LA NOVELA: El 9 de junio de 1865, un choque ferroviario en Staplehurst provoca una tragedia de dimensiones dantescas: 10 muertos, más de 40 heridos, y un paisaje desolador de alaridos, dolor y sangre. Uno de los supervivientes, que viajaba en primera clase con su amante y la madre de ésta, se apresta a socorrer a las víctimas. Pero en medio del caos y del horror, descubre a un extraño ser a cuyo lado cualquier herido acaba pereciendo.
El filántropo era un ya celebérrimo Charles Dickens, y el accidente, el suceso que alteró su carácter en los que desde entonces serían sus últimos cinco años de vida. El lugar donde conoció (o creyó conocer) al enigmático Drood, un individuo sombrío, sin párpados y de nariz amputada, que habrían de centrar los miedos y las obsesiones del escritor en su última etapa.
Y es, que hasta la fecha, Drood era únicamente el pretexto argumental de El misterio de Edwin Drood, obra postrera e inconclusa del autor de Oliver Twist que alcanzó apenas las seis entregas. Pero en manos de Dan Simmons, el personaje se convierte en el hipnótico eje de una novela desasosegante, tachonada de misterios históricos y literarios, y ambientada en el Londres brumoso donde convivieron dos genios como Dickens y Wilkie Collins. Porque es precisamente Collins quien funge de narrador y coprotagonista de una historia que entremezcla realidad y ficción y en la que asoman asuntos como la rivalidad artística, la obsesión enfermiza, las adicciones e incluso la hipnosis y la antropofagia.
Tras el accidente de Staplehurst, Dickens logra convencer a Collins y a un inspector de policía para emprender la búsqueda del enigmático Drood. Es así como la pareja de escritores, transmutados en una suerte de Holmes y Watson, comienzan a peinar las calles y recodos más lóbregos de la noche londinense en una peligrosa queste que los conducirá hasta las mismísimas cloacas de la ciudad. De ese modo conocemos el Subsuelo, uno de los grandes hallazgos de Simmons en la creación de esta cosmogonía victoriana: un inframundo sumergido entre criptas, jeroglíficos, túneles y catacumbas.
Un laberinto subterráneo en el que conviven niños salvajes con adictos al láudano y al que habrán de descender los protagonistas para dar con Drood, cuyos dominios se encuentran en ese ancestral infraterreno.
Como surgido de un cuadro de Edvard Munch, la figura de Drood expande su estentórea sombra por toda la novela. De padre inglés y madre egipcia, desde joven fue iniciado en los misterios arcanos de la vieja religión de Egipto y en los rituales alucinatorios del templo de Isis y Osiris. Sin embargo, ¿es cierta la acusación de la policía, que le culpa de más de 300 asesinatos? ¿Es él quien domina y somete a cuantos habitan el submundo de Londres? ¿Cómo logra un ser así obsesionar a Dickens hasta las últimas consecuencias? En definitiva, ¿qué o quién es realmente Drood?
La ambigüedad de la propuesta de Simmons logra de ese modo amplificar el atractivo y el misterio de los diferentes personajes. Porque La soledad de Charles Dickens combina con destreza los pasajes de acción y la atmósfera del mejor género gótico con la recreación histórica de la época victoriana. Y al frente de la peripecia, entre la realidad biográfica y la ficción literaria, sitúa a dos escritores que se aprecian, se leen, se ayudan, pero también rivalizan.
Wilkie Collins es, en efecto, una suerte de Salieri que ve con no poca envidia como triunfa su Mozart, un Dickens archifamoso y reconocido.
De la mano de Collins, el narrador, asistimos a las lecturas públicas que organizaba en casa el autor de Grandes Esperanzas, conocemos las obras de teatro que pergeñaron juntos, la afición de Dickens por la práctica de la hipnosis, su enorme ego, su tumultuosa vida sentimental, los periplos por Londres y por Italia, el origen de algunos de sus personajes más célebres, la escritura enfermiza de El misterio de Edwin Drood... La recreación, no exenta de humorismo, de los últimos cinco años en la vida del escritor vistos por su eventual mano derecha y rival literario en la sombra. Un escritor que, en su papel de coprotagonista-narrador, va creciendo en importancia a medida que avanza la trama, si bien en paralelo crece su arrogancia y ambigüedad.
