Título: EL ASESINATO COMO DIVERSIÓN
Título original: MURDER CAN BE FUN
Autor: FREDRIC BROWN
Editorial: PLAZA Y JANÉS
Trama: Que en Nueva York asesinen a una persona y que el
asesino, a pesar de no ser Navidad, haya actuado disfrazado de Papá Nöel, no
parece ser una cosa tan rara. Pero cuando un periodista que en ese momeno
trabaja como guionista del serial radiofónico más escuchado en la ciudad se
percata de que ese asesinato ha sido realizado de acuerdo con el guión que ha
escrito para un nuevo serial de tipo policíaco, un guión que acababa de
escribir y no había enseñado a nadie, la situación sí que puede considerarse
más rara. Y complicada, sobre todo para él, que pasa a ser el principal
sospechoso.
Personajes: Bill
Tracy, experiodista dado a la bebida, autor de la serie radiofónica de moda,
aunque la detesta y sólo se dedica a ello porque gana más dinero que como
periodista, Millie Wheeler, vecina y amiga de Bill, mujer independiente y
enérgica, siempre dispuesta a ayudarle, Wilkins, jefe de Tracy en la radio,
seco y distante, Dick Kreburn, actor radiofónico amigo de Bill, que tiene uno
de los papeles principales en el serial, Bates, inspector de policía que parece
desconfiar de Bill Tracy, Corey, subordinado de Bates y acérrimo seguidor del
serial que escribe Bill, Jerry Evers, actor que trabaja en el serial, ansioso
por obtener publicidad a cualquier precio, Dotty Mueller, mecanógrafa de la
emisora de radio, que aspira a trabajar como guionista de seriales.
Aspectos
a Destacar:
Aunque
casi nunca se suele citar a Fredrick Brown entre los clásicos de la novela
negra norteamericana, quizás por haberse dedicado más a la ciencia ficción,
destacó como autor de novelas negras con tramas muy ingeniosas y repletas de
sentido del humor, como en el caso de “El asesinato como diversión”, cuyo título
es ya suficientemente explícito de esa querencia del autor.
La
Frase: Como disfraz era perfecto. El
traje rojo y la cara mofletuda, falsamente alegre, inducían a error en cuanto a
su verdadero peso y constitución, y cumplían su cometido de un modo tan
convincente que a aquel hombre no le habría hecho falta atarse una almohada a
la cintura para conseguir que muchos jurasen que era bajito y rechoncho. Más
tarde, la policía localizaría a una decena de entre las miles de personas que
habían pasado junto a él, y sus declaraciones resultarían contradictorias hasta
límites absurdos. Para los testigos ortodoxos era gordo y rechoncho. Para unos
pocos --los agnósticos-- alto, y lo habrían calificado de delgado de no haber
sido por la almohada.
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