Este año la Semana Negra de
Gijón, que siempre ha tratado inmejorablemente bien a los autores provenientes
de Euskal Herria, se ha esmerado aún más, si cabe, con los escritores vascos, habiéndose
producido una serie de presentaciones de novedades literarias e incluso una
Mesa Redonda dedicada, precisamente, al auge de la más reciente Novela Negra
Vasca. Eso sin mencionar el “Premio Hammett a la Mejor Novela Negra en
Castellano” otorgada a Juan Bas por su novela El refugio de los
canallas. El mérito del premio es, por supuesto, del autor, que ha
escrito una estupenda novela, pero siempre agrada que se reconozca el trabajo
bien hecho.
Dentro de ese especial
interés que ha suscitado en Gijón la Novela Negra Vasca, Jesús Palacios,
uno de los cronistas del periódico A Quemarropa, algo así como el diario
oficial de la Semana Negra, con un ingenio no exento de buen humor, ha
etiquetado como “Txapela Noir” a las obras de género negro escritas por
autores vascos. No sé si ese simpático término se consolidará, pero
personalmente me ha parecido una idea francamente simpática y, recogiendo un
invisible guante, he decidido utilizarla.
Y del mismo modo utilizo los
artículos que, hasta el momento, la propia revista A Quemarropa, ha dedicado al
Txapela Noir, al que le deseo, y confío en que sea un deseo general,
larga y exitosa vida, y los reproduzco en esta entrada del blog.
(10-07-2018) La novela negra
española en general y vasca en particular fue ayer protagonista casi absoluta
del Espacio A Quemarropa y prácticamente de toda la jornada semanera. Así pues,
comenzó la cosa con un entusiasmado y arrabatado —en sentido Zulueta— Luis
Artigue presentando Un dios ciego de Javier Sagastiberri,
autor que cambió su sórdida existencia en el mundo de las finanzas, como buen
licenciado en ciencias económicas (aunque también, oiga, en filología
hispánica), por un brillante y glamuroso presente millonario como autor de
novela policíaca, profesión que, es bien sabido, te permite vivir el resto de
tu vida a todo tren. Novela que, en gritos de Artigue, se convierte, a
partir de dos tramas criminales aparentemente inconexas que habrán de confluir
finalmente, en verdadera crítica de una sociedad que se rinde a «la opulencia
por la opulencia», articulándose como retrato del barrio bilbaino de Neguri,
pijo donde los haya, a la par que como divertimento metaliterario por el que
pululan personajes y autores de otras novelas vascas de género negro, tomados
en préstamo por su autor.
Un buen rato después
precisamente, subiría también al escenario del Espacio A Quemarropa Antón
Arriola, cuyo sacerdote jesuita ateo y poco menos que excomulgado a la par que
antropólogo experto en misterios arcaicos es, a su vez, uno de los que aparece,
cameo mediante, en la novela de Sagastiberri, si bien aquí, según
confesión convicta de Arriola, su segunda aventura, El caso Newton,
está equidistante de la novela negra y el thriller esotérico y culterano, con
manuscritos robados del Newton alquimista y hereje y del mismísmo Erasmo,
apariciones estelares del Priorato de Sion y un grupo terrorista nihilista que
ríase usted del realismo especulativo y del Nihil desencadenado de Ray
Brassier.
Para poner la nota femenina a
este nuevo “txapela noir” que viene de nuestros cantábricos vecinos, gracias
fundamentalmente a la labor de la colección Cosecha Roja de la editorial Erein,
principal culpable de esta oleada terrorífica que no terrorista en el mejor de
los sentidos de novela policíaca con acento vascuence, remató la tríada euskera
Noelia Lorenzo Pino con su obra Corazones negros, también
publicada en el mismo sello, en la que esta experta tejedora de tramas y
personajes criminales, que confesó ser apasionada de la moda y profesora de
corte y confección (profesión que no sé por qué se me antoja inquietantemente
aneja a la de novelista policíaca, será por las tijeras…), pone de nuevo en
escena a sus personajes Eider Chasserau y Jon Ander Macua, esta vez en una
sórdida y triste trama de porstitución forzada y trata de carne humana de la
que es víctima y protagonista a su vez Anna Karlatos, una joven griega atrapada
en sus oscuras redes. Tanto El caso Newton como Corazones
negros fueron presentadas por Nacho S. Álvarez, quien no sólo
demostró haber leído los libros de cabo a rabo, sino estar poco menos que
enamorado de ellos y, sobre todo, de sus autores, llegando a confesar en un
conmovedor arrebato que leyendo determinado momento de Corazones negros
no había podido evitar derramar un torrente de lágrimas. Yo ya le he dicho a
Nacho, aprovechando mi esquizofrénica condición de cronista, presentador, autor
y columnista (Quadrophenia, que decían The Who antes de CSI), que la próxima
vez que tenga libro quiero que me lo presente él, porque además de dejar hablar
a los escritores, leerse sus libros y entenderlos, se emociona tanto que nadie
que le escuche y vea puede después dejar de comprarlos, a riesgo de quedar como
un alma insensible con corazón de piedra.
