sábado, 14 de julio de 2018

"TXAPELA NOIR", LA NOVELA NEGRA VASCA EN LA SEMANA NEGRA DE GIJÓN

Este año la Semana Negra de Gijón, que siempre ha tratado inmejorablemente bien a los autores provenientes de Euskal Herria, se ha esmerado aún más, si cabe, con los escritores vascos, habiéndose producido una serie de presentaciones de novedades literarias e incluso una Mesa Redonda dedicada, precisamente, al auge de la más reciente Novela Negra Vasca. Eso sin mencionar el “Premio Hammett a la Mejor Novela Negra en Castellano” otorgada a Juan Bas por su novela El refugio de los canallas. El mérito del premio es, por supuesto, del autor, que ha escrito una estupenda novela, pero siempre agrada que se reconozca el trabajo bien hecho.


Dentro de ese especial interés que ha suscitado en Gijón la Novela Negra Vasca, Jesús Palacios, uno de los cronistas del periódico A Quemarropa, algo así como el diario oficial de la Semana Negra, con un ingenio no exento de buen humor, ha etiquetado como “Txapela Noir” a las obras de género negro escritas por autores vascos. No sé si ese simpático término se consolidará, pero personalmente me ha parecido una idea francamente simpática y, recogiendo un invisible guante, he decidido utilizarla.
Y del mismo modo utilizo los artículos que, hasta el momento, la propia revista A Quemarropa, ha dedicado al Txapela Noir, al que le deseo, y confío en que sea un deseo general, larga y exitosa vida, y los reproduzco en esta entrada del blog.

