Pero
no se trata tan sólo de que la historia esté edulcorada, o directamente
falsificada, a conveniencia de unos u otros, sino de qué es lo que se realza de
cualquier periodo estudiado. Y normalmente los historiadores nos hablan de las
grandes batallas, de los hechos más significativos de un país o de los próceres
(o antipróceres) de la patria, pero casi nunca de aquellas personas
insignificantes, normales, sencillas, que vivieron, y en muchas ocasiones
sufrieron, esos grandes hechos que suelen pasar con letra mayúscula a los
libros de historia.
Uno
de esos hechos históricos que por cercanos, tanto en el tiempo (aunque casi
haya transcurrido un siglo) como por las consecuencias que aún perviven entre
nosotros es el de la guerra civil española. Muchos conocemos, o creemos
conocer, los episodios más sonados e importantes, la batalla del Ebro, la
defensa de Madrid, el bombardeo de Gernika, la represión posterior contra los
vencidos o el asesinato de García Lorca. Pero hay muchas historias más, tal vez
con minúscula, que merecen ser rescatadas. Eso es lo que ha hecho Ascensión
Badiola en su novela “La decisión de Juana Mir”, ganadora del premio de novela
Ramiro Pinilla 2020.
Badiola
utiliza a un personaje real, la propia Juana Mir, para crear su novela. Juana
Mir fue una periodista navarra, criada en Bilbao, que consiguió tener una
columna titulada “La mujer escribe” en el periódico “La tarde”. En la novela la
autora recrea libremente, aunque con un respeto y una sensibilidad exquisita,
lo que pudieron ser los últimos días de su protagonista. Una mujer que siempre
había deseado triunfar en un mundo de hombres pese a los obstáculos que tenían
en aquella época. Una mujer que pese a ser católica y de derechas, o quizás por
su modo de ver lo que tenía que significar ser católica y de derechas, denunció
desde su columna los horrores del bando sublevado. E incluso pretendió sin
conseguirlo (la censura no era patrimonio de un solo bando) denunciar los
excesos del bando republicano al que aún se sentía afín.
Juana
Mir, el personaje, y seguramente también la persona real en su momento, oscila
durante toda la novela entre un optimismo que le invita a soñar con que no va a
ser víctima de la represión ya que no ha hecho nunca nada malo ni deshonesto y
un realismo que le dice que quienes están ganando la guerra desconocen lo que
es no ya la justicia, sino ni siquiera la compasión. Y a pesar de eso sigue
luchando contra todo aquello que cree que está mal o es denunciable. E incluso
cuando ya percibe que van a detenerla y juzgarla en lo que no va a ser más que
una farsa, hace un canto a la vida.
Personalmente
desconocía la existencia de esta mujer como desconozco, me temo, la existencia
de muchas otras personas que vivieron y sufrieron no sólo en esa guerra sino en
muchas otras situaciones descritas por unos libros de historia en los que no
aparecen. Por eso, aparte de por haber leído una novela muy interesante,
recomendable y bien escrita, le estoy agradecido a la escritora, porque a partir
de ahora ya conozco un poco más de una de esas personas que hacen que no
perdamos del todo la fe en la humanidad.
NOTA FINAL
La
autora, al final de la novela, reproduce seis artículos de Juana Mir que fueron
leídos y presentados como pruebas en el Consejo de Guerra al que la sometieron.
Se trata de artículos que podrían haber sido suscritos por cualquier persona
decente, ya sea de derechas o de izquierdas, o sin ideología concreta, pero que
para el tribunal sentenciador fueron motivo suficiente para condenarla a muerte.
Afortunadamente, aunque sólo sea de un modo literario, Ascensión Badiola ha
sido capaz de recuperarla para que sepamos quién fue, lo que hizo y, sobre
todo, por qué la condenaron, aunque hoy en día esa condena nos parezca no sólo
atrozmente injusta sino inexplicable.
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