También en el caso de Collins, el lector asiste a la génesis de algunas grandes obras, como La piedra lunar, descubre los avatares de una controvertida vida amorosa, y conoce los efectos de su creciente adicción al opio derivada de una enfermedad reumática. Y es que junto a la recreación biográfica y ficcional de Dickens, Simmons consigue con la figura de Collins trazar un antagonista sutil y complejo, sin duda uno de los mejores personajes de su carrera. Una creación cien por cien romántica, cargada de suspense, a quien se le aparece un doble de sí mismo, un autor de experiencias alucinatorias que, a la postre, tratándose del narrador, acaba por inocularnos más de una duda razonable: “¿Es del todo cierto todo lo que nos ha contado Collins hasta aquí?“, se preguntará el lector bien avanzada la trama. Un narrador no fiable, en definitiva, que siembra inquietantes dudas acerca de Drood, del propio Dickens, y de las verdades y mentiras que ha ido destejiendo su común enigma.
Experto en la recreación y la relectura, Dan Simmons se sumerje aquí en los abismos de la mente de dos genios torturados. Dos vidas unidas por la literatura y el misterio de Drood, en una obra que a la vez homenajea y reescribe el Londres de la era victoriana, con sus costumbres, sus gentes y sus calles, narrada con un pulso vibrante.
EL AUTOR: Tras escribir El Terror (Roca Editorial 2008) -que recibió el apoyo entusiasta de una buena parte de la crítica internacional-, Dan Simmons aborda de manera exhaustiva la figura de Dickens en La soledad de Charles Dickens, lo que supone un paso más en su ya afianzada trayectoria literaria. Dan Simmons es uno de los referentes de la ciencia ficción, género en el que se enmarcan varias de sus novelas, entre las que cabe destacar Hyperion (galardonada con el Premio Hugo) y La caída de Hyperion. Sin embargo, Simmons ha sido muy prolífico en otros campos, abordando la novela de suspense con obras como El bisturí de Darwin, o la novela de horror, con libros como Un verano tenebroso.
El filántropo era un ya celebérrimo Charles Dickens, y el accidente, el suceso que alteró su carácter en los que desde entonces serían sus últimos cinco años de vida. El lugar donde conoció (o creyó conocer) al enigmático Drood, un individuo sombrío, sin párpados y de nariz amputada, que habrían de centrar los miedos y las obsesiones del escritor en su última etapa.
Y es, que hasta la fecha, Drood era únicamente el pretexto argumental de El misterio de Edwin Drood, obra postrera e inconclusa del autor de Oliver Twist que alcanzó apenas las seis entregas. Pero en manos de Dan Simmons, el personaje se convierte en el hipnótico eje de una novela desasosegante, tachonada de misterios históricos y literarios, y ambientada en el Londres brumoso donde convivieron dos genios como Dickens y Wilkie Collins. Porque es precisamente Collins quien funge de narrador y coprotagonista de una historia que entremezcla realidad y ficción y en la que asoman asuntos como la rivalidad artística, la obsesión enfermiza, las adicciones e incluso la hipnosis y la antropofagia.
Tras el accidente de Staplehurst, Dickens logra convencer a Collins y a un inspector de policía para emprender la búsqueda del enigmático Drood. Es así como la pareja de escritores, transmutados en una suerte de Holmes y Watson, comienzan a peinar las calles y recodos más lóbregos de la noche londinense en una peligrosa queste que los conducirá hasta las mismísimas cloacas de la ciudad. De ese modo conocemos el Subsuelo, uno de los grandes hallazgos de Simmons en la creación de esta cosmogonía victoriana: un inframundo sumergido entre criptas, jeroglíficos, túneles y catacumbas.
Un laberinto subterráneo en el que conviven niños salvajes con adictos al láudano y al que habrán de descender los protagonistas para dar con Drood, cuyos dominios se encuentran en ese ancestral infraterreno.
