“La mañana que debía devolverme a la vida, pero me envió al sueño de la muerte, arrancó helada y ventosa." Enero de 2007. La joven Ela huye en del maltrato y la adversidad, del dolor de una pérdida sin consuelo, de la irrupción inesperada de la violencia a manos de quien menos hubiera podido imaginar, del poso oscuro de demasiados secretos. Alrededor de su presencia en duermevela, desfilan los protagonistas del grupo familiar, cada uno con su parte inconfesa de la historia, su carga y su trama de silencios, sospechas, culpa y afectos. Poco a poco y durante la tensa brevedad del tiempo de espera, irán aflorando pasiones y desengaños, vivencias felices o atormentadas, a la sombra de los secretos, agravios y envidias del ayer, del lastre de viejos complejos infantiles quizá nunca del todo superados. Ela, en un estado intermedio de conciencia, mantiene en vilo a los suyos de ahora mientras tira del hilo y las pérdidas de su vida, asistida por el eco lejano, pero siempre presente, de las fascinadoras voces de la infancia. Voces como la de Jonás, amigo inquebrantable que espera su llamada, de paso por provisional paraíso ilusorio, al otro lado del mundo.
Juana Salabert, con la prosa ágil y precisa que caracteriza su obra, nos brinda en La faz de la tierra una intrigante novela coral, vital y contundente sobre las relaciones de pareja y sus límites infranqueables. Una reflexión profunda y amena acerca, asimismo, de padres e hijos, del amor y sus límites, de la familia y sus demonios y lo que cada uno de sus miembros intuye, calla..., o prefiere peligrosamente ignorar.