En el país más profundo de un país una aldea bautizada Dismundo, la negación del mundo, vive un abandono sin horizontes ni destino. Rogelio Blanco ofrece nueve retazos de un universo rural del que todos apartan la mirada y en el que los muchachos aspiran a cultivar la tierra de algún amo y las chicas a emigrar a la capital como criadas. Con una humildad que rebosa ternura, emoción y lirismo humano se cuentan las historias cotidianas de Armelinda, Domiciano, Leontino, Robustiano, Librada… Personajes de nombres atávicos, la mayoría de raíz visigótica, que han logrado escapar de la muerte: la mitad de la tumbas del cementerio pertenecen a niños que duermen el sueño eterno bajo los brezales acosados por el viento. En palabras de Juan Gelman, “un universo nocturno en el que hay que aguzar la vista para apreciar el fulgor de cada uno de sus astros”.
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