Aún recibo reseñas de LA ÚLTIMA BATALLA, la tercera de Goiko, a la que seguirán más. Eso os lo puedo asegurar
El pan nuestro de cada día en
Euskadi
Ricardo Landeira
Abasolo, José Javier. La
última batalla. Donostia: Erein, 2013. Pp. 479. ISBN 978-84-9746-842-8.
Las cosas como son, o al
menos como las ve y recrea Javier Abasolo, no han variado mucho a lo
largo de las tres décadas abarcadas en La última batalla.
Partiendo concretamente del 23 de noviembre de 1984, fecha en que Koldo
Ferreira se ve involucrado en una de las huelgas sin número de los astilleros
bilbaínos y a raíz de la cual será encarcelado, hasta la última página cuando
Mikel Goikoetxea cierra el caso sin pena ni gloria, en el país vasco se dan
nada menos que “algo así como un asesinato cada diez días” (359). Contra
semejantes desmadres no hay detective que valga, ni siquiera detectives en
plural, mayormente si estos son miembros de la enclenque Ertzaintza cuya
desidia impulsa a alguno de ellos a encargarle a su antiguo compañero la
investigación clandestina del atentado que acaba con la vida del dirigente
sindical ultraizquierdista Ferreira y hiere gravemente al agente Eneko
Goirizelaia.
El lector tiene en sus manos
una novela que está a punto de no serlo, que--mal que nos pese-- más se asemeja
a una crónica que a una obra de imaginación. Los extensos párrafos que cuentan,
describen, recapitulan o explican los complicados tejemanejes de los personajes
que mueven la narración hacia delante o hacia atrás, predominan sobre la acción
y hasta sobre el diálogo. Semejante estrategia equivale a un tempo narrativo
ralentizado que, juntamente con un abanico de temas sociales, políticos y
económicos, no deja de hacer mella en el ánimo de quien pretende disfrutar de
su lectura. Acaso por estar tan lejos de lo posible, el autor no pretende dorar
la píldora en ninguno de los veinte capítulos, sino que nos brinda una realidad
cruda, triste e inapelable. Remedando la amonestación “Déjalo, Jake, es
Chinatown, márchate a tu casa” (“Forget it, Jake, it’s Chinatown, go home”),
como le dice al final del film de 1974 de Roman Polanski, el teniente Escobar a
su excompañero y ahora detective Jake Gittes, el autor se rinde ante no solo
los asesinatos sino los atropellos cívicos, los sobornos, los chantajes, las
huelgas, la delincuencia organizada y sobre todo el tráfico de estupefacientes.
La última batalla, será una novela policiaca o detectivesca, pero sólo
de nombre. No hay más que fijarse en la penosa cubierta done una jeringa
cargada con sabe Dios qué líquido se inyecta en una soga con un fondo
cristalino iluminado. Quede el lector avisado. No busque en ninguna de sus 479
páginas rubias peligrosas, joyas robadas, asesinatos misteriosos, carreras ni
fugas a cien por hora, nada en absoluto de lo sugerido por los intertextos culturales
norteamericanos que nuestro autor introduce con alguna frecuencia en su relato.
El único objeto sexual con quien se desfoga el protagonista es una cincuentona
casada a cuyo marido ausente ni uno ni otro tiene el menor reparo en ponerle
los cuernos. Revelador, acaso, este rasgo de Goiko en su metamorfosis de
exertainza reconvertido en detective privado poco refractario a lo que la
ocasión le brinde por dudosa que sea aquella. Las joyas sustraídas se truecan
en polvos de cocaína o en ampollas para introducirse en las venas. Los
asesinatos en esta coyuntura tampoco tienen nada de misterioso ya que son o ya
tiros en la nuca o disparos a quemarropa efectuados por meros sicarios,
despreciables individuos sin principios ni motivos salvo un puñado de billetes.
Las persecuciones a velocidad no pueden realizarse dados los embotellamientos
tanto en calles como carreteras y los ni los coches robados ni los utilitarios
rinden para tanto.
Las frecuentes y placenteras
referencias a la iconografía cultural norteamericana (único intertexto que deja
fuera tanto lo español como lo europeo), acaso obedezca a una nostalgia del
autor por una realidad muy otra que lo desplace de la miasma donde ve sumida la
sociedad de su autor por una realidad muy otra que lo desplace de la miasma
donde ve sumida la sociedad de su patria y cuyo futuro no puede profetizar como
más prometedor que el presente. Si Abasolo cita al Lew Archer de Ross
MacDonald, al Philip Marlowe de Raymond Chandler o al Mike Hammer de Mikey
Spillane literarios es quizá porque los añora; igual que a Harry el Sucio de Clint
Eastwood, a Starski y Hutch, a Mannix, a Colombo, a Perry Mason del cine y
televisión. Esta consideración apunta a la fundamental diferencia que existe
entre lo que se traen entre manos los autores americanos conocidos por Javier
Abasolo y lo que él mismo realiza en sus páginas. La narrativa del escritor
vasco es literatura testimonial que no pretende entretener sino denunciar la
carcoma que inexorablemente va consumiendo el entorno social de su país. He
aquí la novela como arma de combate que se esfuerza por poner en evidencia todo
lo dañino del inframundo del narcotraficante cuya influencia se multiplica por
doquier, desde la comisaría de policía al bufete del abogado, desde la
arrogancia de los medios informáticos a las bandas terroristas, llegando a los
niveles políticos más altos cuyas actuaciones venales producen escalofríos al
ciudadano más indiferente.
Por el contrario, la
narrativa popular americana (al igual que al arte pop de Andy Warhol a quien
igualmente recuerda nuestro autor) se constituye en un mundo imaginario cuyos
protagonistas, los héroes ya citados, si bien son entes fallidos (mujeriegos,
alcohólicos, escépticos), así y todo, son capaces de normalizar las
circunstancias de quienes los emplea. Tanto el mundo de Harry el Sucio como el
de Philip Marlowe o como el de Perry Mason, el suyo y de sus semejantes,
propiamente dicho, tiene arreglo al menos de momento--podrán repetir más tarde,
cuando haga falta solucionar un nuevo caso ideado para torearlos y divertirnos.
Chandler, MacDonald, Earle Stanley Gardner se erigen en demiurgos. Abasolo, no.
La realidad que percibe no la convierte en ficción para entretenernos, sino que
la convierte en literatura para, así universalizada, mostrarnos cuanto peligra
nuestra existencia y cuan nulo es aquel futuro con el cual toda generación
sueña—tal cual el guión de “Chinatown” de Robert Towne, un escritor que no se
suma a ninguno de los citados por Abasolo.
Como única muestra que nos
refugie del mundo urbanita corrompido donde se ubica La última batalla, el autor
nos introduce en el antiguo piso donde vive Goiko, heredado de sus padres, y en
el cual se solaza una noche preparando una tartera de merluza a la vasca
siguiendo una casera receta digna del comedor más auténtico del casco de
Bilbao. La escena da fe de la sobrada fama que tienen
los vascos como cocineros y como gastrónomos. Lástima que haya tan poco trigo
limpio en la actualidad en Euskadi.