La última cigüeña, segunda novela del escritor navarro Félix Urabayen,
ambienta su trama en el valle del Roncal y en el corredor del Guadiana, en las
tierras de la baja Extremadura. Siguiendo a su protagonista, Juan Miguel
Iturralde, en sus negocios eléctricos y sueños grandilocuentes de principios de
siglo, Urabayen, “hijo rezagado del 98” salta de su Navarra natal --por
cuyos montes trashuman pastores sin mucho futuro y por cuyos bravos ríos
desfilan, como si de titanes se tratara, hombres sobre almadías construidas con
los robles sustraídos a una naturaleza aún sin domar--, a una Extremadura
descrita desde una perspectiva a la vez crítica y afable, movido por una
admiración progresiva y un propósito testimonial cargado de simbolismo.
Escrita en
1921, el gran autor navarro dedica esta égloga al villavés Serapio Huici,
liberal vasquista como él, por ser “infatigable trabajador, que en la moderna
Cruzada de los vascos labora en silencio porque la ‘almadía’ de nuestra raza
logre su hora de hegemonía”. Completando este cuadro de paisajes diversos, la
estampa biográfica que Urabayen dedica a Iparragirre.
«Una de las
más delicadas novelas del siglo XX» - Germán Bleiberg
«Urabayen es
vivo, movible, agitado y agitador. Tiene una profusión de ademanes y de gestos
sinceros y rápidos. Está presente siempre una fuerza vital de juventud
inquieta, indagante y protestataria. Pero, además de todo eso, por las fórmulas
conciliadoras, Urabayen muestra su condición de hombre del “98 y medio” -ha podido
decirse-, maduro en su prosa por la que ha encontrado la forma de cuajarse en
sus libros. Es un excelente prosista con discreción manifiesta de novelista. Y,
sin embargo, el trabajar con reposo es su estilo, el colocar la palabra y
afinar hasta el límite su sentimiento, el lograr un todo sereno -aparentemente-
no le proporciona quietud, interna ni externa, y se lanza desde su provincia,
sus provincias, a la contienda» - Miguel Pérez Ferrero