Pues sí que empezamos bien. La segunda entrega de los RELATOS
DE LOS LUNES NEGROS la subo al blog un martes. Aunque me da en la nariz que
nadie se ha dado cuenta, porque las ingentes misivas de desolación y protesta
que esperaba no se han producido. Todo un golpe a mi vanidad de escritor, como
para fiarme de vosotros.
De todos modos, como tengo buen corazón, os dejo este relato
sobre un policía de un país muy lejano y una ciudad desconocida, así que no
empecéis con suspicacias ni sospechas. Que os conozco.
AGENDA
06.00 A.M.: Suena el despertador. Me
levanto empapado en sudor aunque he dejado abierta la ventana del dormitorio. Aún
así el calor se ha adueñado de la casa. Abro la ventana en vano, no hay ni una
brizna de brisa. La ciudad, en agosto, es inhabitable, pero a mí me ha tocado
joderme y trabajar como un cabrón. Soy nuevo en esta plaza, hace tan sólo tres
meses que me han trasladado, y aunque ha sido un ascenso largamente perseguido me
he encontrado con que aquí soy el último mono y no he tenido más remedio que
aguantarme y quedarme chapando este mes.
06.01 A.M.: Instintivamente miro el
lado derecho de la cama, pero Sonia no está. Debo seguir dormido porque no
recordaba que se ha quedado con los niños en el pueblo de sus padres. A mí me
toca trabajar mientras ellos se pasan todo el día disfrutando en el río, junto
a la chopera. Ése es el significado profundo de la institución familiar.
06.03 A.M.: Por fin, la ducha. Cómo
se agradece el agua. Dejo que fluya por todo mi cuerpo, refrescándome,
devolviéndome la vida. Me siento renacer. Ahora sí que puedo decir que acabo de
despertarme.
06.22 A.M.: Todo en esta vida llega
a su fin. También la ducha. Normalmente no suelo permanecer veinte minutos
en la bañera, pero es que hace un calor insoportable y es donde mejor se está.
Por mí me hubiese quedado ahí metido todo el puto día.
06.23 A.M.: Mientras me seco el
contacto de la toalla con mi verga me hace recordar la noche anterior. Estaba
buena la brasileña, ¿o era colombiana? No lo sé ni me importa, el caso es que
estaba muy buena. Eso sí que fue un polvo salvaje. Amo a Sonia y me vuelven
loco los niños pero, qué cojones, todo el mundo tiene derecho a divertirse y
estaba solo y surgió la oportunidad y... a la mierda con las explicaciones, soy
un hombre y he tenido la ocasión, no es necesario darle vueltas al coco.
Además, era gratis, invitaba la casa.
06.24 A.M.: Pensando en la brasileña,
o colombiana, he tenido una erección y he manchado la toalla. Bueno, no
importa, a la lavadora y santas pascuas, toallas tengo de sobra. La verdad es
que soy todo un tío, después de la noche que he pasado aún me quedaban
reservas.
06.26 A.M.: Mientras me afeito
vuelvo a sentir cómo todos los poros de mi cuerpo se anegan con el sudor. Acabo
de salir de la ducha y ya estoy congestionado de nuevo. Esta ciudad es una puta
mierda, tengo que hacer lo que sea, lo que sea, para salir de ella. Es cierto que
se cobra mucho más y que después de haber estado aquí me será más fácil
ascender, pero no acaban de gustarme ni la ciudad ni sus gentes. En fin, si
hago bien mi trabajo, y lo sé hacer, no será mucho tiempo el que pase aquí.
06.34 A.M.: No hay nada como un café
bien cargado para despertarme del todo. Mientras lo tomo sorbo a sorbo,
plácidamente, pongo la radio. En la ciudad hace, a esta hora, una
temperatura de 36 grados. Hubiera sido mejor no saberlo, oídos que no oyen
corazón que no siente. No por no saberlo iba a dejar de hacer calor, sólo que
el saber con toda exactitud cuál es la temperatura, ya sé que es absurdo, pero
es así, me deprime aún más.
06.40 A.M.: Hora de vestirse. Por mí
no me pondría ni el calzoncillo, pero me temo que mis superiores no se tomarían
con mucho sentido del humor el que apareciera en pelota picada por el despacho.
