El 29 de agosto de 2005 el huracán “Katrina” asoló el estado norteamericano de Luisiana, arrasando su ciudad más emblemática e importante, Nueva Orleáns. La fuerza descontrolada de la naturaleza fue la culpable de esa destrucción, pero antes hubo un crimen previo, el de las autoridades que desviaron --legalmente, eso sí-- los fondos destinados a reparara los diques de contención de la ciudad para el sostenimiento de la campaña de Irak. Después, claro, hubo otros crímenes. Siempre las grandes catástrofes naturales van acompañadas tanto de los más altruistas actos de heroísmo y desprendimiento como de los más abyectos y degradantes. El pillaje y saqueo o los crímenes amparados en la impunidad que crea el descontrol generado en ese tipo de situaciones no tardan en florecer y expandirse. Ése es el escenario en el que James Lee Burke sitúa El huracán, la última novela publicada en español protagonizada por el detective Dave Robicheaux.
No estamos sin embargo ante una novela oportunista, nacida al calor--y para la explotación literario-comercial-- de la citada catástrofe. Burke, aunque originario de Texas, ha vivido y desarrollado su carrera literaria en Luisiana y su policía de origen cajún, Dave Robicheaux, es el protagonista de la mayoría de sus novelas adscritas al género negro. Si hay, por tanto, un autor legitimado para utilizar literariamente el material de desecho que el “Katrina” dejó a su paso ese autor es, precisamente, James Lee Burke.
El huracán comienza el día siguiente a la casi desaparición de Nueva Orleáns. Pese a las órdenes de evacuación no todo el mundo ha abandonado la ciudad, unos porque no tenían medios para hacerlo y otros porque confiaban en estar suficientemente protegidos, pero si es posible protegerse de las fuerzas desatadas de la naturaleza no es tan fácil hacerlo de nuestros congéneres. De tres jóvenes de raza negra, por ejemplo, que al saquear una casa tienen la doble mala suerte de robar a un jefe de la mafia local y ser reconocidos por una joven a la que habían violado anteriormente. O de unos supremacistas blancos que ven en el desastre la oportunidad de practicar el deporte de la “caza del negro”. O de un psicópata al que aparentemente han encargado recuperar los diamantes mientras se dedica a su afición favorita, el acoso y derribo sexual de toda joven que se ponga a tiro. Y al fondo Dave Robicheaux, que de alguna manera sirve de hilo conductor de una novela coral a la que impregna y completa con su presencia.
A Robicheaux, ex alcohólico rehabilitado, casado con una antigua monja y padre adoptivo de una joven de origen centroamericano, lo único que le preocupa es encontrar el paradero del padre Jude LeBlanc, un sacerdote yonqui que vive con una prostituta pero que a la hora de la verdad representa mejor el mensaje del evangelio que los purpurados que se esconden tras grandes palacios, y en esa búsqueda se encontrará con los demás personajes que pueblan su novela y su ciudad, mientras intenta proteger a su hija del acosador, un acosador contra el que no tiene pruebas, e intenta comprender los sentimientos del joven negro que desde el mismo día en que nació no tuvo la más mínima oportunidad de participar en el “sueño americano” así como los del honrado padre de familia que, ante los violadores de su hija, no puede pensar en otra cosa que no sea la venganza.
El huracán nos habla de esos crímenes, pero sin olvidar que el mayor crimen fue el permitir que una ciudad quedara arrasada por causa de intereses políticos y económicos. Estamos ante una novela dura, que no nos pone una venda en los ojos sino que nos muestra claramente, filtrándolo por el tamiz de la ficción, lo qué ocurrió el año 2005 en Luisiana. Pero estamos también ante una historia moral, que no moralista, una historia de redención y esperanza, sin ingenuidades absurdas (la lectura de esta novela nos impide ser ingenuos), pero sin caer en el abatimiento. Burke cree en sus conciudadanos, pese a conocer al dedillo sus miserias, y nos lo transmite, paradójicamente, en una novela negra dura, muy dura, y sin concesiones a la galería.
No estamos sin embargo ante una novela oportunista, nacida al calor--y para la explotación literario-comercial-- de la citada catástrofe. Burke, aunque originario de Texas, ha vivido y desarrollado su carrera literaria en Luisiana y su policía de origen cajún, Dave Robicheaux, es el protagonista de la mayoría de sus novelas adscritas al género negro. Si hay, por tanto, un autor legitimado para utilizar literariamente el material de desecho que el “Katrina” dejó a su paso ese autor es, precisamente, James Lee Burke.
El huracán comienza el día siguiente a la casi desaparición de Nueva Orleáns. Pese a las órdenes de evacuación no todo el mundo ha abandonado la ciudad, unos porque no tenían medios para hacerlo y otros porque confiaban en estar suficientemente protegidos, pero si es posible protegerse de las fuerzas desatadas de la naturaleza no es tan fácil hacerlo de nuestros congéneres. De tres jóvenes de raza negra, por ejemplo, que al saquear una casa tienen la doble mala suerte de robar a un jefe de la mafia local y ser reconocidos por una joven a la que habían violado anteriormente. O de unos supremacistas blancos que ven en el desastre la oportunidad de practicar el deporte de la “caza del negro”. O de un psicópata al que aparentemente han encargado recuperar los diamantes mientras se dedica a su afición favorita, el acoso y derribo sexual de toda joven que se ponga a tiro. Y al fondo Dave Robicheaux, que de alguna manera sirve de hilo conductor de una novela coral a la que impregna y completa con su presencia.
A Robicheaux, ex alcohólico rehabilitado, casado con una antigua monja y padre adoptivo de una joven de origen centroamericano, lo único que le preocupa es encontrar el paradero del padre Jude LeBlanc, un sacerdote yonqui que vive con una prostituta pero que a la hora de la verdad representa mejor el mensaje del evangelio que los purpurados que se esconden tras grandes palacios, y en esa búsqueda se encontrará con los demás personajes que pueblan su novela y su ciudad, mientras intenta proteger a su hija del acosador, un acosador contra el que no tiene pruebas, e intenta comprender los sentimientos del joven negro que desde el mismo día en que nació no tuvo la más mínima oportunidad de participar en el “sueño americano” así como los del honrado padre de familia que, ante los violadores de su hija, no puede pensar en otra cosa que no sea la venganza.
El huracán nos habla de esos crímenes, pero sin olvidar que el mayor crimen fue el permitir que una ciudad quedara arrasada por causa de intereses políticos y económicos. Estamos ante una novela dura, que no nos pone una venda en los ojos sino que nos muestra claramente, filtrándolo por el tamiz de la ficción, lo qué ocurrió el año 2005 en Luisiana. Pero estamos también ante una historia moral, que no moralista, una historia de redención y esperanza, sin ingenuidades absurdas (la lectura de esta novela nos impide ser ingenuos), pero sin caer en el abatimiento. Burke cree en sus conciudadanos, pese a conocer al dedillo sus miserias, y nos lo transmite, paradójicamente, en una novela negra dura, muy dura, y sin concesiones a la galería.