Aunque no lo parezca, Mikel Goikoetxea, más conocido como Goiko, es un tipo con suerte.
Obligado a solicitar la excedencia de la Ertzaintza, de la que era uno de sus mejores investigadores de homicidios por culpa de una acusación de pederastia aunque nunca pudo demostrarse su culpabilidad; separado de su mujer -Natalia, también policía-, que jamás creyó en su inocencia; rechazado por sus antiguos compañeros, para quienes ha pasado a ser un auténtico apestado; condenado a malvivir como detective privado, una especie de Marlowe a la vizcaína…
Y a pesar de todo ello, repito: un tipo con suerte.
Porque sólo con fortuna se puede salir indemne -si no consideramos como daños un navajazo, una breve estancia en prisión y un tiro a bocajarro- de un asunto tan complejo como el que le pone ante las narices José Javier Abasolo en Pájaros sin alas.
Un caso en el que deberá encontrar las pruebas de que la mujer de un conocido notario bilbaíno no murió accidentalmente sino que fue víctima de un asesinato. Al menos eso es lo que piensa el viudo, a pesar de que la policía haya decidido cerrar el caso ante la total ausencia de indicios que permitan pensar más allá del accidente o, en todo caso, suicidio.
Evidentemente, poco a poco Goiko se irá convenciendo de que el notario no andaba desencaminado y resolver ese caso le permitirá, además, saber algo más acerca de quienes forzaron su separación de la Ertzaintza.
Todo ello en una novela trepidante en la que Abasolo demuestra no sentir compasión hacia el lector, a quien conduce a un ritmo despiadado, sin siquiera permitirle abrir la boca para respirar, hacia un final de auténtica novela negra.
(Ricardo Bosque)
Obligado a solicitar la excedencia de la Ertzaintza, de la que era uno de sus mejores investigadores de homicidios por culpa de una acusación de pederastia aunque nunca pudo demostrarse su culpabilidad; separado de su mujer -Natalia, también policía-, que jamás creyó en su inocencia; rechazado por sus antiguos compañeros, para quienes ha pasado a ser un auténtico apestado; condenado a malvivir como detective privado, una especie de Marlowe a la vizcaína…
Y a pesar de todo ello, repito: un tipo con suerte.
Porque sólo con fortuna se puede salir indemne -si no consideramos como daños un navajazo, una breve estancia en prisión y un tiro a bocajarro- de un asunto tan complejo como el que le pone ante las narices José Javier Abasolo en Pájaros sin alas.
Un caso en el que deberá encontrar las pruebas de que la mujer de un conocido notario bilbaíno no murió accidentalmente sino que fue víctima de un asesinato. Al menos eso es lo que piensa el viudo, a pesar de que la policía haya decidido cerrar el caso ante la total ausencia de indicios que permitan pensar más allá del accidente o, en todo caso, suicidio.
Evidentemente, poco a poco Goiko se irá convenciendo de que el notario no andaba desencaminado y resolver ese caso le permitirá, además, saber algo más acerca de quienes forzaron su separación de la Ertzaintza.
Todo ello en una novela trepidante en la que Abasolo demuestra no sentir compasión hacia el lector, a quien conduce a un ritmo despiadado, sin siquiera permitirle abrir la boca para respirar, hacia un final de auténtica novela negra.
(Ricardo Bosque)
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