Además, en algún sitio tengo que llevar la cartera y los útiles de trabajo. Me
pongo la camisa hawaiana y el vaquero rojo. Realzan mi piel morena y mi espeso
bigote negro. Tanto la camisa como el pantalón son superceñidos así que cojo la
mariconera para llevar allí mis cosas. Me miro en el espejo. Pese al sudor que
surca por mi frente estoy bien hecho. Soy todo músculo, puro macho. Me acuerdo
de Sonia, pero está lejos, en el pueblo, disfrutando. Me acuerdo de la
brasileña, o colombiana. Ella está aquí, en la ciudad, a mi disposición. Creo
que voy a pasar una buena noche, aunque todavía esté empezando el día. Pensando
en ello vuelvo a tener una erección. Me duelen los huevos dentro del pantalón
ceñido, pero lo supero. En realidad, me encanta esa sensación.
06.52 A.M.: Conduzco hacia el
trabajo. La ciudad aún se está despertando. No están puestas ni las aceras. No
sé si es cierto eso de que a quien madruga Dios le ayuda, pero yo estoy
dispuesto a prosperar en mi trabajo. Todo por el bien de mi familia y por el
mío propio, por salir de esta asquerosa y mugrienta ciudad.
06.58 A.M.: Aparco el coche en el
sitio que tengo reservado. Cuando salgo de su interior observo a la gente, aún
poca, que transita por la calle dirigiéndose a su trabajo. Me siento el rey de
la ciudad, aunque sea una ciudad tan repugnante y polvorienta como ésta.
07.00 A.M.: Llego al trabajo.
Algunos, los que dentro de poco van a finalizar su turno, me miran con
asombroso, incapaces de entender que alguien sea capaz de llegar antes de
tiempo, de renunciar a una hora de sueño, por hacer las cosas bien y prosperar.
Ésos nunca llegarán a nada. La mayoría me saluda con respeto y temor. Es una
sensación agradable.
07.01 A.M.: El café de la máquina
está asqueroso, como siempre, pero me sienta de puta madre. Tomármelo antes de
entrar en faena es como un pequeño rito, y los pequeños ritos son los que
consiguen que la vida sea un poco más agradable.
07.05 A.M.: El jefe se asoma por la
puerta de su despacho y me sonríe. Le hago una señal con el índice. Confía en
mí y no le puedo defraudar. Es mucho lo que me juego.
07.08 A.M.: Bajo las escaleras del
sótano. A pesar del sofocante calor que asola la ciudad, allí siempre hace
frío. Mejor así. Voy a encontrarme con el primer cliente del día y nada mejor
que sentir un leve frescor mientras negocio con él. Le detuvieron ayer a la
noche, antes de que me fuera, pero pese a ello tuve tiempo de darme cuenta de
que ahí había negocio. Algunos cretinos lo llamarían instinto cuando en
realidad tan sólo se trata de profesionalidad.
07.18 A.M.: La charla no está dando
los frutos que yo quería. Paciencia, todavía es pronto, antes o después cederá.
07.25 A.M.: Después de todo, resulta
que no tengo tanta paciencia. He agarrado al tipo por el cuello y le he atizado
una patada en los cojones que ha tenido que dolerle un huevo, si se me permite la
broma. Lástima que el capullo no tuviera sentido del humor y no fuera capaz
de captar la fina ironía de mis palabras.
07.27 A.M.: Al cabrón éste le va la
marcha, así que he apagado mi cigarrillo en su ombligo. Me enfurezco, no me
gusta desperdiciar un hermoso cigarrillo rubio de contrabando por culpa de un
hijo de mala madre que se niega a colaborar, así que le pateo repetidamente el
estómago.
07.32 A.M.: Llamo al doctor porque
no quiero que se me vaya de las manos. No, por lo menos, antes de que me diga
todo lo que quiero saber.
07.37 A.M.: El tío canta de plano.
07.39 A.M.: Le parto la nuca con la
porra, limpiamente. No me gusta ver cómo la celda se ensucia de sangre.
07.41 A.M.: El camión de la basura,
como llamamos entre nosotros al furgón que se ocupa de los cadáveres, se lleva
el del tipejo. Calculo que dentro de un par de días alguien lo encontrará y al
cabo de un mes la investigación subsiguiente se archivará bajo el epígrafe de
crimen sin resolver.
07.42 A.M.: De repente me entran
unas ganas irresistibles de llamar a Sonia, pero me las aguanto. Aún estará
durmiendo. Aquí el pringado que madruga para que a su familia no le falte un
trozo de pan soy yo. De todos modos no me importa, cuando uno se casa y tiene
hijos adquiere una gran responsabilidad y hay que saber asumirla, no como
otros, demasiados, que después de dejar preñada a la novia la abandonan. Habría que pegarles un tiro a todos, por cerdos y cabrones.
