Hoy dos relatos por el precio de uno, se ve que se acerca el
Black Friday. Son dos microrrelatos que mE encargaron en los diarios DEIA y EL
CORREO, el primero para publicar con motivo de las fiestas de Bilbao, la Aste
Nagusia, el segundo por el XX Aniversario del Museo Guggenheim Bilbao.
Estrictamente no son relatos negros, sino más bien de humor y
fantástico, pero como el primero está protagonizado por unos delincuentes y el
segundo por unos ertzainas, me he pedido permiso a mí mismo, y me lo he concedido
tras realizar arduas reflexiones, para publicarlos dentro de los RELATOS DE
LOS LUNES NEGROS.
DEL VODKA
AL KALIMOTXO
--¡No me lo puedo creer!
¿Pero es que estos bilbainos no tienen sangre en las venas?
Las palabras del coronel
Záitsev, excombatiente en Chechenia que ahora continuaba ejerciendo su antiguo
oficio de modo autónomo y libre, fueron acompañadas por el lanzamiento de su
móvil contra el espejo que adornaba la habitación del hotel en el que se
encontraba, que se partió estrepitosamente. Eso, añadido al hecho de que antes
de cortar la comunicación hubiese soltado un montón de imprecaciones en ruso,
checheno, búlgaro, ucraniano y el resto de lenguas eslavas conocidas y
desconocidas alertó a su ayudante, el teniente Gólubev.
--¿Algo va mal, Seriozha?
--le preguntó, aunque era consciente de que se trataba de una pregunta
retórica.
--Todo va mal, Kolia,
todo va mal. Estos bilbainos de … (y aquí introdujo una nueva exclamación en
serbocroata), se niegan a pagar. Es increíble, es la primera vez que nos
ocurre, no entiendo qué ha podido suceder.
Su subordinado tampoco lo
entendía. Desde que hacía varios años el coronel le convenció de que sólo
prosperarían en la vida si dejaban de servir en la milicia y usaban sus
habilidades y conocimientos en operaciones más lucrativas, aunque alejadas de
lo legalmente permitido, nunca les había ocurrido algo similar. Habían actuado
en todos los países de Europa con gran éxito, como lo demostraban los abultados
ceros a la derecha de sus cuentas corrientes, pero en Bilbao se les estaban
riendo a la cara.
Y eso que el plan era
inmejorable. Habían averiguado que uno de los símbolos más queridos por los
bilbainos era la Marijaia, así que la secuestraron y pidieron un fuerte rescate
al ayuntamiento de la villa, amenazando con quemarla si no les pagaban. Pero el
alcalde, con el apoyo de los ciudadanos, se había pasado sus amenazas por el
forro. No podían entender esa reacción.
Mientras hablaban de ello
apareció, con aspecto agitado, otro de los miembros del clan, el sargento
Solovióv, que hablaba español perfectamente. Traía en sus manos un ejemplar del
programa de fiestas de la ciudad.
--Hemos metido la pata
hasta el fondo, camaradas --les dijo mostrándoles la última página--. ¿Cómo les
iban a asustar nuestras amenazas si todos los años, al acabar las fiestas, los
mismos bilbainos queman a la Marijaia, sabiendo que al año siguiente renacerá
nuevamente de sus cenizas? Con nuestras amenazas de quemarla lo único que hemos
hecho es ahorrarles trabajo. Pero no todo está perdido --añadió filosófico,
dirigiéndose al mueble bar y sacando sendas botellas de vino y cola, que fue
mezclando lentamente en tres vasos--. Como dice el refrán, si no puedes con tu
enemigo, únete a él. Así que olvidémonos por unos días del vodka y bebamos esta
mezcla que los lugareños conocen como kalimotxo. Me han dicho que las de Bilbao
son unas fiestas especiales, y que todo el mundo está invitado. Así que
brindemos por ello.
Y los tres rusos, como un
solo hombre, brindaron solemnemente antes de tirar las copas por detrás de su
espalda. La Aste Nagusia les esperaba.
EL
ATESTADO
Aquella vez fue la única
en la que falseamos un atestado. Aunque más que falsearlo nos limitamos a
omitir un dato fundamental. Pero se trató de una omisión plenamente
justificada.
Quedaban tan sólo dos
días para las celebraciones del vigésimo aniversario del Guggenheim cuando
desde la central nos avisaron sobre un extraño incidente ocurrido en los
aledaños del museo, junto a la escultura de La Araña. Como estábamos
patrullando cerca del lugar no tardamos casi nada en llegar hasta allí y lo que
encontramos nos sumió en un alto grado de perplejidad. Debajo de La Araña se
encontraban, maniatados y aterrorizados, tres hombres cuyo aspecto delataba su
origen árabe, lo que confirmamos cuando se pusieron a hablar atropelladamente en
su idioma. Afortunadamente dominaban también el castellano y cuando lograron
serenarse nos confesaron que tenían la intención de realizar un atentado
suicida el día del aniversario. Estaban hablando sobre ello, mientras recorrían
la trasera del museo, cuando de repente, sin que hubiese ninguna persona cerca,
unos extraños cables, así los definieron, se abalanzaron sobre ellos,
sujetándoles fuertemente e imposibilitándoles escapar, dejándoles en el estado
en que les encontramos.
La historia sonaba muy
extraña. Y esa extrañeza aumentó cuando Erlantz, un compañero recién salido de
Arkaute, nos indicó que el material con el que estaban atados los yihadistas
era el mismo con el que estaba elaborada la escultura.
--¿Sabéis que el nombre
oficial de La Araña es La Madre? --añadió--. Y si hay algo que caracteriza a
las madres es su afán por proteger a sus hijos.
Íbamos a decirle que
dejara de desvariar cuando, no sabemos cómo, La Araña bajó su cabeza y nos
sonrió, para volver a los pocos segundos a su posición habitual.
Por eso falseamos el
atestado o, como he dicho antes, omitimos un dato fundamental. Nos gusta
nuestro trabajo y somos conscientes de que no podríamos seguir ejerciéndolo si
nos encerraran en la habitación de algún lúgubre centro psiquiátrico.
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