El pasado viernes tuve el placer de presentar en Bilbao la novela de Alber Vázquez, “Largo camino hacia Zuni Pueblo”. Personalmente lo pasé muy bien, aunque no estoy seguro de que piensen lo mismo los asistentes que tuvieron que aguantarme, aunque luego pudieron disfrutar con el autor. De todos modos, por si os interesa, transcribo el texto de la presentación. Lógicamente, para los que estuvisteis, quiero aclarar que no se corresponde exactamente, primero porque no me gusta leer, si escribo algo es para aclarar previamente de qué voy a hablar, no para leerlo. Y en segundo lugar porque, pese a lo que digan las malas lenguas, no soy “tan pesao” y procuré aligerarlo para dar paso a la auténtica estrella del acto, Alber Vázquez.
Y como diría Luigi Pirandello, “aquí está el texto si así os parece”.
Cuando recibí un e-mail de Alber Vázquez invitándome a estar con él en la presentación de “Largo camino hacia Zuni Pueblo” mi contestación no fue inmediata, creo que tardé más o menos una hora en decirle que sí. Y no es que tuviera dudas sobre el autor, no hacía mucho tiempo había leído otra novela suya y sabía que merecía la pena leerle, pero es que en su mensaje me decía explícitamente que su novela era un western. Un western, sí, un auténtico western escrito por un autor guipuzcoano. Finalmente pensé que si un guipuzcoano se atrevía a escribir una novela así, uno de Bilbao no iba a ser menos que él y que, al menos, podía atreverme a presentarla.
Cuando hablamos de westerns no puedo evitar retrotraerme a mi infancia. Creo que todos hemos leído, en nuestra juventud y algunos incluso más adelante, esas novelas llamadas de kiosco, del oeste, policiales, de terror, que firmaban en su gran mayoría escritores españoles con seudónimos anglosajones para hacerse más creíbles aunque curiosamente, uno de los más famosos, Estefanía, escribía con su propio nombre. Eran novelas sencillas, me parece recordar que con un tamaño estándar de unas noventa páginas, en la que siempre ganaba el bueno, gracias a que era mucho más rápido con el revólver que el malo, lo cual no dejaba de ser una gran suerte, no quiero pensar qué habría podido ocurrir si el más rápido hubiese sido el malo. Y en cierto modo eran novelas valientes, en parte por la estupidez de la censura. No soy de los que le gusta politizar todo lo que pasa por sus manos, pero hay que reconocer que en plena dictadura hablar en unas novelas de cómo los maltratados, los que estaban siempre bajo la vota del poderoso, se rebelaban y triunfaban, por lo general con la ayuda de un héroe generoso y desprendido, no dejaba de ser sorprendente, pero también gratificante. Quizás de ahí nació mi primer amor por ese tipo de novelas. Posteriormente he llegado a conocer en persona a uno de esos autores, Silver Kane, el gran Francisco González Ledesma, que a su calidad literaria, es uno de los más importantes escritores españoles de género negro, varias veces premiado y traducido a un montón de idiomas, aúna una gran calidad humana.
Pero en realidad, al hablar de westerns, más que en la literatura pensamos en el cine. Si algún día nuestros hijos cometen la torpeza de dedicarse a escribir, seguramente sus referentes vendrán dados por los videojuegos, Internet, las nintendos y las videoconsolas o temas similares, pero a quienes pertenecen a mi generación lo que nos ha marcado la pauta es el cine. Y las películas del oeste son parte importante de nuestra educación sentimental. Quién no recuerda películas como "La diligencia", "Raíces profundas" o "Dos cabalgan juntos", directores como John Ford o actores como John Wayne. Para nosotros hablar de cine es hablar del Oeste, de sus anchas praderas, de sus peligrosos desiertos, de duelos al sol en el O. K. Corral y de estampidas. El cine nos abrió las puertas a un mundo aparentemente lejano, pero que se nos hizo enseguida muy cercano, casi como formara parte de nuestra familia y, desde luego, como si formara parte de nuestro acervo cultural.
