Que te caiga de repente una
herencia inesperada, gracias a la cual tú y tu familia podáis dejar de trabajar
y dedicaros a la buena vida es algo extraordinario, por supuesto, pero hasta
cierto punto banal. Y es que aunque desafortunadamente no ocurre a diario ni a
todo el mundo, tampoco se trata de una situación que nos haga dudar del orden
natural del universo.
Y que esa familia decida irse
a vivir al campo, a una población rural, para poder dedicarse a cultivar
legumbres en un huerto, tanto por afición como por pasar el tiempo dedicándose
a una actividad agradable, placentera y no excesivamente dificultosa, parece
acrecentar la banalidad de la historia; sin embargo, ahí es donde El año
de la hortaliza, la novela de Jorge Urreta, deja de ser banal. Porque los productos de esa huerta, pese a que jamás
debían haber crecido por la incapacidad manifiesta de sus nuevos y urbanitas
dueños para cultivarla, resultan ser prácticamente milagrosos, capaces de curar
cualquier enfermedad, incluso las que aquejan a los más desahuciados moribundos. Y así, de repente,
sin alejarnos de un escenario cotidiano y aparentemente idílico, lo ordinario
deja de serlo para entrar en la categoría de lo paranormal.
Lo malo es cuando hay gente
interesada en que esa huerta siga produciendo legumbres y hortalizas a
cualquier precio, incluso el de llevarse por delante, en caso de ser necesario,
a quienes por motivos que no se deben desvelar en este artículo, pero que
tienen una lógica aplastante, desean que esa huerta pierda sus facultades. Y
aquí de nuevo, sin cambiar tampoco ni de ambiente ni de personajes, lo que
parecía haber empezado como una narración costumbrista y banal que se había
reconvertido en otra más fantástica o paranormal, da un nuevo giro de tuerca
para convertirse en un thriller. Pero en un thriller bastante
inquietante ya que sus protagonistas no son detectives con gabardina, policías
de gesto endurecido o delincuentes decididos a enviar al otro barrio a quien
haga falta con tal de conseguir su objetivo, sino gente como usted y como yo,
abogados, agricultores, médicos o empresarios, que llevan una vida rutinaria
con sus amistades, con sus familiares y amigos. Como usted y como yo vuelvo a
insistir, pero que de repente demuestran que pueden tener un lado salvaje.
Y ahí estriban tanto el
mérito del autor como el problema para el lector, ya que mientras éste puede
estar tranquilo cuando el asesino de una novela es un psicópata que ha sufrido
un grave trauma infantil, porque sabe que no entra en esa categoría, todos
podemos identificarnos, en cambio, con una persona normal y corriente, que
según sean las circunstancias puede incluso llegar a votar al PP o a Podemos,
pero a la que nunca se le ocurriría matar a un semejante. ¿Nunca? ¿De verdad? De
hacer caso a la novela la respuesta no es tan clara y ése, como ya he dicho, es
un mérito del autor, que con una anécdota originariamente banal nos adentra en
una historia que roza tanto lo negro como lo paranormal para obligarnos a
pensar que quizás, en el fondo y llegado el caso, no seamos tan buenas personas
como nos creemos.