Las historias que constituyen este volumen son fruto de un afortunado cruce entre el género de terror –muy particularmente tal y como lo entendió H. P. Lovecraft, cuya «presencia», siempre inquietante, es notoria a lo largo de todo el libro– y la tradición vasca más truculenta y esotérica. El título del texto que encabeza el volumen, Sacamantecas, o el de otros, como Sabbat, Hombre-lobo en Bergara o Vampiros en Donostia, son suficientemente elocuentes sobre el espíritu que ha animado al autor, Mikel Rodríguez, quien se ha servido de su condición de historiador para ambientar los relatos con notable rigor en el tiempo y en el espacio. Así, en ellos aparecen referencias explícitas al misterioso despoblado alavés de Otxate, a las cazas de brujas del siglo XVI y XVII en el Labourd y en el país del Bidasoa o al naufragio en extrañas circunstancias del mercante Komaroski en aguas de Donostia, suceso éste que pudo inspirar a Bram Stoker uno de los episodios más conocidos de Drácula. Del mismo modo, los relatos están poblados por personajes históricos, desde un asesino en serie como Juan Díaz de Garayo, el famoso “Sacamantecas”, hasta Sabino Arana, fundador del PNV, pasando por el científico Fausto Elhuyar o el fabulista Félix María Samaniego. Rodríguez se suma con este volumen a una corriente literaria, la del género fantástico y de terror, que, aunque quizá no aflore con excesiva frecuencia, fluye desde lo más profundo de la tradición y la historia vascas.
Artículo publicado en el periódico DEIA el 31 de octubre de 2011.
EL pueblo vasco, antiguo, apegado a sus costumbres, con una cultura singular cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, constituye, para el escritor Mikel Rodríguez, el paisaje propicio para crear una literatura de terror. De hecho, poseemos una literatura oral poblada de lamias, gizotsos, sorginak y basajaunak, que aterrorizó a nuestros antepasados las largas noches de invierno, analiza el historiador oiartzuarra.
Existen, además, signos terrenales evidentes de los miedos y sus antídotos. Los eguzkilores protegieron los caseríos y a sus moradores de los chupadores de sangre hasta hace cien años. Por su parte, los ritos mortuorios como cruce de crisantemos blancos y helechos, para impedir que el muerto regresara del más allá, o la canciones populares, como la inspirada en las capillas del castillo de Altzürükü, advertían contra el mal.
Y desde hace siglos, cronistas como Pablo Gorosabel o Pierres de Lancres, cazador de brujas de inicios del XVII, plasmaron la relación de los vascos con lo sobrenatural. En nuestros días tomaron el testigo antropólogos y etnógrafos como Joxemiel Barandiaran, Jon Oñatibia, José María Satrustegi o Julio Caro Baroja, que investigaron estas creencias desde una perspectiva científica.
Sin embargo, a pesar del interés y disfrute que despierta el género del terror en Euskadi -como prueba, la Semana de Donostia, el Festival de Cine Fantástico de Bilbao o la asociación Hevenday de Gasteiz-, nunca se ha construido una literatura de ficción de este género con referentes propios y perfiles del paisaje vasco.
Esa contradicción pretende resolver Rodríguez, el único vasco que figura en Nocte, la Asociación española de escritores de terror, que ha presentado en Donostia Sacamantecas y otros relatos de terror (Txertoa). A través de ocho historias, el autor fusiona pasajes de la historia vasca con hitos del género: los cuentos fantásticos de Poe, los mitos del Cthulhú del "maestro" Lovecraft y monstruos clásicos con historias autóctonas como el Sacamantecas alavés, los akelarres del Baztan o el pueblo maldito de Otxate, desde la época de la colonización romana hasta la edad contemporánea.
Para fabricar esta cosmogonía del terror, el historiador Mikel Rodríguez (Oiartzun, 1967), autor de Maquis. La guerrilla vasca o Espías vascos, se ha pasado por primera vez a la ficción. Entre otras licencias, ha fichado como narradores al conde de Peñaflorida, el científico Fausto Delhuyar, el escritor Félix María de Samaniego o el político Sabino Arana.
La distinción entre lo real y lo verosímil, entre la documentación y la ficción se aclara en el glosario, donde se enumeran los personajes y los hechos reales, o probados. Según Freud, lo siniestro es lo que algún día fue familiar y se ha olvidado.
Como muchos misterios de este libro, la cuestión de por qué no ha existido una literatura vasca de terror no posee una explicación clara. En el salto de la literatura oral a la escrita, el género del terror no fue cultivado, la literatura vasca caminó en otras direcciones, razona Mikel Rodríguez.
Hasta los años 50, los escritores dependían del patrocinio de la Iglesia, que no era una fervorosa partidaria del género -aunque sí de las historias de miedo para atemorizar a algunos fieles- pero a partir de entonces, con la independencia del protectorado eclesial, tampoco surge ninguna corriente.
Otra explicación puede residir en el tránsito del universo rural, que nutrió gran parte del imaginario terrorífico, al urbano. De hecho, los últimos monstruos se remontan a la época previa a la industrialización: el hombre del saco, que nació con el ferrocarril, y emparentado con este, el Sacamantecas. Rodríguez contó cómo los campesinos observaban cómo la máquina podía circular a 60 kilómetros por hora sin detenerse cuando ellos, para andar a cinco kilómetros por hora, debían engrasar continuamente las ruedas de su carro, por lo que dedujeron que para lubricar los vagones era necesaria una grasa extremadamente suave.
De ahí nació el mito de los hombres del saco que raptaban a los niños para cocerlos y extraer de ellos la manteca. Un relato vinculado con la historia del Sacamantecas gasteiztarra, el primer asesino en serie vasco. Entonces era tabú hablar de psicópatas o pederastas, asumir que un asesino podía matar por una pulsión sexual, y por eso se utilizaba el cuento para transmitir ese miedo, puntualizó el autor.
Ahora ya no hace falta idear monstruos porque tenemos otros temores más materiales y objetivos: el patrón, el sueldo bajo, que te pueden echar del piso si no pagas..., enumeró Rodríguez, quien, no obstante, advierte a los más incrédulos con una frase del "escéptico" Rousseau, que se permitió escribir: Si hay en el mundo una historia acreditada es la de los vampiros. No le hace falta nada: testimonios orales, certificados de personas notables, de cirujanos, de curas, de magistrados. La evidencia jurídica es de las más completas. Avisados quedan.