LA NOVELA: La ecuación de la vida es una obra
deslumbrante que une suspense, novela de aventuras y una historia de amor
efervescente. Yasmina Khadra
confirma una vez más su inmenso talento como narrador construyendo con pulso
maestro una novela que desgrana la lenta
transformación de un europeo enfrentado a un mundo completamente desconocido, a
un África indómita. Una novela que se alza como un himno a la grandeza de un
continente arrasado por las peores calamidades y un esperanzado acto de fe en
la vida.
El escritor argelino afincado en
Francia se consagra con esta novela como una de las voces más potentes del
norte de África, un altavoz de los principios más elementales, una pluma que reivindica la literatura como arma. A
través de una narración torrencial, emotiva
y profunda, Khadra se adentra
en la quintaesencia de la condición humana, llevando a sus personajes hasta el
límite, aislándolos hasta lograr detonar tanto en ellos como en el lector un
cambio, una nueva mirada.
Kurt Krausmann es un médico de
Frankfurt que lleva una vida tranquila entre su consulta y su casa burguesa. Al
menos hasta que un drama familiar le aboca de repente a la desesperación. Para
ayudarle a sobrellevar su dolor, Hans, su mejor amigo, un hombre de negocios
que también dedica su tiempo a la ayuda humanitaria, le propone acompañarle en
un viaje en velero hacia las islas Comora. En el transcurso del viaje, cerca de
la costa somalí, su barco es asaltado por los piratas. Kurt y Hans son
secuestrados y trasladados a un campamento clandestino, en el este africano.
Allí encuentran a otro rehén, Bruno, un francés que parece haber sido olvidado
por el mundo y que intenta conciliar su pasión por el continente africano con
la angustia por su cautividad. La incertidumbre y unas condiciones de
subsistencia indecibles, la proximidad peligrosísima con mercenarios sin piedad
dan comienzo a un descenso a los infiernos del que es imposible salir indemne.
Pero también constituirá para Kurt el comienzo de una hermosa historia de amor.
Kurt Krausmann, un médico
generalista de Frankfurt, tenía una vida, como él mismo decía, “de antaño”. Tan
cautivadora y sencilla como aséptica y cronometrada, pautada como un
pentagrama. Un paraíso terrenal domesticado, una felicidad cotidiana y
ordinaria que jamás había pensado fuera tan vulnerable, pendiera tanto de un
hilo, tras la pérdida de su mujer y su desembarco en África. Abrumado por la
desaparición del amor de su vida en trágicas circunstancias, Kurt emprenderá un
viaje humanitario en barco con su viejo amigo, el empresario Hans Makkenroth,
también viudo. La expedición, que debería servirle para despojarse del dolor y
superar el duelo, se convierte en una pesadilla a su llegada a aguas somalíes
cuando son interceptados por piratas africanos y trasladados a un campamento
insalubre e improvisado en lo más profundo de Sudán.
Cuando la vida es una mercancía más «Sí... podría ataros a un
árbol, o enterraros en la arena, pero no vais a encontrar mejor palco para
conocer África en vivo. ¿No es eso lo que os trae por aquí? El exotismo, el
paisaje salvaje y la nostalgia de los imperios perdidos...
—No somos turistas...
—Claro que no. En África no
hay turistas, sólo mirones.»
Kurt y Hans conocerán a Bruno en
el campamento mientras esperan días tras día su muerte o su liberación, sin
saber cuál de ellas llegará antes. Herido de gravedad, Hans es separado del
grupo y llevado a otras dependencias, seguramente para cuidar mejor de “la mercancía”
con la que traficar en el mercado negro. Ésta es una práctica habitual entre
mercenarios, subcontratar el secuestro de occidentales para que grupos de mayor
envergadura –como Al Qaeda, por ejemplo- negocien con los gobiernos.
Sin Hans, Kurt se aferra a su
nuevo compañero de celda, Bruno, un francés africanizado, totalmente aferrado a
la tierra quemada de Sudán desde hace más de una década. Con él convivirá en su
jaula enfrentándose a sus miedos e instintos. Kurt odia África, por pura
supervivencia. Cautivo y vejado, entra en conflicto con sus distintos captores
–el vil capitán Gerima, el brutal Joma y el abismal Blackmoon; aunque al final,
ninguno de ellos responderá completamente ante estos absolutos epítetos- y con
la propia África. Será Bruno, su compañero de celda, quien le ayudará a
entender un continente, que como los desiertos que contiene, vive entre
extremos.
Su carcelero más cercano,
Blackmoon es un pobre diablo unido al grupo de mercenarios, vejado por sus
propios compañeros, ataviado con unas grotescas gafas sin cristales. Amante del
fútbol alemán, establecerá una particular relación con Kurt. Éste verá en el
joven soldado una encarnación de la locura africana: niños soldados que cargan
con fusiones sin saber contra quién disparan, inmersos en una guerra fratricida
que apenas comprenden. Aunque su verdadero calvario será Joma, un violento
carcelero. Némesis de Kurt hasta el final, simbolizará para el alemán el lado
más oscuro y tenebroso de África, aunque finalmente, y mirando más atentamente,
él mismo se dé cuenta que este reverso está lleno de matices.
