lunes, 7 de diciembre de 2020

EL CASTELLANO, EL EUSKERA Y MATRIX

 Tras leer el artículo de Mario Vargas Llosa sobre la catastrófica situación de la lengua castellana por culpa de las pérfidas maniobras de los hablantes de las lenguas periféricas, he recordado un artículo que publiqué hace años, a raíz de un “Manifiesto” parecido, en la revista digital NABARRALDE. Como en ese digital ya no se puede encontrar el artículo he decidido reproducirlo aquí, sin modificar su contenido, por lo que habrá en él cosas que hoy hasta pueden ser chocantes. O simplemente curiosas. Pero, por desgracia, creo que el fondo del artículo está vigente.

 

               


EL CASTELLANO, EL EUSKERA Y MATRIX

 

La pasada noche apenas he conseguido descansar ni un momento, una idea que revoloteaba en mi cabeza no me dejaba dormir con tranquilidad. Por fin, cuando el despertador ha sonado, me he levantado de la cama y antes de ir a la ducha he encendido la radio. Tenía temores fundados de que mi tranquilo mundo se hubiera venido abajo, pero no, las cosas al parecer seguían como siempre, en onda media cinco de las emisoras transmitían en castellano mientras que tan sólo una de ellas se aferraba aún al arcaico vascuence. En frecuencia modulada se podía escuchar alguna más en euskera, pero afortunadamente el castellano conservaba su situación predominante y podría decirse que ganaba por goleada.


Cuando convenientemente aseado y desayunado he salido a la calle, he cumplido con mi rito diario de acercarme al kiosco en el que habitualmente compro el periódico. Por curiosidad y también, por qué no confesarlo, porque aún no se me había ido del todo la desazón que se había apoderado de mi mente, he comprobado en qué idioma estaban redactados los periódicos que el quiosquero tenía expuestos a la venta. Sí, es verdad, había uno en el perturbador idioma vasco, pero la inmensa mayoría estaban escritos en castellano. Y lo mismo podía decirse de las revistas, salvo alguna que estaba en inglés. Al ver esto último he sonreído con satisfacción, somos un país culto que aprecia la riqueza de las diferentes lenguas que hay en el mundo.

Ya más reconfortado me he acercado a la oficina de la administración en la que trabajo. Allí todos mis compañeros se relacionan conmigo en castellano, incluso algunos que (lo sé, aunque ellos, avergonzados por el carácter excluyente de esa habilidad, no lo reconocen abiertamente) hablan perfectamente el euskera. Es cierto que algunas de las personas que tratan con nosotros desean ser atendidas en el idioma vernáculo, y así lo hacemos, pobrecitos, en el fondo es enternecedor que se aferren a una antigualla, pero en su mayoría son gente razonable que se comunican con nosotros en castellano. Como debe ser.

Durante un descanso en el trabajo he echado un vistazo a la cartelera cinematográfica, ya que un día de estos tengo la intención de ir a ver una película. De las veintisiete salas que hay en mi ciudad, en veintiséis las películas se emiten en castellano y sólo una en euskera. ¡Qué faena para los euskaldunes!, me dice un compañero de trabajo un poco sinsorgo, pero como yo le digo, nadie les impide ir a ver cualquiera de las otras películas. Al fin y al cabo se supone que saben castellano, al menos, según la Constitución, su conocimiento es obligatorio.

Por la tarde, cuando regreso a la calidez del hogar, cansado de la dura jornada laboral, enciendo el televisor. El nuevo sistema TDT me ofrece más de veinte canales gratuitos y el satélite multiplica, aunque sea pagando, esas opciones. Recorro con inquietud todos los canales que gracias al maravilloso invento del zapping están a mi disposición y, para mi tranquilidad, sólo uno transmite en euskera, el resto lo hace en un castellano perfectamente reconocible e inteligible.

Por fin me vuelvo a acostar, con el cuerpo y la mente ya tranquilizados del todo gracias a las comprobaciones que he ido efectuando durante el día. Pero de repente, el desasosiego retorna, me doy cuenta de que algo está mal. Si un eminente grupo de intelectuales ha elaborado un manifiesto en defensa del castellano, eso tiene que deberse a que, efectivamente, el castellano está en peligro. Entonces, ¿por qué yo no he vislumbrado ese peligro, pese a haber estado todo el día atento? He pensado mucho en ello y por fin lo he comprendido. En realidad vivo en una sociedad en la que el castellano ha desaparecido y el euskera se ha impuesto en todos los ámbitos, pero al igual que en la película “Matrix”, en la que a los ciudadanos se les había sometido a una realidad virtual que les mantenía en la ignorancia, en mi caso ocurre lo mismo, alguna mano negra (y, por supuesto, vascoparlante) me ha introducido en una realidad virtual en la que se produce la ficción de que el castellano es el idioma preponderante y dominante para que no se me ocurra rebelarme. Pero conmigo están muy equivocados, he logrado desenmascarar a ese siniestro Matrix euskaldun y por fin he comprendido que la auténtica realidad es la que dicen los firmantes del manifiesto, el castellano está en peligro y los ciudadanos de bien debemos acudir a salvarlo. Mañana, cuando me despierte, lo primero que haré será, precisamente, firmarlo.


 

 

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