Tras cerrar, con evidente pesar, Todo vale, la última novela de Juan Ignacio Montiano, no podemos evitar preguntarnos si hemos leído, como pensábamos al principio, una novela negra, intensa y desasosegante o, por el contrario, el autor ha jugado con nosotros llevándonos a su terreno para sacarse un conejo de la chistera y decirnos, mirándonos a los ojos, que nada es lo que parece. Pero, si lo pensamos bien, tendríamos que reconocer que no son aspectos incompatibles, que ambas preguntas pueden recibir un escueto y significativo sí por respuesta.
Fernando Blasco es un presentador de un programa de radio de los más escuchados (y por tanto de los más rentables), una de cuyas secciones más celebradas consiste en gastar bromas a algún oyente elegido al azar (o quizás no tan al azar) sin preocuparse de las posibles consecuencias que puedan tener, la más leve quizás el que parejas bien avenidas y consolidadas acaben rompiéndose. Hasta que un hombre, desesperado tras ser objeto de una de sus últimas “gracias” se suicida, culpándole a él de esa decisión. La cosa se complica porque el muerto era un viejo conocido de Blasco, con el que tenía algunas cuentas pendientes, y tanto el abogado de la familia como un inspector de policía que por su modo de actuar más que por su físico nos recuerda al televisivo teniente Colombo, consideran que se le puede acusar de un delito de inducción al suicidio y deciden investigar todos los recovecos de su personalidad con el fin último de llevarle ante un juez y, en su caso, condenarle como si de un vulgar delincuente se tratara.
Es en ese momento cuando la vida del periodista, que hasta entonces nunca se había dignado en pensar que no “todo vale” para conseguir el éxito, empieza a desmoronarse. Amigos, familia, novia, productores, le dan la espalda alejándose de él. Ya no es un triunfador sino alguien cuya sola presencia puede contaminar y que se encuentra solo frente al mundo. Un hombre que pese a considerarse inocente se da cuenta de que ha hecho daño a los demás y que ese daño se le va a devolver centuplicado. ¿Justicia poética? Quizás sí, pero con un tremendo fondo de injusticia.
Con esos mimbres está claro que sólo nos puede salir una novela negra y además, teniendo en cuenta la habilidad del autor, una estupenda novela negra. Pero ya Montiano, en obras anteriores, nos había dado muestras de que le gusta jugar con los géneros y sus lectores y su final, sorprendente pero sin fisuras, nos hace dudar, aunque sólo por unos momentos, de lo que hemos leído. Porque ese final, que lógicamente no se puede desvelar, es quizás lo que proporciona a Todo vale, más que los policías, los jueces o las conspiraciones, ese aroma de novela negra apegada a su tiempo y a su realidad que, aunque en ocasiones como las que se narra en la novela no nos gusten demasiado, son también nuestro tiempo y nuestra realidad.