Quizás no fue la primera, pero sí la primera que yo conocí. Me refiero a la Serie Negra de la colección Libro Amigo que la Editorial Bruguera publicaba allá por finales de los años 70 y principios de los 80. Anteriormente sólo había leído, dentro del género, a Manuel Vázquez Montalbán y su novela fundadora del Ciclo Carvalho, Tatuaje (ya sé que Pepe Carvalho nació en Yo maté a Kennedy, pero las cosas como son, en mi opinión esta primera novela no es propiamente una novela negra, por lo que sería excesivo incluirla, como en ocasiones se hace, incluso desde la propia editorial, dentro de la serie protagonizada por el detective barcelonés de origen gallego) y fue su lectura, y sobre todo la de aquellos críticos que relacionaban esa novela tan atípica para su tiempo con los autores que habían creado el género negro en la época posterior a la Gran Depresión, la que me animó a acercarme a un género que hasta entonces no había sido muy apreciado en España.
Para ello empecé a leer a aquellos autores que, al parecer, habían sido los antepasados literarios de Vázquez Montalbán y encontré un auténtico filón en la Serie Negra de Bruguera. Quizás, como ya he dicho, no fuera la primera, ni siquiera la más valiente u original, pero tuvo la virtud de darnos a conocer a los escritores clásicos del género, a sus padres fundadores y a quienes les sucedieron en el trono.
No exagero si digo que muchos de los lectores de mi generación que se engancharon a lo negro, literariamente hablando, fueron convertidos a la causa por culpa de esa colección. Allí pudimos conocer a Raymond Chandler, Dashiell Hammett y James M. Cain (menudo trío), pero también a Jim Thompson, Chester Himes (si antes de leerle alguno de nosotros era racista, automáticamente dejó de serlo o es que no sabía qué era lo que estaba leyendo), Ross MacDonald o David Goodis. Quizás su gran virtud fue su peor defecto, ya que apostaba poco por otro tipo de autores, más alejados de los clásicos. Aún así se publicaron también obras de J. P. Manchette, Osvaldo Soriano o Giorgio Scerbanenco (curiosamente publicó una novela para mí muy floja, La cueva de los filósofos, y sin embargo no incluyó en la Serie Negra el ciclo dedicado a Duca Lamberti, lo mejor que escribió nunca el autor italiano dentro del género, que publicó la misma editorial fuera de esa colección). Aún así, a pesar de esa timidez, llegó a apostar por autores como Juan Madrid y Carlos Pérez Merinero, en aquella época dos escritores jóvenes que se estaban iniciando en el género y tradujo un par de obras de Jaume Fuster, ente ellas El procedimiento (De mica en mica s’omple la pica).
Actualmente quienes amamos el género negro tenemos la tendencia de pensar que todo el mundo conoce a los clásicos, pero sólo se les puede conocer si se les lee y para eso (ya sé que parece una verdad de Pero Grullo pero hay que decirla) es necesario que se publiquen. Por eso colecciones como aquella de Bruguera siguen siendo imprescindibles.
Y además no nos importaba cómo estaban traducidas. Éramos menos exigentes, pero cómo nos lo pasábamos. ¿Las sigues guardando en el trastero de Sopelana?
ResponderEliminarAsí es, ahí tengo la mayoría, y de vez en cuando les quito el polvo y las releo. Y en general no me decepcionan las nuevas lecturas, no sé si porque en efecto son muy buenas o porque al recordarme aquellos años, me siento predispuesto hacia ellas.
ResponderEliminarjoer yo lei unas cuantas del bibliobus en 8º de EGB, q tiempos, no se pq hoy he buscado serie negra bruguera y he llegado aqui
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