Dicen que un
periodista vale más por lo que calla que por lo que cuenta. En el caso de
Francisco Javier Zudaire (Pamplona, 1947) -que lleva más de un año jubilado de
Diario de Navarra, donde era jefe de Opinión-, ha aprovechado para saldar una
cuenta pendiente con el pasado, en concreto un suceso que investigó como
periodista: el ahogamiento de 49 marineros estadounidenses en el puerto de
Barcelona, al volcar la barcaza que los llevaba a su portahelicópteros. Ocurrió
en el año 1977 y ahora Zudaire le ha dado forma de novela negra, aportando un
detalle revelador: los marineros murieron porque estaban esposados. Con Ayer
mismo, Zudaire podía haber hecho dos libros, porque paralelamente indaga en sus
propios recuerdos de niñez y adolescencia en Pamplona. "Tengo muchas
historias en la recámara, otra cosa es que sean publicables", dice con su
sonrisa irónica.
Han
tenido que pasar casi 40 años para que su exclusiva periodística vea la luz.
Fue un
suceso que se tapó con mucha discreción. Aquella iba a ser la exclusiva de mi
vida, pero a última hora alguien de arriba dijo que aquella historia no podía
salir a a la luz pública. Luego me di cuenta de que no hay mejor exclusiva que
el trabajo diario.
Sobre
todo teniendo en cuenta lo bien que se lo pasaba usted en aquella época, donde
las exclusivas estaban en los bares.
Entonces el
trabajo de periodista se vivía de una forma bastante más aventurera. Entonces
no había tanta obsesión por curarse en salud frente a los periodistas. Hoy se
desconfía de nosotros, pero en aquella época las puertas estaban mucho más
abiertas. Por ejemplo, tenías acceso directo a los políticos. Comías con ellos
o te tomabas una copa. Pero a la hora de tratar los temas, si se merecían un
palo, se lo dabas.
Su
materia prima siempre ha sido la actualidad, pero ahora maneja sus propios
recuerdos.
Al final, lo
que te queda de la niñez y de la adolescencia son etapas indelebles, que no
puedes borrar. Cuando quieres contar algo, tienes que retrotraerte a los
comienzos para intentar que se entienda mejor. Ésa es la pretensión del cambio
de registro que hago en Ayer mismo entre la novela y mis memorias. Ahora, en
tiempos de crisis, he hecho dos libros en uno.
¿Y esas
vivencias son las que al final forjan la manera de entender la vida y de
contarla? Cuando escribe, siempre parece situarse en el bando de los perdedores.
¡Sin lugar a
dudas! Siempre me he sentido en el bando de los menos favorecidos. Mi vida y la
de mis hermanos comenzó de una manera trágica, porque nos quedamos huérfanos
desde muy jóvenes. Nuestra madre nos tenía que sacar adelante como podía, y
todas esas cosas te van marcando. Yo me buscaba la vida con mis amigos, íbamos
tras ese puntillo de aventura que a veces se solapaba con lo incorrecto.
Su
capacidad para la picaresca contrasta con la formación religiosa que recibió en
el seminario.
En aquella
época había un afán muy notable por llevar a un hijo al seminario. Y si encima
tenías a un abuelo empecinado en ello, te tocaba la china. Tú ibas al seminario
con 12 años, te gustara o no. Además, en aquellos tiempos tampoco se discutía
demasiado. Podías rebotarte, pero eso se arreglaba con cuatro collejas. De ahí
ese punto de rebeldía que me llegó después.
"La
vida es proyectar, después ya se verá". Eso dice en Ayer mismo. ¿Tiene la
sensación de haber conseguido lo que quería, a pesar de no haberse propuesto
nada?
Cuando era
niño siempre me dijeron que nunca llegaría a ser nadie, y eso te libera mucho.
Al final he llegado a ser un proyecto de mí mismo, y estoy satisfecho con lo
que he podido hacer. Yo buscaba una salida y por eso me marché a Barcelona,
donde acabé metiéndome en el mundo del periodismo.
¿Y ahora,
con este libro, se ha dado cuenta de que no es un perdedor?
Sí, porque
este oficio me ha salvado la vida. Escribir es una auténtica válvula de escape.
Además, en Barcelona viví la etapa dorada de esta profesión. En aquellos años,
un periodista era un señor que tenía una responsabilidad moral. Hoy parece que
sólo nos dedicamos a molestar.
¿Uno
nunca se jubila de ser periodista, al menos del 'género Zudaire'?
Para mí, el
periodismo es sudor, sonrisas y lágrimas, por ese orden. Y si algo ha
caracterizado siempre a mis artículos es el humor, el poner cierta chispa para
que el lector se sienta más a gusto.
En su
blog Tiempos revueltos está ayudando a hacer mucho más digerible toda esta realidad
tan repleta de despropósitos.
Esa es mi
pretensión, que la gente se entere de las cosas pero no lo pase tan mal. El
humor hace mucho más digeribles todos esos tragos tan amargos que nos depara la
actualidad.