07.47 A.M.: El segundo café de
máquina del día. Esta vez no me sabe tan horroroso. Llevo casi una hora en la
comisaría y las cosas van saliendo. A ver si no se tuercen.
07.49 A.M.: Se acerca el jefe y me
pregunta cómo va todo. Le saco un café y le digo que bien. Empiezo a contarle cómo
me ha ido en el interrogatorio, pero me interrumpe para decirme que le acompañe
a su despacho. “Ahí podremos hablar con más tranquilidad”, añade.
07.52 A.M.: Me parece increíble,
pero creo que estoy haciendo unos progresos extraordinarios. Tan sólo llevo
tres meses en esta ciudad y el propio mandamás me ha ofrecido tabaco. Parece
una tontería, pero conociendo al jefe ese dato es importante. Observo cómo las
extrañas formas que crea aleatoriamente el humo ascienden hasta el techo,
mientras recibo una calurosa felicitación. Tengo ganas de contárselo a Sonia,
estará orgullosa de mí.
09.13 A.M.: De nuevo en la calle,
donde se hace el auténtico trabajo policial. Siento cómo la adrenalina se
extiende por todo mi cuerpo. La espera, la espera... Es lo peor de este
trabajo, pero también lo mejor. Es como una droga.
09.15 A.M.: Por fin puedo respirar
tranquilo. La información que he obtenido del tipo era fetén, se estaba preparando
un atraco. Acaba de aparecer un vehículo sospechoso junto a la joyería.
09.18 A.M.: Los atracadores salen de
su coche. Aguardamos a que entren en la joyería y les damos el alto. Alguien,
tal vez yo mismo, no ha esperado a que se rindieran y ha iniciado el tiroteo.
Los cinco atracadores han muerto. Uno de los dependientes de la joyería también.
Mala suerte, estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado. Una mujer
joven se pone a llorar como una histérica. Está maciza la cabrona y cuando gimotea
se le mueven los pechos de un modo muy erótico. Me recuerda a la brasileña, ¿o
era colombiana? Da igual, son todas lo mismo, unas zorras a las que lo único
que les gusta es el folleteo. Pues conmigo van bien servidas. Tengo una
erección que disimulo como puedo dando una patada a uno de los cadáveres. Eros
y Thánatos, como estudié en el Bachillerato. Si es que lo tengo todo, hasta
cultura.
10.20 A.M.: De vuelta en comisaría
el jefe me felicita.
10.50 A.M.: El jefe me dice que
acaba de llamar el Gobernador en persona para felicitarle por la operación y
decirle que transmita a todos los hombres que han participado en la misma esa
felicitación. “Creo que te corresponde a ti ese honor, ya que eres tú quien les
ha dirigido”, me dice.
01.30 P.M.: Por fin he acabado el
atestado. Ésta es la parte que menos me gusta del trabajo, la de plasmar por
escrito todo lo ocurrido. Cambio tan sólo algunas cosas, las suficientes para
hacer más comprensible el informe. Detalles sin importancia, pero que
acrecientan la importancia de nuestra acción. Como tengo experiencia en estas
lides solvento magníficamente el inconveniente del dependiente muerto
explicando cómo los atracadores dispararon contra él a sangre fría, motivando
nuestra posterior reacción.
02.30 P.M.: Rueda de prensa del jefe
en directo. Todas las emisoras locales de televisión y varias de ámbito
nacional recogen sus palabras, en las que muestra su satisfacción por los
resultados de la operación. La mayoría de los periodistas le
felicitan, excepto uno, un tipo escuchimizado y con barba, un baboso en
definitiva, que le pregunta insidiosamente si no hubiera sido posible evitar
las muertes. Afortunadamente el jefe lleva su discurso muy bien preparado,
gracias sobre todo a mi informe, y la cosa no pasa a mayores.
03.15 P.M.: Como con el jefe en un
restaurante del centro. Aire acondicionado, cocina exquisita, vasos de cristal
labrado. No pagamos la comida ni las copas, por supuesto, es lo menos que se
puede hacer por dos personas que abnegadamente arriesgan su vida para servir a
los ciudadanos. La conversación es agradable e intrascendente, como se
corresponde con el relajado ambiente del local, pero cuando estamos acabando el
jefe me dice que está muy satisfecho con mi trabajo. “Si sigues así dentro de
poco estarás haciendo cosas más importantes”, añade sonriéndome.
