de los vascos. Él
cree saber el porqué de tanto ostracismo: "No hay obra mía traducida. Ha
pasado con otros escritores, como San Martín o Etxaide. Y Aresti se salvó
porque le tradujeron Harri eta Herri. Ya, ¿pero alguien se acuerda de Maldan
behera, su obra maestra? Nadie". Peillen visitará Bilbao el 29 de
marzo, invitado por el festival de las letras, Gutun Zuria. Un reconocimiento
de justicia para un intelectual atípico.
Nació en París, en 1932. En
aquella época y para un euskaldun, París sería la mitad de la nada.
Casi. Mis padres emigraron
de Zuberoa en busca de una vida mejor. Fueron de los primeros suletinos en ir
allí, porque la mayoría emigraba a Burdeos. En el siglo XX había muy pocos
vascos en París, y en el XIX casi ninguno. Tengo constancia de uno. Se llamaba
Mauri y se hizo euskaldun en Durango.
¿Se acuerda mucho de su
familia zuberotarra?
Viajé a Zuberoa por
primera vez con 7 años. Allí descubrí la naturaleza. Me acuerdo también de mi
abuelo, que fue un tacaño. Mandó a sus hijos a trabajar a casas de burgueses,
como criados, y él vivía a costa de ellos. Además, con el dinero hacía cosas
extravagantes, como comprar acciones de Rusia a un primo suyo.
Su padre llegó a ser policía
en París. Y luego, miembro de la Resistencia.
Trabajó en muchos oficios
y al principio vivió en casa de un primo de Barkoxe. Los vascos se amontonaban
en los pisos de otros vascos. Aprendió a leer y a escribir por las noches y así
consiguió un puesto en la policía. Eso le salvó de ir a la guerra, pero un día
se nos apareció con un fusil mauser en casa. Era de la Resistencia.
¿Ha vuelto a ver ese mauser?
No, ese rifle debe estar
escondido bajo tierra en algún lugar de Zuberoa, pero nadie de la familia sabe
nada... o no me lo quieren decir (risas).
Alguna vez ha contado que su
padre llegó a renegar de Euskal Herria.
Nos decía que olvidáramos
nuestro pueblo, que Euskal Herria era un proyecto yermo. Desde muy pequeñito le
metieron eso en la cabeza. Fueron los maestros y los curas. Había trabajo en
las fábricas de Maule, pero incitaban a la gente a salir fuera. Los burgueses
preferían a trabajadores españoles pobres, porque decían que eran más maleables
que los vascos.
¿Y las mujeres?
Les decían que era mejor
ir a París, que si se metían en una fábrica de Maule se convertirían en putas.
Les convencían para ser criados a las órdenes de burgueses, porque así les
tenían controlados.
¿Sus padres no hablaban
euskera?
Mi padre me decía que no
perdiera el tiempo con el euskera y me hablaba en francés. Pero entre ellos
hablaban en euskera.
¿Y a qué se debía ese
rechazo?
Esa tendencia comenzó
después de la Guerra del 14, porque los soldados vascos que regresaban a casa
lo hacían acomplejados por no saber francés. En el Ejército lo pasaron mal.
Se avergonzaban.
Sí. Fíjate: en Zuberoa
muchos niños han aprendido euskera con sus abuelos, porque sus padres no
querían hablarles en su idioma materno.
El euskera sigue pasando por
una situación difícil en Iparralde.
Está mal. Con eso no
quiero decir que no haya euskaldunes en Iparralde. Habrá unos 60.000, pero se
están haciendo viejos; la población suletina es vieja. Los jóvenes que se afrancesan
se marchan a las ciudades. Los jóvenes que saben euskera han estudiado en
las ikastolas, pero el euskera no tiene protección legal aquí. La situación es
alarmante. La gente no tiene los complejos de antes, pero los niños con tres
años entran de lleno en el sistema francés y salen de ese sistema educativo con
20 años. Yo me siento extranjero en Francia. Vivo en casa, pero rodeado de
extraños.
Antes de empezar a publicar,
estuvo en la guerra de Argelia, como enfermero. Acaba de salir la reedición de
'Aldjezairia askatuta', donde cuenta su experiencia en tierras africanas. ¿Le
marcó esa guerra?
Sin duda. No nos dejaban
curar a los cautivos heridos, pero a veces los cuidábamos, sobre todo a
aquellos que estaban malheridos. Una vez ayudé a uno que estaba moribundo y los
oficiales me decían que lo dejara morir. Tenía un cómplice, un sargento, que me
ayudaba. Al moribundo le di morfina y murió esa noche.
¿No llegó a perder la fe en
el hombre?
Yo soy ateo. Cuando
empiezan a decir esto está bien hecho, esto está mal, me hablan de ángeles y
demonios... Yo siempre digo lo mismo: cada persona es medio diablo y medio
ángel. Quizá no sean esas las proporciones, pero ambos están dentro de
nosotros. Los hombres hemos inventado el demonio, los ángeles... y a dios, por
supuesto. El hombre es así, tiene de lo bueno y de lo malo.
