Miré el reloj por cuarta vez, pero el fulano con el que
había quedado seguía sin venir. En más de una ocasión estuve tentado de
levantarme y dejarle plantado, pero había sido yo quien le pidió la cita y me
interesaba hablar con él, así que me aguanté las ganas y seguí hojeando las
páginas deportivas de un periódico que algún otro fulano, seguramente igual de
aburrido que yo, había dejado abandonado sobre uno de los mullidos butacones
del hotel en el que le estaba esperando.
Hacía unos pocos días que había finalizado la Feria del
Libro de Bilbao. Por eso me encontrara allí, esperando y desesperando. No se
confundan, no soy un hombre de letras, Dios me libre. Los únicos libros que he
leído en mi vida fueron los que tuve que aprenderme de memoria en los años que
estudié Derecho, sin excesivo aprovechamiento aunque sí el suficiente para
sacar la carrera a trancas y barrancas, así como los que utilicé para sacar las
oposiciones a ertzaina. Desde entonces las únicas letras con las que he tenido
que pelearme han sido las de cambio, pero últimamente me había metido en el
negocio de la literatura y ése era el motivo de que me hubiese armado de
paciencia y esperara, casi al borde del histerismo, a que el tipejo que me
había confirmado que sería puntual como un reloj se dignara aparecer.
Hubiera sido más lógico quedar en su oficina, pero me
comentó que estaríamos más a gusto fuera de su lugar de trabajo, por eso
habíamos elegido --en realidad lo eligió él-- aquel hotel, ubicado en el centro
de Bilbao, junto a la plaza que los bilbainos llamamos Elíptica y en los
documentos oficiales se denomina plaza Moyúa. Para mí que en realidad no era
más que una excusa para que no comprobara con mis propios ojos que el
despachazo del que solía presumir a menudo no existía, pero como en el fondo me
daba igual, lo que quería era verle, accedí a sus deseos.
--Querido Goiko --me dijo todo sonriente cuando me vio,
extendiéndome la mano--. Se te ve estupendo, estás fenomenal. Claro, desde que
en "La última batalla" hice que pillaras cacho, estás mucho mejor,
¿eh, picarón? --añadió haciendo un gesto de esos que nunca se deben hacer
delante de las señoras.
¡Joder con el tío!, para pretender ser un escritor de
éxito, cuando no estaba delante de la pantalla del ordenador usaba un lenguaje
de lo más zafio y grosero. Que eso lo haga yo, que he sido policía y ahora
trabajo de detective, parece algo más normal, al fin y al cabo mi trabajo no me
suele poner en contacto con lo más exquisito de la sociedad, pero que un escritor
utilice ese lenguaje tan barriobajero me parecía inusitado. Quizás es que no
estaba al día de las últimas tendencias literarias. De todos modos intenté
recuperar lo mejor de la educación que recibí cuando aún era un niño y me
esforcé por contestarle con total corrección.
--Pero qué señor Abasolo ni qué leches, te he dicho mil
veces que me tutees y me llames Javier. Bueno, ¿y a qué se debe esa urgencia
para que nos veamos?
--He venido a cobrar mi parte --le dije en un tono
profesional que a cualquier persona inteligente le habría disuadido de bromear.
--¿Tu parte? ¿A cobrar tu parte? Joder, tío, soy yo el
que se va a partir de la risa. ¿Lo coges? Es un juego de palabras, "cobrar
tu PARTE", "PARTIRSE de la risa". Pero alegra esa cara, coño,
que parece que estás en un funeral.
--Mira, Abasolo, o Javier, si lo prefieres, ando mal de
tiempo, así que preferiría que zanjáramos cuanto antes el tema. Dame mi parte,
por favor, y acabemos cuanto antes.
--¿Así que hablabas en serio? --parecía sinceramente
sorprendido--. ¿Y qué es eso de tu parte?
--Mi parte de los beneficios de las novelas que has
escrito. Mira, aquí lo pone claramente --le enseñé el periódico que había
dejado abandonado un cliente del hotel y yo había estado leyendo--: José Javier
Abasolo, con sus novelas negras ubicadas en Bilbao, ha sido uno de los
triunfadores de la Feria, agotándose todos los ejemplares de sus libros.
--Ah, ¿es por eso? Pero si es todo mentira.
--¿Cómo que es todo mentira?
--Pues claro, pura publicidad. El periodista que ha
escrito el artículo es amiguete y no iba a escribir que no me he comido un
colín. Joder, eso hubiera sido la hostia y habría hundido mi reputación, así que
mintió descaradamente y dijo que había sido el triunfador de la feria. Como el
José Tomás --se rió de lo que pensaba que era un chiste genial.
--No me creo que sea todo mentira.
--Coño, Goiko, para ser un exertzaina y detective
endurecido, a veces pareces más ingenuo que una monja de clausura. ¿Qué te
crees, que los periodistas siempre dicen la verdad? Lo tuyo, chaval, es para
mear y no echar gota.