(10-07-2018) La novela negra española en general y vasca en particular fue ayer protagonista casi absoluta del Espacio A Quemarropa y prácticamente de toda la jornada semanera. Así pues, comenzó la cosa con un entusiasmado y arrabatado —en sentido ZuluetaLuis Artigue presentando Un dios ciego de Javier Sagastiberri, autor que cambió su sórdida existencia en el mundo de las finanzas, como buen licenciado en ciencias económicas (aunque también, oiga, en filología hispánica), por un brillante y glamuroso presente millonario como autor de novela policíaca, profesión que, es bien sabido, te permite vivir el resto de tu vida a todo tren. Novela que, en gritos de Artigue, se convierte, a partir de dos tramas criminales aparentemente inconexas que habrán de confluir finalmente, en verdadera crítica de una sociedad que se rinde a «la opulencia por la opulencia», articulándose como retrato del barrio bilbaino de Neguri, pijo donde los haya, a la par que como divertimento metaliterario por el que pululan personajes y autores de otras novelas vascas de género negro, tomados en préstamo por su autor.
Un buen rato después precisamente, subiría también al escenario del Espacio A Quemarropa Antón Arriola, cuyo sacerdote jesuita ateo y poco menos que excomulgado a la par que antropólogo experto en misterios arcaicos es, a su vez, uno de los que aparece, cameo mediante, en la novela de Sagastiberri, si bien aquí, según confesión convicta de Arriola, su segunda aventura, El caso Newton, está equidistante de la novela negra y el thriller esotérico y culterano, con manuscritos robados del Newton alquimista y hereje y del mismísmo Erasmo, apariciones estelares del Priorato de Sion y un grupo terrorista nihilista que ríase usted del realismo especulativo y del Nihil desencadenado de Ray Brassier.
Para poner la nota femenina a este nuevo “txapela noir” que viene de nuestros cantábricos vecinos, gracias fundamentalmente a la labor de la colección Cosecha Roja de la editorial Erein, principal culpable de esta oleada terrorífica que no terrorista en el mejor de los sentidos de novela policíaca con acento vascuence, remató la tríada euskera Noelia Lorenzo Pino con su obra Corazones negros, también publicada en el mismo sello, en la que esta experta tejedora de tramas y personajes criminales, que confesó ser apasionada de la moda y profesora de corte y confección (profesión que no sé por qué se me antoja inquietantemente aneja a la de novelista policíaca, será por las tijeras…), pone de nuevo en escena a sus personajes Eider Chasserau y Jon Ander Macua, esta vez en una sórdida y triste trama de porstitución forzada y trata de carne humana de la que es víctima y protagonista a su vez Anna Karlatos, una joven griega atrapada en sus oscuras redes. Tanto El caso Newton como Corazones negros fueron presentadas por Nacho S. Álvarez, quien no sólo demostró haber leído los libros de cabo a rabo, sino estar poco menos que enamorado de ellos y, sobre todo, de sus autores, llegando a confesar en un conmovedor arrebato que leyendo determinado momento de Corazones negros no había podido evitar derramar un torrente de lágrimas. Yo ya le he dicho a Nacho, aprovechando mi esquizofrénica condición de cronista, presentador, autor y columnista (Quadrophenia, que decían The Who antes de CSI), que la próxima vez que tenga libro quiero que me lo presente él, porque además de dejar hablar a los escritores, leerse sus libros y entenderlos, se emociona tanto que nadie que le escuche y vea puede después dejar de comprarlos, a riesgo de quedar como un alma insensible con corazón de piedra.
La batería de actividades acogidas ayer por la Carpa del Encuentro se cerró con una interesantísima mesa redonda sobre la novísima narrativa vasca, que contó con la participación de Javier Sagastiberri, Noelia Lorenzo Pino y Antón Arriola, y fue conducida por Ángel de la Calle y Nacho S. Álvarez. Todos coincidieron en señalar y celebrar la maravillosa «eclosión» de escritores de novela negra que ha vivido Euskadi en los últimos años. Recordaba Sagastiberri, el mayor de los tres escritores invitados, que cuando él empezó a escribir, «sólo teníamos a los clásicos: José Javier Abasolo y Jon Arretxe, y además dos clásicos un tanto recientes, de los años noventa: nada que ver con la larga tradición de Barcelona y Madrid». Era aquél un vacío sorprendente, dijo Sagastiberri, toda vez que «el paisaje de una ciudad como Bilbao en los años setenta y ochenta era un paisaje típico de novela negra: crisis industrial, derrumbe, violencia, incluso violencia política… Había muchos elementos para que hubiera nacido allí una novela negra, pero no nació. Sin embargo, ahora que hemos conseguido la paz política y que Bilbao se ha convertido en una ciudad luminosa, de repente empezamos a escribir». Coincidió Noelia Lorenzo en señalar también un boom del que ella responsabiliza a Dolores Redondo, escritora exitosísima que «arrastró mucho al lector hacia la novela negra». Lorenzo señaló también que, pese a la omnipresencia del terrorismo en la sociedad vasca durante muchos años, «nuestras novelas no tratan sobre ello. Quedamos tan dolidos de todo ese tema que huimos de él. Reflejamos lo negro de la sociedad, pero alejándonos de esa parte». Antón Arriola se mostró de acuerdo. Los escritores vascos, dijo, han querido «abrirse a otras cosas; y hacemos que nuestros protagonistas sean gente curas con amantes, gente que viaje… Procuramos huir del esencialismo vasco». ¿Existe algún rasgo común que caracterice a la novela vasca al modo como los hay que se pueden señalar que caracterizan a la novela nórdica u otras? Existe al menos uno: «la luvia permanente». Lo dijo Sagastiberri, que contó que, antes de la mesa, los tres escritores habían hablado de que sus novelas no se parecían en nada. Fue Nacho S. Álvarez quien les dijo: «Hay una cosa en la que sí que se parecen: en todas llueve que te cagas». También se suele dejar muy bien en las novelas vascas —se señaló— a los cuerpos de seguridad, y particularmente a la Ertzainza. «Es muy difícil poner mal a un ertzaina después de lo que los han vapuleado durante años. Para un sector muy vociferante de la sociedad vasca, eran los zipaios, los traidores que colaboraban con el enemigo. El de fuera podía ser un hijo de puta, pero estaba haciendo su labor; pero el zipaio era de aquí, y eso a toda esta gente le resultaba intolerable», explicó Antón Arriola, el ertzaina protagonista de cuyas novelas es «un hombre comprometido y honrado hasta las cachas». También procuran los novelistas vascos, señaló Arriola, «celebrar la vida» y reflejar cómo «Euskadi ha cambiado mucho en los últimos años y Bilbao en particular ha sufrido una transformación brutal que en general ha sido para bien, aunque haya nostálgicos que echemos de menos determinadas cosas que se perdieron». Se señaló también en la mesa el «buen rollo» que mantienen todos los escritores vascos entre sí. Sagastiberri lo ejemplificó contando que él suele servirse en sus novelas de personajes reales e incluso ficcionales: del Goiko de Abasolo y también de Jon Arretxe, que accedió a convertirse en un personaje de las novelas de Sagastiberri sólo a cambio de que fuera «lo más cutre que pudiera». Sagastiberri accedió encantado y presenta en sus libros a un Arretxe vestido con «un pantalón de chándal de mierda y una camiseta de propaganda de pienso para perros». Arretxe, dijo, «estaba feliz».

