Dicen que hay que luchar por los sueños. Es
un mal consejo. Más que nada porque los sueños suelen provenir de la mente, y
la mente no es de fiar. Te puedes pasar años peleando por algo que tu mente se
ha inventado. Cosas de lo más ridículo. Como ser astronauta o escritor, como
que alguien te quiera, como saltar seis metros con una pértiga o como esperar
que alguien lea esta sinopsis hasta el final. El pensamiento es el único
problema. Y si uno no es consciente de eso, está condenado a vivir sin
enterarse de nada, y a ir por ahí de capitán general, como si gobernara sus
actos, como si fuera capaz de tomar una sola decisión libre. Está condenado a
convertirse en uno de los personajes de estos relatos: sonámbulos girando sobre
sí mismos, bobos intransigentes, risibles sonados, intérpretes universales de
las distintas formas de la soledad. Las Aversiones son versiones
descontentas y maliciosas de historias que todo el mundo conoce y representa
una y otra vez. Son la crónica de un monumental descontento.