«—¿Con qué derecho nos llamas
salvajes? ¿Acaso nos has descolgado de una liana o de un baobab? Me encantaría
saber qué tenemos de salvajes. ¿La guerra? Las vuestras son peores que
cataclismos. ¿La miseria? Vosotros la habéis provocado. ¿La ignorancia? ¿Qué te
hace pensar que eres más culto que yo? Estoy seguro de haber leído más libros
que toda tu familia junta, empezando por ti. Me conozco al dedillo a Lérmontov,
Blake, Hölderlin, Byron, Rabelais, Shakespeare, Lamarck, Neruda, Goethe,
Pushkin. —Se entusiasma contándolos con los dedos y alzando paulatinamente la
voz—. Dime pues, doctor Kurt Krausmann, qué me convierte en salvaje y a ti en
civilizado.»
Serán Joma y Bruno los puntos de
referencia de Kurt durante su encierro, dos puertos que le ayudarán a
sobrevivir. Por un lado, el odio hacia Joma empuja a Kurt a sobrevivir, a no
dejarse pisotear, a luchar, a rebelarse contra la injusticia, el dolor, la
incertidumbre, la vida. Y por otro, Bruno, le anclará a la realidad y le
ofrecerá la otra cara de la moneda. Nada es lo que parece en África y la vida
siempre se abre paso.
«—No me han hecho padecer
nada, señor Krausmann. He querido ser uno de ellos y he compartido con equidad
sus infamias, a sabiendas y sin lamentarlo. Siento por África una veneración
casi religiosa. Me gustan sus altibajos, sus vanos calvarios y sus sueños
desfasados, sus miserias esplendorosas como tragedias griegas y su frugalidad
hecha doctrina, sus desmesuradas efusiones y su fatalismo. De África me gusta
todo, desde los desengaños que han ido jalonando mis peregrinaciones hasta los
espejismos que confunden a los náufragos. África es una determinada filosofía
de la redención. Entre estos «parias de la tierra» —prosigue, trazando comillas
con sus dedos—, he vivido momentos de felicidad y he apurado su entintada
sangre en el mismo tazón que ellos. Esta gente me ha enseñado sobre mí mismo
verdades que jamás habría sospechado en París ni en ninguna otra parte de
Occidente. Nací en Burdeos en una bonita cuna, pero moriré en África, y poco me
importa acabar en una fosa común o al borde de un camino, sin funeral ni
sepultura.»
Moralmente destrozado, a punto de
sumirse en la nada, Kurt y Bruno viven con miedo la lucha interna de poder
entre los capitostes del campamento. Tras una huida hacia delante junto a Joma
y Blackmoon, en la que todos sacarán lo peor de sí mismos para sobrevivir, los
dos occidentales logran evadirse de sus cautivos.
«Todo en ellos me asquea: su
abyecto lenguaje, su actitud, su inhumanidad; me tienen almacenado como un
objeto de mercadeo, encadenado, despersonalizado y obligado a lamer
directamente su inmunda pitanza en una asquerosa cazuela. El universo me parece
carente de lógica, huérfano de esperanza, vil y absurdo, limítrofe con el
reniego. Frankfurt se encuentra a años luz, en una época suspensa entre el
espejismo y la insolación. ¿He sido realmente médico? De ser así, ¿fue ayer o
en otra vida?... He quedado reducido a la nada de la noche a la mañana. Peor
aún, a una mercancía prohibida, un producto de contrabando cuyo valor se
negocia bajo mano, un rehén que se juega el porvenir a la ruleta rusa... ¡Qué
desastre! Me avergüenzo de mis quejidos, de mis dolores, de mi furia huera, sin
apoyatura y sin resonancia, revoloteando en el vacío como un eructo simulado,
demasiado inverosímil como para exteriorizarse... Y me lo reprocho... Me
reprocho cada dolor que me atenaza la carne, cada pregunta que me interpela,
cada respuesta que me rechaza... No soporto verme a merced del destino sin
poder reaccionar, resignado y miserable como un cordero sacrificial...»
Perdidos y a la deriva, tras
haber reventado el motor del coche que les ha regalado su escapatoria, se
encuentran con un oasis muy particular que les saciará y salvará la vida en
muchos sentidos: una caravana de refugiados darfures huyendo de las milicias
sudanesas. Entre las familias, un grupo de médicos y enfermeros de la Cruz Roja
lidera la marcha hacia un gran campamento de la organización no gubernamental,
donde hallarán el descanso y la protección tan ansiadas tras las últimas
¿semanas? ¿meses? ¿Quién sabe cuánto tiempo permanecieron durmientes en esa
cabaña en el fin del mundo?
En esta peregrinación, en esa
caminata hacia la vida, Kurt despertará a África y a su propia vida, su nueva
vida, tras un periodo de lucha consigo mismo, en el que no sólo deberá superar
el duelo por su esposa sino el de su propia existencia. A su lado, la doctora
Elena Juárez, una bella médica sevillana, le mostrará la belleza de un
continente “olvidado por los dioses” y de mucho más...