(11-07-2018) Tuvimos también ayer nuestra ración de “txapela noir”, esta vez procedente de Navarra, con la presentación de la nueva novela de Susana Rodríguez: Te veré esta noche. Se trata de la tercera aventura del inspector Vázquez. La presentación corrió a cargo una vez más de José Manuel Estébanez, quien señaló la capacidad de la escritora para desarrollar tramas paralelas y complejas donde lo personal y lo psicológico se ensamblan perfectamente con la construcción de un complicado misterio policial, que en alguna medida Susana Rodríguez resumió con el axioma de que «nadie conoce a nadie» y al parecer su policía protagonista todavía menos que nadie.

(12-07-2018) El “txapela noir” hizo doble acto de presencia, esta vez con dos de sus más talludos y decanos exponentes, primero con José Javier Abasolo, cuya novela Asesinos inocentes fue introducida por el siempre agradecido y entusiasta Luis Artigue. Siguió éste desarrollando su teoría de la novela negra gamberra vasca, destacando el papel que tiene en ésta el sentido del humor, especialmente en una que, aunque se inscribe parcialmente en la tradición del noir judicial —ejemplificada por personajes míticos del género como Perry Mason o autores antaño de moda como John Grisham, estando protagonizada por un abogado en el papel de investigador—, éste resulta ser, en palabras del propio Abasolo, un «auténtico cabrón, obsesionado por la pasta y el sexo» y no podría estar más alejado de los tópicos al uso. Curiosamente, los abogados que la leen se quedan tan contentos, porque parecen creer que su autor está siempre hablando de alguno de sus compañeros de profesión y nunca de ellos mismos. Lo divertido es que Abasolo tuvo la idea de hacer de un abogado su nuevo protagonista para presentar la novela a un concurso literario convocado por el Colegio de Abogados…, pero al final decidió no intentarlo siquiera, porque le había salido un personaje tan cínico y poco ejemplar que difícilmente habría podido hacerse con el susodicho premio concedido por el gremio. Simpático en su veteranía y buen hacer, a José Javier Abasolo tengo que agradecerle también, y mucho, que fuera prácticamente el primer escritor de novela negra que pasara por aquí declarando estar «totalmente en contra de los autores que dicen “yo no escribo novela negra” cuando se refieren a sus novelas negras», extraño vicio demasiado extendido creo yo por la profesión.
El otro y no menos brillante y divertido exponente de este “txapela noir” que —parafraseando de nuevo a Luis Artigue— tiene mucho de novela picaresca y esperpento que visitara ayer el Espacio A Quemarropa no fue otro que Jon Arretxe, quien bien acompañado y conducido por Noemí Sabugal cerró la tarde noche presentando con gracia inigualable su novela La banda de Arruti, peripecia criminal y barriobajera cuyo escenario son las fiestas de Basauri, localidad de la que es oriundo el propio Arretxe, y que tras la descripción del autor quisiéramos todos que fuera también nuestra patria chica. En su depauperado y sórdido pero al tiempo entrañable decorado tienen lugar las desventuras de la banda de pringados protagonista: cuatro supervivientes natos tras la pista de unas joyas robadas que van sembrando el caos y la destrucción en medio de las fiestas de San Fausto, con actuación de Georgie Dann incluida (todo ello basado en hechos reales, por supuesto) y consumo desmedido de zurracapote, mejunje alcohólico y dulzón típico del lugar. Sin descuidar la descripción de una ciudad degradada por el paro, la desindustrialización y la crisis, Arretxe se centra en sus personajes y situaciones tan violentos como, según la sonrojada Noemí, inevitablemente hilarantes, en una novela macarra con la que su autor se ríe de sí mismo y de su amada ciudad, a la que no dudó en calificar como «el pueblo más feo de Euskadi», siguiendo el ejemplo de algunos de sus autores favoritos de novela negra, como el dos veces noir Chester Himes o el francés Daniel Pennac. Aunque se resistió al calificativo de «nueva novela negra vasca» sí que, en presencia de testigos, hubo de admitir que algo hay de particular en la manera en que se acercan vascos y navarros al género, siempre con mucho humor negro y espíritu gamberro.


(14-07-2018) «Enorme ilusión y felicidad» le produjo ayer a Juan Bas ganar el Hammett 2018 por su El refugio de los canallas, una novela sobre el odio y ETA en la que Bas aparca su humor habitual para poner en escena a una serie de personajes inspirados en los que protagonizaron el período de actividad de la banda terrorista, a los que se va dando voz a través de una estructura de saltos en el tiempo entre 1942 y 2015: desde miembros de comandos hasta familiares, políticos y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. De ella valoró el jurado especialmente su «profunda implicación con la temática de la violencia y sus consecuencias en el País Vasco sin descuidar una elevadísima calidad literaria». Bas fue galardonado además con el SN-BAN!, un premio especial instituido hace algunos años y que consiste en un intercambio de autores entre la Semana Negra y el festival Buenos Aires Negro, que Bas visitará en consecuencia el año que viene.







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