En 1954, a
sus 66 años de edad, Raymond Chandler era uno de los escritores de
novela criminal más importantes del mundo. Estaba considerado unánimemente un
maestro, creador de caminos nuevos para el género negro, pero también uno de
los retratistas más agudos de la sociedad estadounidense. En países como el
Reino Unido, su obra se publicaba al margen de etiquetas, y entre sus
seguidores se contaban no pocos reputados críticos del mercado anglosajón a un
lado y otro del Atlántico. Acababa de publicar su mejor y más extensa novela, El largo adiós, y, sin embargo, sus
ambiciones literarias resultan bastante sorprendentes. En una carta a uno de
sus editores, afirmó:“Si quieres saber lo
que realmente me gustaría escribir, te diré que historias fantásticas. Y no me
refiero a ciencia ficción. Una docena o así han estado rondando en mi cabeza
durante muchos años, implorando por ser puestas en papel. Este volumen
recoge tres historias que además del elemento criminal denotan la filiación del
escritor con la escritura fantástica: Verano
inglés, melodrama de tintes góticos; El rapé del profesor Bingo, vuelta de tuerca sobre el tema del
hombre invisible, y La puerta de
bronce, que presenta una misteriosa entrada a otro mundo.
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