06.25 P.M.: El periodista borde que
intentó poner en un compromiso al jefe ya no volverá a hacerlo. Ha sido fácil y
prácticamente sin violencia, tan sólo con la mínima necesaria. Le he seguido y
cuando ha entrado en un bar a tomar un café le he vigilado, esperando el
momento propicio. Nada más acabarse su bebida ha entrado al retrete y ahí ha
sido mío. Lo único que he tenido que hacer ha sido agarrarle por los cabellos e
introducir su cabeza por el hueco de la
taza. Creo que he sido persuasivo. Sé que no nos denunciará, es imposible que lo
haga, no me ha visto la cara, no sabe quién soy y, por otra parte, no le han
quedado marcas, al menos físicas. Además, si en algo me precio de ser un
experto, es precisamente en conocer a los hombres y ese tío era un cobarde que
se ha cagado en el pantalón. Olía muy mal, pero a mí ese olor me ha sabido a
gloria. Otro plumífero más que dejará de molestarnos.
07.00 P.M.: De vuelta a comisaría le
digo al jefe que a partir de ahora el periodista impertinente no volverá a
incordiarnos. No se muestra muy eufórico, pero por sus palabras me doy cuenta
de que está contento.
08.10 P.M.: Tranquilidad. Desde que
he regresado no ha habido apenas movimiento. Es una pena, pero no todos los
días se detiene por casualidad a alguien de quien se puede sospechar que está
preparando un golpe importante. De todos modos tampoco ha ido mal la
tarde. He detenido a un camello de baja estofa, un colgao de mierda, y le he requisado la
mercancía. Ni siquiera le he llevado a comisaría, no merece la pena, ¿para qué? ¿Para que
posteriormente, tras dejarme los ojos redactando un farragoso y absurdo
atestado, un juez sin dos cojones le suelte al de media hora?
09.17 P.M.: La droga requisada al
yonqui de mierda ha cambiado de manos y ahora tengo dos mil euros más en el
bolsillo. Me encanta hacer negocios con El
Pirao. Es un tío legal, aunque sospecho que se lleva el triple de lo que
me paga a mí, pero así son las cosas del mercado libre. Además, sabe que si
intenta engañarme o traicionarme lo va a pasar muy mal. No están mal los dos
mil euros para una sola tarde. No me hacen rico, pero me vienen de puta madre.
Este año Sergio empieza el colegio y Sonia quiere enviarle a uno muy elegante,
uno de ésos en los que se estudia todo en inglés. Sí señor, el inglés es el
futuro, y yo para mis hijos lo mejor.
10.00 P.M.: Llamo a Sonia y le digo
que la quiero. Luego hablo con Sergio y le digo que ya es hora de acostarse,
aunque comprendo perfectamente que en verano y en el pueblo los horarios son
diferentes. Después de hacer como que estoy pensándolo mucho le digo que sí,
que puede quedarse a ver el concurso que dan por la tele. La peque, me dice
Sonia, hace más de media hora que duerme como un angelito.
11.37 P.M.: Otra vez sudando, pero
ahora no me importa. La colombiana --porque es colombiana, no brasileña, al
menos eso es lo que ella me ha dicho-- jadea como una perra y folla como una
camada entera, pero yo sé responderla apropiadamente. Es imposible que sus
orgasmos sean fingidos, nadie es tan buena actriz. ¡Dios, qué buena está! Ha
sido impresionante y todavía nos espera más, mucho más. Esta ciudad sigue sin
gustarme, pero tiene sus cosas buenas. Creo que la brasileña, aunque ella
insiste en decirme que es colombiana para mí que es brasileña, y yo nos vamos a
entender. Es cuestión de papeles. Si no quiere ser deportada a su país tendrá
que acostumbrarse a mi diaria presencia.
11.55 P.M.: Confirmado. La brasileña,
o colombiana, es ilegal. Cuando le he dicho que en el futuro no va a tener que
preocuparse más por ese detalle le han brillado los ojos y me ha hecho una
mamada como nunca me la han hecho. Ésta es una de las cosas que más me gustan
de mi profesión, el poder ayudar a la gente.
06.00 A.M.: Suena el despertador. Me
levanto nuevamente empapado en sudor, pero no me importa. Tengo que volver al
trabajo. Como suele decir el jefe, el crimen nos espera y los ciudadanos tienen
que saber que gracias a nuestro esfuerzo y dedicación están seguros. Sigue sin
gustarme madrugar, pero lo hago con placer. Ayer las cosas rodaron muy bien y
todo parece ir por buen camino. Quién sabe, quizás dentro de poco obtenga un
ascenso y me destinen a la capital, donde están las auténticas oportunidades.
Sonia y los niños se merecen lo mejor y yo estoy dispuesto a hacer lo que sea
para proporcionárselo.
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