Darfur es una región de Sudán, el
país más extenso de África con más de dos millones y medio de kilómetros
cuadrados. Cinco veces España. Allí, perdido física y espiritualmente, Kurt se
enfrentará a la furia del hambre, al terror de la guerra, a la injusticia
surrealista, que hasta el momento sólo se había colado en su vida a través de
reportajes dominicales en el suplemento del periódico o piezas sin sonido del
telediario de la noche mientras cenaba. Ahora, convertido en uno de ellos, en
un refugiado de pies arenosos y mirada perdida, se pregunta: ¿De dónde sacarán
fuerzas para seguir adelante, la fe para creer en un amanecer tan mísero como
ellos mismos?
«Así es África. [...] Esa
gente quiere vivir. Quieren vivir, y punto. Vivir hasta el final... Llevo
decenios ejerciendo de trotamundos por este continente. Conozco sus vicios, sus
debacles, sus brutalidades, pero nada altera su apetencia de vida. He visto a
personas a la que sólo les quedaba la piel sobre los huesos, a otras que habían
perdido hasta el reflejo de alimentarse, y a otras arrojadas como carnaza a los
perros y los buitres; pues bien, ninguna de ellas parecía dispuesta a ceder.
Mueren de noche y resucitan a la mañana siguiente, sin arredrarse ante los
sufrimientos que las esperan.»
Sin embargo, para Kurt, África
apesta. Le huele fuerte. Su atmósfera está contaminada por el miasma de los
morideros humanos, la fetidez de sus calabozos y el hedor de sus matanzas. ¿Es
África una suma sólo de hambrunas y epidemias? ¿De desgobierno y corrupción?
Para Bruno, para la doctora Juárez, para finalmente Kurt y especialmente para
Khadra, África es “compartir y perdona”, es “generosidad”, es fraternidad.
Aparentemente recuperado, Kurt
regresa a Alemania para reanudar su vida, pero el nudo de la corbata cada día
más le recuerda a una soga. De nuevo cautivo en su propia libertad, amenazado
por sus propios fantasmas y miedos, Kurt emprende un viaje interior mucho más
duro y revelador que el acontecido en África. Se pregunta, ¿cómo puede dormir
alguien que se ha quedado sin sueños? En un estado de mutación, Kurt reincidirá
en la vida, se recuperará de todas sus pérdidas y renuncias, y reanudará su
marcha hacia la supervivencia, hacia el amor.
«La vida es una sucesión de
ambigüedades y bravatas. Aprendemos de ella a diario pero hay que borrar de
inmediato la pizarra para seguir ejercitándose. Lo cierto es que no hay verdad
irrefutable, sino certidumbres. Cuando una resulta infundada, nos enrocamos en
otra y en ella nos mantenemos contra viento y marea. La supervivencia es un
naufragio cuya salvación depende más de la tozudez que de la providencia. Están
los que renuncian, que son los que mueren, y los que reinciden...»
«África no se ve, señor
Krausmann, se siente...»
Vuelve el autor de Lo que el
día debe a la noche con un viaje rabiosamente actual y desbordante
de realismo que nos lleva de Somalia a Sudán a través de un continente lleno de
contradicciones, irracional y sabio, feroz y pleno de dignidad, e infinitamente
valeroso.
RESEÑAS: Una
vigorosa novela de aventuras que desembocará en una gran historia de amor, y un
himno a la grandeza de todo un continente humillado y escarnecido. (RTL)
Un formidable caleidoscopio,
una novela que no se puede soltar.
(Version Femina)
Khadra mezcla con energía
suspense y psicología, y nos sumerge en una doble intimidad, la de los raptores
y la de los prisioneros. (Le Pèlerin)
Yasmina Khadra es un maestro en el arte de hacer tambalear nuestras
certidumbres y hacernos ver a través de las fisuras de los distintos
personajes. No nos da respuestas pero con su talento amplía enormemente nuestro
campo de reflexión. (Paris Match)
Con su inmenso talento de
narrador, Yasmina Khadra nos arroja en un África oriental extraviada. (LIRE)
Un himno al África negra, a
sus sortilegios, al coraje de sus habitantes. Un libro que, más que una novela,
es un ferviente manifiesto a favor de este lugar del mundo. (Valeurs Actuelles)
EL AUTOR: Yasmina Khadra nació en 1955
en el Sáhara argelino. Es hoy un autor conocido y admirado en el mundo entero,
con buena parte de sus novelas traducidas a más de cuarenta países. El atentado (2007) recibió,
entre otros, el premio de los libreros franceses en 2006 y está siendo
actualmente adaptado al cine. Lo que
el día debe a la noche (Destino, 2009) fue declarado mejor libro del
año por la prestigiosa revista Lire, e igualmente se ha realizado una
adaptación a la gran pantalla. Yasmina Khadra era miembro del ejército argelino y publicó su primera novela bajo el
pseudónimo femenino –los dos nombres de su esposa- que ha adoptado para evitar
represalias.