La batería de actividades
acogidas ayer por la Carpa del Encuentro se cerró con una interesantísima mesa
redonda sobre la novísima narrativa vasca, que contó con la participación de Javier
Sagastiberri, Noelia Lorenzo Pino y Antón Arriola, y fue
conducida por Ángel de la Calle y Nacho S. Álvarez. Todos
coincidieron en señalar y celebrar la maravillosa «eclosión» de escritores de
novela negra que ha vivido Euskadi en los últimos años. Recordaba Sagastiberri,
el mayor de los tres escritores invitados, que cuando él empezó a escribir,
«sólo teníamos a los clásicos: José Javier Abasolo y Jon Arretxe,
y además dos clásicos un tanto recientes, de los años noventa: nada que ver con
la larga tradición de Barcelona y Madrid». Era aquél un vacío sorprendente,
dijo Sagastiberri, toda vez que «el paisaje de una ciudad como Bilbao en
los años setenta y ochenta era un paisaje típico de novela negra: crisis
industrial, derrumbe, violencia, incluso violencia política… Había muchos
elementos para que hubiera nacido allí una novela negra, pero no nació. Sin
embargo, ahora que hemos conseguido la paz política y que Bilbao se ha
convertido en una ciudad luminosa, de repente empezamos a escribir». Coincidió Noelia
Lorenzo en señalar también un boom del que ella responsabiliza a Dolores
Redondo, escritora exitosísima que «arrastró mucho al lector hacia la
novela negra». Lorenzo señaló también que, pese a la omnipresencia del
terrorismo en la sociedad vasca durante muchos años, «nuestras novelas no
tratan sobre ello. Quedamos tan dolidos de todo ese tema que huimos de él.
Reflejamos lo negro de la sociedad, pero alejándonos de esa parte». Antón
Arriola se mostró de acuerdo. Los escritores vascos, dijo, han querido
«abrirse a otras cosas; y hacemos que nuestros protagonistas sean gente curas
con amantes, gente que viaje… Procuramos huir del esencialismo vasco». ¿Existe
algún rasgo común que caracterice a la novela vasca al modo como los hay que se
pueden señalar que caracterizan a la novela nórdica u otras? Existe al menos
uno: «la luvia permanente». Lo dijo Sagastiberri, que contó que, antes
de la mesa, los tres escritores habían hablado de que sus novelas no se
parecían en nada. Fue Nacho S. Álvarez quien les dijo: «Hay una cosa en
la que sí que se parecen: en todas llueve que te cagas». También se suele dejar
muy bien en las novelas vascas —se señaló— a los cuerpos de seguridad, y
particularmente a la Ertzainza. «Es muy difícil poner mal a un ertzaina después
de lo que los han vapuleado durante años. Para un sector muy vociferante de la
sociedad vasca, eran los zipaios, los traidores que colaboraban con el enemigo.
El de fuera podía ser un hijo de puta, pero estaba haciendo su labor; pero el
zipaio era de aquí, y eso a toda esta gente le resultaba intolerable», explicó Antón
Arriola, el ertzaina protagonista de cuyas novelas es «un hombre
comprometido y honrado hasta las cachas». También procuran los novelistas
vascos, señaló Arriola, «celebrar la vida» y reflejar cómo «Euskadi ha
cambiado mucho en los últimos años y Bilbao en particular ha sufrido una
transformación brutal que en general ha sido para bien, aunque haya nostálgicos
que echemos de menos determinadas cosas que se perdieron». Se señaló también en
la mesa el «buen rollo» que mantienen todos los escritores vascos entre sí. Sagastiberri
lo ejemplificó contando que él suele servirse en sus novelas de personajes
reales e incluso ficcionales: del Goiko de Abasolo y también de Jon
Arretxe, que accedió a convertirse en un personaje de las novelas de Sagastiberri
sólo a cambio de que fuera «lo más cutre que pudiera». Sagastiberri
accedió encantado y presenta en sus libros a un Arretxe vestido con «un
pantalón de chándal de mierda y una camiseta de propaganda de pienso para
perros». Arretxe, dijo, «estaba feliz».
(11-07-2018) Tuvimos también
ayer nuestra ración de “txapela noir”, esta vez procedente de Navarra, con la
presentación de la nueva novela de Susana Rodríguez: Te veré esta
noche. Se trata de la tercera aventura del inspector Vázquez. La
presentación corrió a cargo una vez más de José Manuel Estébanez, quien
señaló la capacidad de la escritora para desarrollar tramas paralelas y
complejas donde lo personal y lo psicológico se ensamblan perfectamente con la
construcción de un complicado misterio policial, que en alguna medida Susana
Rodríguez resumió con el axioma de que «nadie conoce a nadie» y al parecer
su policía protagonista todavía menos que nadie.
