No suelo hablar de los libros que se venden solos, aquellos que casi no necesitan recomendación de la librera o del librero. De aquellos que forman grandes pilas y están en todos partes: quioscos de aeropuerto, grandes superficies de libros y librerías no especializadas. De aquellos que se venden ya solo por el nombre de su autor.
El autor Manuel Rivas (miembro de la Real Academia Galega), escritor, poeta, periodista y ensayista tiene muchísimos seguidores, muchos lectores.
Hay quienes se han acercado a él, a partir de las adaptaciones cinematográficas de sus novelas o relatos: La lengua de las mariposas, dirigida por José Luis Cuerda, El lápiz del carpintero, dirigida por Antón Reixa…
Si hablo de este libro, Todo es silencio de Manuel Rivas, es porque es de aquellos que llegan a “Negra y Criminal” como novedad y se quedan.
En Negra y Criminal tenemos una mesa con “nuestros libros recomendados”,
Son libros que ya no son “novedad” pero de los que siempre hay una pequeña pila.
Son aquellos que facilitan la tarea a los libreros a la hora de pervertir al nuevo lector y hacerlo adicto a la novela negro criminal. Cualquier libro de los que esta en la mesa ha pasado la criba del librero y la librera (y algunos de ellos la criba de la historia de la novela negra, y de la novela blanca). Libros como La neblina del ayer de Leonardo Padura, 1280 almas de Jim Thompson (que RBA ha tenido la gentileza de volver a editar después de estar descatalogado durante más de dos años), la Trilogía de Marsella de Jean-Claude Izzo: Total Kheops, Churmo y Solea; el casi recién llegado Don Winslow con El poder del perro; El largo adiós de Raymond Chandler; Prótesis de Andreu Martín, Un dia volveré, de Juan Marsé; Triste, solitario y final de Osvaldo Soriano; Los Mares del Sur de Manuel Vázquez Montalbán, Crónica sentimental en rojo de Francisco González Ledesma; El cartero siempre llama dos veces de James M.Cain ; Domingo Villar y su “simenoniana” La playa de los ahogados y algunos más…no todos los que deberían ser pero sí todos los que caben en la mesa.
Ahora habrá que conseguirle un hueco a otro gallego: Manuel Rivas y su Todo es silencio.
Ahora ya saben el truco, si el libro deja de ser novedad, si deja de ser “el best seller” negro criminal de la temporada, si ustedes lo han comprado en la librería que les resulta más cómoda pero una vez leído lo recomiendan a un amigo y este ya no lo encuentra en otras librerías siempre podrán dirigirle hacia Negra y Criminal (mientras esta dure) para encontrarlo.
Bien y ahora tras este larguísimo preámbulo les hablo del libro de Rivas y del porqué del título que encabeza estas líneas.
Es curioso, el librero me la recomendó con fervor, quizás por ello, por las muchas expectativas, me extrañó al comenzar su lectura, no entrar en ella desde las primeras páginas. Quizás fue el lenguaje. Demasiado hermoso, la palabra demasiado precisa, la cadencia… Demasiadas frases para subrayar…no sé. Había algo.
Pero perseveré y no me arrepiento.
La novela fue creciendo y no dejó de crecer hasta el final. La novela y sus protagonistas.
Y al terminarla releí de otra manera las veinte primeras páginas.
Conclusión: una novela perfecta.
Si Manuel Rivas no pretendía hacer una novela negra, Todo es silencio es su obra más fallida.
En verdad es la mejor novela negra que he leído en estos últimos meses y me ha sumergido en una atmosfera que no había vuelto a encontrar desde la lectura de la trilogía de Izzo.
Todo es silencio es pues un libro recomendable para todo los fans huérfanos del autor marsellés.
Y vamos con Izzo.
El mar es en la novela de Rivas lo que Marsella es en la de Jean-Claude Izzo.
Fins, Brinco, Chelin y Leda, la de los pies descalzos, son en esta los protagonistas que pierden la inocencia, los jóvenes a quienes las circunstancias les irán conduciendo a diferentes lugares. En parecida manera que Manu, Ugo, Fabio y Lole en la trilogía de Izzo. Lole/ Leda, aquella de la que todos están enamorados.
Y Fabio Montale/ Fins, aquellos que han acabado mal, aquellos que se han convertido en policías.
Hasta aquí las similitudes pero en la novela de Manuel Rivas hay mucho, mucho más. Todo sucede en Brétema, lugar imaginario aunque gallego en estado puro.
Brétama un pueblo al abrigo del viento de las Viudas. Viento de nombre tan inquietante que él sólo merece una novela.
Un pueblo como tantos en Galicia. Galicia, en la que estuvo a punto de consolidarse un poder mafioso con personajes o testaferros, primero del contrabando, y luego del narcotráfico. “Tienen boca, pero no hablan; tienen ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no oyen…”
Y muchos más…
Cientos de personajes.
Algunos tan potentes como el de Mariscal, que recuerda más a un Pedro Páramo o un Barrera que a un Corleone. Quizás porque Galicia tiene como México una frontera y esta es una novela de frontera.
Donde hay frontera hay contrabando.
Mariscal, el veterano capo que nos dice: “Tenemos los mejores argumentos para este negocio. Una costa formidable, infinita, llena de escondrijos. Un mar secreto, que nos protege. Y la que está más próxima de los puertos madre. Así que lo tenemos todo. Tenemos costa, tenemos depósitos, tenemos barcos, tenemos hombres. Y lo más importante todavía… ¡Tenemos cojones!”.
Y muchos homenajes: a los westerns que llegaban al salón cinema París-Brétama; a las Escuelas de los Indianos dejadas destruir por la indolencia y que en la novela de Rivas, la de Brétama, se convierte en un personaje más. Unas ruinas “en la que las hiedras que cubren los muros no las resquebrajan, sino que las vendan” y con un gran mapamundi en relieve que cubre todo el suelo. Un mapa con mares tenebrosos, islas y grandes océanos que esconden tesoros y por el que los protagonistas irán trazando el itinerario de sus vidas.
Si además de librera, fuese escritora le tendría dos grandes envidias a Manuel Rivas.
La primera por vivir a menos de 20 km de la Costa da Morte, y de sus percebes.
La segunda por haber escrito desde las entrañas esta excelente novela.
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