lunes, 17 de mayo de 2010

SKELETON CREEK (PATRICK CARMAN)

Skeleton Creek. El diario de Ryan es la primera entrega de una impactante y novedosa trilogía del autor estadounidense Patrick Carman. Se trata de una intrigante historia de misterio interactiva en la que para avanzar en la trama los lectores tendrán que visionar los nueve vídeos colgados bajo contraseñas secretas en la página web dedicada a una de las protagonistas (www.sarafincher.es). Según se avanza en el argumento del libro, se van desvelando las contraseñas que dan acceso al material audiovisual que completa la historia…

El diario de Ryan. Este es el diario de Ryan, un chico de quince años que vive en un pueblo llamado Skeleton Creek. Su afición por escribir historias de terror le ha hecho amigo inseparable de Sarah, una chica de su edad obsesionada por los misterios.
Ambos empiezan a investigar el porqué del nombre de su pueblo y descubren que este data de la época en que una compañía neoyorquina llevó hasta allí una máquina para extraer oro o plata de las colinas, no muchos años atrás. Al mismo tiempo descubren que hubo un accidente con esa máquina en el que perdió la vida uno de los trabajadores, Joe Bush.
Los dos amigos van una noche a investigar al lugar donde ha quedado abandonada la máquina, y Ryan sufre un extraño accidente en el que se rompe la pierna de una manera muy aparatosa. Sus padres le prohíben ver a Sarah o ponerse en contacto con ella diciéndole que, si lo hace, se mudarán inmediatamente porque esa amistad no hace más que ponerles en peligro a ambos.
La novela empieza en este momento, cuando Ryan está en cama con la pierna escayolada y decide escribir en su diario todo lo que les ha pasado a Sarah y a él. A lo largo de las páginas vamos asistiendo a las elucubraciones de Ryan, encerrado en su casa, y a las investigaciones de Sarah, que sigue saliendo con su cámara a investigar el misterio del fantasma de Joe Bush. Así nos enteramos de que ha habido más gente que dice haber visto al fantasma, que hay una sociedad secreta en el pueblo que tiene que ver con la alquimia y a la que puede pertenecer el propio padre de Ryan, que el fantasma de Joe Bush está relacionado con alguien a quien llama el Alquimista…
Sarah va colgando los vídeos de sus investigaciones en una página web y le manda a Ryan las contraseñas para poder verlos. De esta forma, el lector asiste a la historia como si fuera el propio Ryan, viendo los vídeos a la vez que él.

Hubo un momento, no hace mucho, en que pensé: Se acabó. Estoy muerto. No dejo de pensar en esa noche y de sentir el mismo miedo que sentí entonces. Fue hace dos semanas, pero tras catorce días y catorce noches de continuos recuerdos, estoy más asustado y confuso que nunca. Lo cual significa que aún no se ha acabado. Algo me dice que tal vez no se acabe jamás.
Anoche dormí en mi habitación por primera vez desde que sucedió todo. En el hospital me despertaban las pisadas suaves de una enfermera, el seco olor a tiza de su piel y su mano, que sacudía mi hombro con delicadeza.
—El doctor vendrá dentro de un momento. Querrá verte despierto. ¿Me haces el favor de incorporarte, Ryan?
Sin embargo, esta mañana no había enfermera, ni médico ni olor a tiza; me ha despertado el primer tren que ha cruzado el pueblo, a las cinco y media de la mañana. Pero a mi mente recién despierta no le ha parecido un tren, sino algo más amenazante que se escabullía al amanecer, culebreando por los callejones, al acecho.
He sentido miedo y, luego, alivio, porque mi hiperactiva imaginación ha regresado a su estado natural de temor y paranoia de los últimos tiempos.
En otras palabras, he regresado a Skeleton Creek.
(…)
Empiezo a escribir sobre aquella noche y todo lo que ocurrió después. Tengo que ir despacio. Me duele escribir. Física, mental, emocionalmente, es como si cada parte de mí se hubiese roto de alguna manera. Pero debo empezar a escribir de nuevo. Dos semanas en el hospital sin un diario me han dejado hambriento de palabras.
He escrito muchos diarios, pero este es especialmente importante por dos motivos. Motivo número uno: no lo escribo para mí. Estas palabras son para que alguien las lea, cosa que no suelo hacer. Motivo número dos: tengo el presentimiento de que será el último diario que escriba.
(..)
Por eso estoy aquí. Escribir o morir intentándolo.
Si repaso las páginas de todos los diarios que he escrito, veo básicamente dos cosas: historias de miedo que he inventado yo, y la descripción de extraños acontecimientos ocurridos en Skeleton Creek. No sé explicar por qué es así, solo se me ocurre el antiguo refrán que dice que un escritor escribe sobre lo que conoce, y yo he conocido el miedo toda mi vida.

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