(12-07-2018) El “txapela noir”
hizo doble acto de presencia, esta vez con dos de sus más talludos y decanos
exponentes, primero con José Javier Abasolo, cuya novela Asesinos
inocentes fue introducida por el siempre agradecido y entusiasta Luis
Artigue. Siguió éste desarrollando su teoría de la novela negra gamberra
vasca, destacando el papel que tiene en ésta el sentido del humor,
especialmente en una que, aunque se inscribe parcialmente en la tradición del noir
judicial —ejemplificada por personajes míticos del género como Perry Mason
o autores antaño de moda como John Grisham, estando protagonizada por un
abogado en el papel de investigador—, éste resulta ser, en palabras del propio Abasolo,
un «auténtico cabrón, obsesionado por la pasta y el sexo» y no podría estar más
alejado de los tópicos al uso. Curiosamente, los abogados que la leen se quedan
tan contentos, porque parecen creer que su autor está siempre hablando de
alguno de sus compañeros de profesión y nunca de ellos mismos. Lo divertido es
que Abasolo tuvo la idea de hacer de un abogado su nuevo protagonista
para presentar la novela a un concurso literario convocado por el Colegio de
Abogados…, pero al final decidió no intentarlo siquiera, porque le había salido
un personaje tan cínico y poco ejemplar que difícilmente habría podido hacerse
con el susodicho premio concedido por el gremio. Simpático en su veteranía y
buen hacer, a José Javier Abasolo tengo que agradecerle también, y
mucho, que fuera prácticamente el primer escritor de novela negra que pasara
por aquí declarando estar «totalmente en contra de los autores que dicen “yo no
escribo novela negra” cuando se refieren a sus novelas negras», extraño vicio
demasiado extendido creo yo por la profesión.
El otro y no menos brillante
y divertido exponente de este “txapela noir” que —parafraseando de nuevo a Luis
Artigue— tiene mucho de novela picaresca y esperpento que visitara ayer el
Espacio A Quemarropa no fue otro que Jon Arretxe, quien bien acompañado
y conducido por Noemí Sabugal cerró la tarde noche presentando con
gracia inigualable su novela La banda de Arruti, peripecia
criminal y barriobajera cuyo escenario son las fiestas de Basauri, localidad de
la que es oriundo el propio Arretxe, y que tras la descripción del autor
quisiéramos todos que fuera también nuestra patria chica. En su depauperado y
sórdido pero al tiempo entrañable decorado tienen lugar las desventuras de la banda
de pringados protagonista: cuatro supervivientes natos tras la pista de unas
joyas robadas que van sembrando el caos y la destrucción en medio de las
fiestas de San Fausto, con actuación de Georgie Dann incluida (todo ello
basado en hechos reales, por supuesto) y consumo desmedido de zurracapote,
mejunje alcohólico y dulzón típico del lugar. Sin descuidar la descripción de
una ciudad degradada por el paro, la desindustrialización y la crisis, Arretxe
se centra en sus personajes y situaciones tan violentos como, según la
sonrojada Noemí, inevitablemente hilarantes, en una novela macarra con
la que su autor se ríe de sí mismo y de su amada ciudad, a la que no dudó en
calificar como «el pueblo más feo de Euskadi», siguiendo el ejemplo de algunos
de sus autores favoritos de novela negra, como el dos veces noir Chester
Himes o el francés Daniel Pennac. Aunque se resistió al calificativo de
«nueva novela negra vasca» sí que, en presencia de testigos, hubo de admitir
que algo hay de particular en la manera en que se acercan vascos y navarros al
género, siempre con mucho humor negro y espíritu gamberro.
(14-07-2018) «Enorme ilusión
y felicidad» le produjo ayer a Juan Bas ganar el Hammett 2018 por su El
refugio de los canallas, una novela sobre el odio y ETA en la que Bas
aparca su humor habitual para poner en escena a una serie de personajes
inspirados en los que protagonizaron el período de actividad de la banda
terrorista, a los que se va dando voz a través de una estructura de saltos en
el tiempo entre 1942 y 2015: desde miembros de comandos hasta familiares,
políticos y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. De ella valoró el
jurado especialmente su «profunda implicación con la temática de la violencia y
sus consecuencias en el País Vasco sin descuidar una elevadísima calidad
literaria». Bas fue galardonado además con el SN-BAN!, un premio
especial instituido hace algunos años y que consiste en un intercambio de
autores entre la Semana Negra y el festival Buenos Aires Negro, que Bas
visitará en consecuencia el año que viene.
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