Puedo
asegurar, con total convencimiento y sin ningún temor a equivocarme, que si hay
un escritor español que supura imaginación por todos los poros de su cuerpo, ése
es Alberto López Aroca. Y además sabe desarrollar era exuberante imaginación
en unas novelas que da gusto leerlas.
“Se calculaba que la población inteligente del
planeta rondaba los siete mil millones de habitantes, entre humanoides de las
más diversas razas, autóctonas o no, y seres con otras disposiciones físicas y
anatómicas, tanto turistas como residentes. Siete mil millones. La cifra
resultaba inconcebible. Y no había supervivientes”.
Los siete mil millones de habitantes de
Doilette (también conocido en el Imperio como Esmeralda) han muerto. Todas las
formas de vida inteligente, humanoides o no, han perecido simultáneamente en un
lejano planeta del sistema 172. Se trata no sólo de una catástrofe
inconcebible, sino de un crimen a escala planetaria. El sargento Yun H.
Walruss, antiguo cirujano del Cuerpo Imperial, es reclutado a la fuerza junto
con una legión de médicos militares que habrán de encargarse de las autopsias y
determinar las causas de las muertes. Pero en este desproporcionado drama hay
misterios que proceden del más remoto de los pasados, antes del Imperio y aún
más atrás en el tiempo, y para desenredar esta madeja formada por millones de
cadáveres, androides vegetales, sociedades secretas y seres primigenios que
viven en el mismo borde del universo, el doctor Walruss tendrá que contar con
la ayuda del único investigador capaz de resolver el problema más intrincado y
atrapar al asesino: Su nombre es Sholomon Hume... y fuma en cachimba.