Es curioso porque ya, desde su nacimiento, el cine y la literatura estuvieron muy interrelacionados y muchas de las obras maestras de la gran pantalla provienen de obras literarias y, al revés, el cine ha influido en la obra de muchos autores. Sobre todo en los llamados géneros populares. En algunos casos está claro, como en el cine negro o el de terror; en cambio, con el western no se ha producido tanto esa interrelación. Si bien es un género que ha propiciado obras maestras del cine, no ha tenido, como sí la ha tenido en otros géneros, una correspondencia con la literatura. Al menos en España, ya que supongo que en Estados Unidos sí se habrán escrito un buen puñado de novelas meritorias, pero que por desgracia las desconozco.
En realidad los géneros populares han tardado en enraizar en España y en Euskadi. Me temo que nos hemos tomado demasiado en serio la literatura, en el peor sentido de la expresión, olvidándonos de que lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido, y ha habido una especie de desprecio intelectual por todo aquello que nos hacía gozar, divertirnos, pasarlo estupendamente, en suma. Afortunadamente nos hemos ido despojando de esa losa que nos impedía disfrutar con la literatura y ahora no nos extraña tanto leer en una novela cómo la Ertzaintza investiga un crimen cometido en Rentería, cómo de una de las criptas del cementerio de Derio sale un no muerto una noche de luna llena en busca de su alimento o cómo surca los espacios, buscando un planeta que conquistar un astronauta apellidado González o Agirretxebarria. Pero trasponer a nuestras latitudes un western es una tarea mucho más difícil, una tarea que algunos incluso considerarían imposible. Porque aunque es cierto que un baserri de Gernika comparte con un rancho de Texas el que ambos pertenecen al llamado sector terciario o agropecuario de la economía, ahí se acaban las posibles semejanzas. Me temo que una del Oeste ambientada en Zumárraga o en Labastida en el mejor de los casos iba a producir una triste mirada compasiva y en el peor las lógicas carcajadas de cachondeo en las que todos nosotros estamos pensando y que seguramente, seamos sinceros y atrevámonos a decirlo, compartiríamos.
Y sin embargo el western no nos es tan ajeno. Cuando hemos visto esas películas que tanto nos han apasionado, hemos cabalgado por ciudades como Laramie, Dodge City o Wichita. Pero hemos estado también en Alburquerque, Santa Fe, Las Vegas, Colorado o San Diego. Por no citar Los Ángeles o San Francisco. Y esas ciudades está claro que no fueron fundadas por turistas británicos que encantados tras pasarse unos días al sol en Marbella decidieron fundar en América unos asentamientos con esos nombres, no. Estas ciudades son la señal del paso de los españoles por esas tierras, de su colonización, desarrollo y posterior declive. Y esas tierras son las tierras de California, de Nuevo Méjico, de Arizona, es decir, son las tierras que conocemos sobradamente gracias a las miles y miles de películas (y aquí quizás haya que hacer un gesto de agradecimiento a la ETB que en los últimos años ha emitido más westerns de los que razonablemente pensábamos que se hubiesen podido filmar en toda la historia de Hollywood) que hemos visto en los últimos años. Y aquí es donde Alber Vázquez ha comprendido que había un territorio comanche, y creo que no se puede usar mejor esta expresión, sin explotar y a la espera de que una mano con talento y habilidad, como la suya, decidiera coger la pluma, hoy en día sería más correcto hablar del ratón del ordenador, y ponerse manos a la obra.
Pero creo que ha legado el momento de dejarnos de disquisiciones y hablar de "Largo camino hacia Zuni Pueblo", que es a lo que hemos venido. El argumento, en sí, parece muy sencillo, y lo hemos visto en muchas películas. Un grupo de familias va a asentarse a un pueblo lejano, donde espera iniciar una nueva vida, y para ello deberán atravesar desiertos y bosques infestados de indios hostiles. Las famosas caravanas. Con la diferencia de que los colonos no son norteamericanos, sino españoles, ni tampoco agricultores o ganaderos, sino mineros y plateros, artesanos. Y quienes les escoltan son dragones del rey, soldados españoles asentados en el presidio de Tucson, otro nombre que nos trae recuerdos de muchas películas del Oeste. Tampoco se trata de una multitud que puede defenderse de los ataques indios poniendo las carretas en círculo y disparando con sus rifles a todo piel roja con plumas que se mueva, sino tan sólo cuatro familias compuestas por pacíficos matrimonios y sus hijos de corta edad. Y, por supuesto, no tienen a su disposición al 7º de Caballería sino tan sólo a cuatro soldados españoles. La desventaja ante sus colegas de nacionalidad norteamericana que intentaron esa aventura más de cincuenta años después es evidente, pero eso no ha intimidado a Alber Vázquez, que sabía lo que quería contarnos y nos lo cuenta con una habilidad tal que en ningún momento decae la tensión. Y es un mérito añadido porque no es fácil escribir una novela en la que no decaiga la tensión con un pequeño puñado de personajes y un paisaje que, con pequeñas variaciones, es prácticamente siempre el mismo.