--No, no es eso --ahora llegó mi turno de sonreír--, sólo
que en este caso tú eres el que más miente. Me he informado bien y sé que la
noticia del periódico es cierta. Así que ya lo sabes, quiero mi parte. Eso fue
lo que pactamos cuando accedí a contarte mis casos para que tú pudieras
escribir novelas sobre ellos. O sea, que afloja la pasta y aquí paz y después
gloria.
--Pues va a ser que no --contestó atusándose el nudo de
la corbata, como si quisiera impresionarme--. Si tan bien te has informado,
sabrás que no apareces en mi última novela, UNA DEL OESTE, así que esta vez no
te corresponde nada.
--Ésa es otra de las razones por las que estoy cabreado
contigo. ¿Se puede saber por qué cojones no he protagonizado UNA DEL OESTE?
--En primer lugar porque el autor soy yo --me contestó el
muy fatuo-- y yo decido quién sale y quién no sale en mis novelas. Y, por otra
parte, no encajabas en ella. No eres ni juez ni profesor de Literatura, así que
no tenía ningún sentido incluirte.
--Un escritor de calidad, un escritor que sabe lo que
tiene entre manos, tendría que ser capaz de encajar a su personaje principal en
cualquier tipo de historia que escribiera --quizás me pasé al decirle eso, pero
es que el tipo había conseguido ponerme de muy mala hostia. Aunque, por lo que
pude comprobar, la mala hostia empezó a ser recíproca.
--¿Ah, sí? ¿Con que esas tenemos? --dijo Abasolo,
mientras se levantaba de la silla en la que había estado sentado todo el
rato--, pues muy bien, señor Goikoetxea, creo que aquí se ha acabado nuestra
relación. Que tenga usted un buen día.
--Seguro que lo tendré --le repliqué--. Ahora podré
buscarme un escritor de verdad, un buen escritor, para que transcriba todas las
historias que aún me quedan por contar.
Pensaba que con eso le había dejado hundido en la miseria
porque volvió a sentarse, pero en lugar de ira o enfado lo que noté en sus ojos
fue conmiseración y pena.
--Entonces, ¿no lo sabes? --me preguntó sonriendo
tristemente.
--¿Qué es lo que tengo que saber?
--Que no existes.
--¿Cómo que no existo? No digas chorradas. ¿Cómo podría
estar hablando contigo aquí, en este momento, si no existiera?
--Porque soy un escritor tan bueno --me contestó sin
ningún atisbo de pudor--, que no sólo hago creíbles mis personajes a los
lectores sino que hasta ellos mismos se creen que existen de verdad, como es tu
caso. Pero lo mismo que os he creado, puedo hacer que desaparezcáis. De hecho,
en mi próxima novela, que va a ser una ucronía, y que transcurre en una Navarra
independiente y de religión protestante durante la II Guerra Mundial, no vas a
aparecer, lógicamente.
Me di cuenta de que Abasolo no bromeaba al observar que,
mientras estaba escuchando esas últimas palabras, empezaba a difuminarme. Había
podido aguantar no protagonizar UNA DEL OESTE, pero no salir tampoco en la
siguiente podría ser letal para mí.
--Espera, espera --le dije al ver que volvía a
levantarse--, podríamos arreglar esto, ¿no? Joder, no puedes dejarme así, soy
tu personaje de más éxito, no puedes dejarme morir.
--Es ley de vida --me contestó--, aunque sea una vida de
ficción. La verdad es que lo siento, porque he disfrutado mucho contigo. Incluso,
y eso también es cierto, en la última Feria del Libro muchos lectores me
preguntaron cuándo ibas a protagonizar una nueva novela. Me temo que van a
sufrir una decepción, pero así son las cosas, todo en la vida tiene un
principio y un final.
Iba desapareciendo, ya apenas me quedaba un resto de boca
con el que desesperadamente le pedí que me escuchara, que tenía una nueva
aventura que contarle y que quizás pudiera llegar a ser la cuarta novela de la
serie de Goiko.
--De acuerdo, creo que esto sí que te lo debo --aceptó
condescendiente--, pero sé breve, no tengo mucho tiempo.
No fui breve, pero no le importó. Me di cuenta de que
empezaba a estar interesado cuando mi cuerpo volvió a su ser natural. o quizás,
ahora que lo sé, tendría que decir que volvió a su ser de ficción. En fin, soy
policía, no filósofo, así que tampoco le di muchas vueltas al tema. Cuando
acabé de contarle la aventura, Abasolo sonrió abiertamente y dándome una
palmada en la espalda me dijo que sí, que le gustaba la idea.
--Habrá que pulirla, por supuesto, pero puede servir. Sí,
puede servir. De hecho, ya tengo el título: DEMASIADO RUIDO. ¿Qué te parece?
¿Que qué me parecía? Pues que no me gustaba nada, pero no
se lo dije. Al fin y al cabo lo importante es que había aceptado hacerme
protagonista de una nueva novela, aunque tendría que esperar un tiempo a que se
publicara, y de ese modo no desaparecería del todo. Y cuando llegara el momento
ya se arreglarían los editores, que son más listos que él, para cambiarle el
título.
Mi rebelión no había triunfado, pero al menos había
sobrevivido. Espero que en un futuro los lectores me lo agradezcan.