Como surgido de un cuadro de Edvard Munch, la figura de Drood expande su estentórea sombra por toda la novela. De padre inglés y madre egipcia, desde joven fue iniciado en los misterios arcanos de la vieja religión de Egipto y en los rituales alucinatorios del templo de Isis y Osiris. Sin embargo, ¿es cierta la acusación de la policía, que le culpa de más de 300 asesinatos? ¿Es él quien domina y somete a cuantos habitan el submundo de Londres? ¿Cómo logra un ser así obsesionar a Dickens hasta las últimas consecuencias? En definitiva, ¿qué o quién es realmente Drood?
La ambigüedad de la propuesta de Simmons logra de ese modo amplificar el atractivo y el misterio de los diferentes personajes. Porque La soledad de Charles Dickens combina con destreza los pasajes de acción y la atmósfera del mejor género gótico con la recreación histórica de la época victoriana. Y al frente de la peripecia, entre la realidad biográfica y la ficción literaria, sitúa a dos escritores que se aprecian, se leen, se ayudan, pero también rivalizan.
Wilkie Collins es, en efecto, una suerte de Salieri que ve con no poca envidia como triunfa su Mozart, un Dickens archifamoso y reconocido.
De la mano de Collins, el narrador, asistimos a las lecturas públicas que organizaba en casa el autor de Grandes Esperanzas, conocemos las obras de teatro que pergeñaron juntos, la afición de Dickens por la práctica de la hipnosis, su enorme ego, su tumultuosa vida sentimental, los periplos por Londres y por Italia, el origen de algunos de sus personajes más célebres, la escritura enfermiza de El misterio de Edwin Drood... La recreación, no exenta de humorismo, de los últimos cinco años en la vida del escritor vistos por su eventual mano derecha y rival literario en la sombra. Un escritor que, en su papel de coprotagonista-narrador, va creciendo en importancia a medida que avanza la trama, si bien en paralelo crece su arrogancia y ambigüedad.
También en el caso de Collins, el lector asiste a la génesis de algunas grandes obras, como La piedra lunar, descubre los avatares de una controvertida vida amorosa, y conoce los efectos de su creciente adicción al opio derivada de una enfermedad reumática. Y es que junto a la recreación biográfica y ficcional de Dickens, Simmons consigue con la figura de Collins trazar un antagonista sutil y complejo, sin duda uno de los mejores personajes de su carrera. Una creación cien por cien romántica, cargada de suspense, a quien se le aparece un doble de sí mismo, un autor de experiencias alucinatorias que, a la postre, tratándose del narrador, acaba por inocularnos más de una duda razonable: “¿Es del todo cierto todo lo que nos ha contado Collins hasta aquí?“, se preguntará el lector bien avanzada la trama. Un narrador no fiable, en definitiva, que siembra inquietantes dudas acerca de Drood, del propio Dickens, y de las verdades y mentiras que ha ido destejiendo su común enigma.
Experto en la recreación y la relectura, Dan Simmons se sumerje aquí en los abismos de la mente de dos genios torturados. Dos vidas unidas por la literatura y el misterio de Drood, en una obra que a la vez homenajea y reescribe el Londres de la era victoriana, con sus costumbres, sus gentes y sus calles, narrada con un pulso vibrante.
EL AUTOR: Tras escribir El Terror (Roca Editorial 2008) -que recibió el apoyo entusiasta de una buena parte de la crítica internacional-, Dan Simmons aborda de manera exhaustiva la figura de Dickens en La soledad de Charles Dickens, lo que supone un paso más en su ya afianzada trayectoria literaria. Dan Simmons es uno de los referentes de la ciencia ficción, género en el que se enmarcan varias de sus novelas, entre las que cabe destacar Hyperion (galardonada con el Premio Hugo) y La caída de Hyperion. Sin embargo, Simmons ha sido muy prolífico en otros campos, abordando la novela de suspense con obras como El bisturí de Darwin, o la novela de horror, con libros como Un verano tenebroso.