Acabo de decir que en la novela aparece un puñado, no muy extenso, de personajes, y es cierto, pero esos personajes son los que a su vez le dan un carácter especial a la obra. Cuando leo una novela me gusta fijarme en los personajes, creo que junto a la trama en sí es una parte muy importante de la obra. En ciertos sectores hay una opinión acerca de que en las novelas de género, de aventuras, en las novelas en las que pasan cosas, los personajes no importan. Nada más lejos de la realidad. Vázquez Montalbán solía decir que empezó a escribir novelas policíacas porque se aburría de leer novelas en las que el protagonista necesitaba cuarenta páginas para subir unas escaleras. Se supone que esas eran las novelas de “personajes” y nada más incierto. ¿Cómo puede gustarnos un personaje que tarda tanto tiempo en subir unas escaleras? Está claro que es muy torpe, ya que por mucho que esté en mala forma física y no haya pisado un gimnasio en años, nadie tarda tanto en subir unas escaleras, y además es también muy poco listo porque, viendo lo torpe que es para subirlas, podría haber optado por coger el ascensor. No, los auténticos personajes son los que tienen vida, los que tienen alma, y Alber Vázquez ha sabido construir personajes de carne y hueso, personajes que podríamos ser nosotros, que de hecho somos nosotros porque una de las magias de la buena literatura es que no estás leyendo una historia, estás protagonizando una historia, como el joven que está leyendo “La historia interminable”.
En “Largo camino hacia Zuni Pueblo” podemos encontrar, básicamente, dos tipos de personajes: por una parte están los dragones, los soldados, a los que se podría aplicar la famosa frase de “qué buen vasallo si hubiera buen señor”: en primer lugar el alférez Sosa (se podría decir de él lo que Pérez Reverte decía del capitán Alatriste no era el hombre más honesto ni más piadoso, pero era un hombre valiente, incluso mucho más valiente, no es lo mismo enfrentarse a unos flamencos o franceses que, como mucho, te pueden rajar la garganta, que a unos apaches o navajos que te pueden torturar durante días y días para su propia diversión). O su subordinado Amézquita, serio y reconcentrado y a pesar de todo generoso y heroico, o Bustamante, el desertor que tras haber vivido durante un montón de años libre y salvaje añora la camaradería del ejército y quiere volver a la civilización. Y por otro lado están las familias de colonos, quizás menos importantes literariamente hablando ya que en la novela son meros objetos de protección de los dragones, pero en los que merece la pena detenerse, hombres que al contrario que los colonos que salen en las películas míticas de las que he hablado, no saben disparar ni luchar, hombres (y mujeres) pacíficos cuya única preocupación es procurar un futuro mejor para sus familias.
Estamos pues, ante una novela que es un western, pero estamos, sobre todo, ante una estupenda novela, una de esas novelas que queremos acabar cuanto antes, para saber qué suerte han corrido los personajes, cómo acaba la historia, pero que cuando la finalizamos lamentamos que no tenga otras trescientas páginas más, para seguir disfrutando de la lectura.
Para terminar, volvamos al cine. En una de las películas más emblemáticas del Oeste, “El hombre que mató a Liberty Valance”, se dice que cuando la leyenda supera la realidad se imprime la leyenda. Pues bien,” Largo camino hacia Zuni Pueblo” está construido con materiales reales, es una novela, lo que es decir que es una ficción, pero una ficción que podría haber sido perfectamente realidad, que seguramente fue realidad, pero una realidad tan apasionante y tan brillantemente contada que por una vez podemos prescindir de la leyenda.