Partiendo de su propia experiencia, Pedro Esarte ha entrevistado a antiguos compañeros de oficio para mostrar la vida del contrabando en Baztan. Como resultado, ha recopilado numerosos datos y anécdotas que hasta el presente habían quedado al alcance de muy pocos, pues el contrabando ha sido un asunto tabú. Pero Esarte no sólo ha escrito un libro de lectura muy amena, sino que ha enmarcado aquella actividad en su contexto social y político, en plena posguerra, como consecuencia de imposiciones más antiguas. La falta de muchos productos de primera necesidad, las penurias económicas y la necesidad de mejorar forzaron a muchas personas a hacer de este oficio un medio de vida. Con el tiempo, las cambiantes condiciones económicas generales influyeron y conformaron los modos y fines de los protagonistas.
Aunque no se agota en sí mismo, este libro ofrece un retrato de la vida del Valle de Baztan en aquellos difíciles años, retrato común a gentes de otros valles repartidos a ambos lados del Pirineo.
Artículo aparecido en el Diario Vasco el 20 de diciembre de 2011. Redactora; Alicia Del Castillo.
A pesar de los años transcurridos desde que se dedicaron a ello, el tema del contrabando aún es tabú para muchos en Baztan. Sin embargo, Pedro Esarte (Elizondo 1936), que se dedicó al conocido como 'gau lana'-trabajo de noche- antes que a la historia y a la escritura, ha conseguido reunir recuerdos y datos, propios y ajenos, en El contrabando en Baztan contado por sus protagonistas (Editorial Pamiela).
Al ver publicado hace unos meses un libro sobre el contrabando en el Valle, Esarte comentó a su editor, si alguien puede escribir sobre contrabando en Baztan, ese soy yo. Así surgió el libro, un compendio de sus andanzas y las de su propia familia, pero también la de muchos baztandarras que le han ofrecido sus recuerdos cuando la mayoría de aquellos jóvenes ya ha cumplido los 70 años y ven como muchos otros han fallecido llevándose aquellas historias con ellos. Es un desnudo histórico y literario empezando por mí y siguiendo por quienes me han prestado su colaboración, afirma Esarte, porque en Baztan de eso no se habla, como le dijo un anciano de 93 años.
El contrabando de mediados del siglo XX fue la rémora del atolladero y las consecuencias dejadas tras la guerra del 36. Ayudó a solucionar necesidades, gracias a los géneros de todas clases que irónicamente provenían de quienes tuvieron la calamidad de una guerra posterior a la ocurrida en la península. Extraña que tras la terrible guerra europea, tuviéramos que abastecernos desde el otro lado de la frontera de alimentos básicos como el pan.
Se hacía contrabando con el tabaco y los géneros de lucir como las famosas medias de cristal, las puntillas o la perfumería, como artículos para revender y con sus beneficios, comprar los alimentos y productos de primera necesidad. Luego vino el aprovechamiento de los residuos de la guerra europea, tanto de materiales de desecho como piecerío, para el arranque industrial, transportes.; el cobre para las necesidades primarias, incluidos los tendidos eléctricos y telefónicos, y también habla Esarte del contrabando de ganado.
En una cena que organizó con amigos que quisieron hablar cuando les comentó el tema del libro, salieron muchos recuerdos. He escrito con pseudónimos algunas historias porque así me lo han pedido, algunos protagonistas han muerto y a donde algunos no he ido a preguntar porque sabía que no iban a querer hablar. E incluso algunos salen sin pseudónimo. Esarte es tajante cuando afirma que no hay nada de lo que avergonzarse. Yo fui chamarilero por necesidad, chatarrero minorista. La furgoneta de la carnicería -del negocio familiar- no llamaba la atención porque para ir al matadero teníamos que pasar por la aduana.
Como cuenta Esarte, para poder acarrear los bultos durante la noche, los porteadores de paquetes de puntilla, telas y otros objetos voluminosos, se montaban el paquete sobre las espaldas y se ajustaba con una cinta ancha que se bordeaba por la frente, el kopetako, y cruzaba por la cabeza. Normalmente se llegaba con paquetes de entre 30 y 35 kilos a Elizondo. Para el acarreo del cobre se emplearon desde carros de mano y bicicletas con remolque, hasta carros de caballos y leras de vacas. Esarte cuenta las trampas que preparaban en el interior de los coches, los dobles fondos y dobles suelos, o los troncos vaciados y en cuyo interior se apilaban los rollos de cobre. Porque para transportar el hilo de cobre se reducía en rollos prensados como ovillos, trabajo que originaba intoxicaciones, mucosidades negras, toses, inapetencia y pérdida de peso.
Recuerda también que la utilización de religiosos en los viajes fue una opción muy socorrida, por el respeto que imponía su presencia.
Lejos de realizar un relato romántico, Esarte rescata también de la memoria los contrabandistas encarcelados, heridos, incluso muertos por disparos de los guardias, porque no siempre era posible ponerse de acuerdo con los agentes.
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