¿Cómo se hizo ateo?
La vida me ha hecho ateo.
Pero yo he leído muchas obras en las que se analizan distintas religiones, y
ahí detecto sus contradicciones.
Recuperó el idioma a los
trece años.
Sí, por desafío y por
orgullo. Mi hermano y yo leímos en En France (escrito por el geógrafo
bearnés Onesime Reclus) que el euskera no valía para nada. Estábamos irritados,
pero también es verdad que yo era el único que no hablaba euskera en toda mi
familia, y eso me preocupaba. Ibiñagabeitia fue mi maestro. Le conocí en París,
en la delegación del Gobierno vasco. Él me dijo: primero aprende euskera y
luego decidirás si ser abertzale o nacionalista.
Saizarbitoria también ha
escrito alguna vez sobre la diferencia entre nacionalista y abertzale.
Los abertzales aman su
tierra y los nacionalistas persiguen una utopía.
¿Empezó a escribir en euskera
a los 16 años?
Aprendí con el método de
López Mendizabal, que todos critican pero que a mí me sirvió.
Y usted empezó escribiendo en
el dialecto labortano...
Junto con el suletino,
aprendí el guipuzcoano y el labortano. Empecé a escribir una especie de
guipuzcoano salpicado con vocabulario labortano, sí. Una mezcla rara.
Se refiere a 'Itzal Gorria',
su segundo trabajo.
Sí, y Gauaz ibiltzen
dena.
Ese libro fue una de las
primeras novelas del género policíaco que se escribieron en euskera.
Sí, y después de esos
libros poco a poco me fui decantando por el batua.
En los años 60 había pocos
autores escribiendo en euskera. ¿Tenían dificultades para hacerlo?
Muchas. Hasta Etxaide tuvo
problemas para publicar una obra suya. Mirande igual. Y yo lo mismo, porque
criticábamos a la Iglesia y a la burguesía de la época. Y en Hegoalde no solo
era el Franquismo, porque entre los abertzales también había censores, sobre
todo entre el clero. Escribíamos en Euzko Gogoa y Egan, pero no
nos publicaban todo. Ahí es cuando Mirande y yo decidimos crear Igela,
una revista en la que escribimos lo que quisimos.
Lo curioso es que cincuenta
años después muchos de ustedes siguen siendo desconocidos.
Porque a nosotros no nos
han traducido. Y yo, además, no escribo novelas sobre el conflicto vasco.
Muchas veces sitúo las tramas fuera de Euskal Herria, y eso no cuadra. Los
vascos seguimos mirándonos al ombligo.
Usted fue amigo de Jon
Mirande. ¿Cómo le conoció?
Coincidimos en las clases
de Ibiñagabeitia. Jon era un hombre tranquilo, afable en el trato, y lo fue
hasta el final de sus días. ¿Quién iba a imaginar que dentro de aquella cabeza
anidaba una tormenta? Era un hombre cercano y educado. Y muy puntual.
Alguna vez ha comentado que
unos amigos bretones le incitaron al fascismo y a la bebida.
La cosa venía de antes,
porque fue un profesor de filosofía quien le metió en la cabeza esas cosas. El
tipo era un faxista. Los últimos años de su vida me dijo que andaba con algunos
nostálgicos franceses que hicieron la guerra contra Rusia, junto a los nazis,
exmiembros de LVF que pertenecieron a la división Carlomagno. Él estaba
desecho. Iba del hospital a la bebida y de la bebida al hospital.
¿Y usted percibió ese cambio
en el modo de pensar de Mirande?
Cuando le conocí ya había
traspasado esa frontera. Pero en ese momento aún le guardaba cierto respeto al
catolicismo, respeto que luego desapareció. Criticó mucho a la Iglesia, también
por el papel que jugó en la incorporación de Navarra a Castilla.
Siempre ha dicho que Mirande
ha sido uno de sus fracasos.
Sí, no pude apartarle de
los nazis ni de la bebida. No me hacía caso.
Y tiene una segunda espina
clavada en el corazón...
Sí, no conseguí
reconciliarme con Alfontso Irigoyen. Era un hombre de mucho carácter.
Se atrevió usted también con
la política, presentándose en Iparralde bajo las siglas de EA. ¿Por qué se
metió en política?
Porque soy pesimista. Y,
como buen pesimista, activo. El optimista, por contra, está contento y no hace
nada para cambiar las cosas.
¿Se arrepiente?
No, y me ha servido para
hacer algunos enemigos (risas). Yo no soy muy diplomático, y el mío no es un
pensamiento uniforme. Los zuberotarras somos así, heterodoxos y anárquicos.
¿Y cómo se ve Hegoalde (País
Vascoespañol) desde Baiona?
Ha cambiado mucho en 50
años. La mayoría de los vascos son urbanitas, y no sé si eso nos ha beneficiado
mucho; al menos no en todo. Ibon Sarasola decía que ya tenemos una cultura
vasca moderna, pero ahora no sabemos distinguir un roble de una haya. ¡Es
penoso!
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