Tras leer el artículo de Mario Vargas Llosa sobre la catastrófica situación de la lengua castellana por culpa de las pérfidas maniobras de los hablantes de las lenguas periféricas, he recordado un artículo que publiqué hace años, a raíz de un “Manifiesto” parecido, en la revista digital NABARRALDE. Como en ese digital ya no se puede encontrar el artículo he decidido reproducirlo aquí, sin modificar su contenido, por lo que habrá en él cosas que hoy hasta pueden ser chocantes. O simplemente curiosas. Pero, por desgracia, creo que el fondo del artículo está vigente.
EL CASTELLANO,
EL EUSKERA Y MATRIX
La pasada noche
apenas he conseguido descansar ni un momento, una idea que revoloteaba en mi
cabeza no me dejaba dormir con tranquilidad. Por fin, cuando el despertador ha
sonado, me he levantado de la cama y antes de ir a la ducha he encendido
Cuando
convenientemente aseado y desayunado he salido a la calle, he cumplido con mi
rito diario de acercarme al kiosco en el que habitualmente compro el periódico.
Por curiosidad y también, por qué no confesarlo, porque aún no se me había ido
del todo la desazón que se había apoderado de mi mente, he comprobado en qué
idioma estaban redactados los periódicos que el quiosquero tenía expuestos a
Ya más
reconfortado me he acercado a la oficina de la administración en la que
trabajo. Allí todos mis compañeros se relacionan conmigo en castellano, incluso
algunos que (lo sé, aunque ellos, avergonzados por el carácter excluyente de
esa habilidad, no lo reconocen abiertamente) hablan perfectamente el euskera.
Es cierto que algunas de las personas que tratan con nosotros desean ser
atendidas en el idioma vernáculo, y así lo hacemos, pobrecitos, en el fondo es
enternecedor que se aferren a una antigualla, pero en su mayoría son gente
razonable que se comunican con nosotros en castellano. Como debe ser.
Durante un
descanso en el trabajo he echado un vistazo a la cartelera cinematográfica, ya
que un día de estos tengo la intención de ir a ver una película. De las
veintisiete salas que hay en mi ciudad, en veintiséis las películas se emiten
en castellano y sólo una en euskera. ¡Qué faena para los euskaldunes!, me dice
un compañero de trabajo un poco sinsorgo, pero como yo le digo, nadie les
impide ir a ver cualquiera de las otras películas. Al fin y al cabo se supone
que saben castellano, al menos, según la Constitución, su conocimiento es
obligatorio.
Por la tarde,
cuando regreso a la calidez del hogar, cansado de la dura jornada laboral,
enciendo el televisor. El nuevo sistema TDT me ofrece más de veinte canales
gratuitos y el satélite multiplica, aunque sea pagando, esas opciones. Recorro
con inquietud todos los canales que gracias al maravilloso invento del zapping están a mi disposición y, para
mi tranquilidad, sólo uno transmite en euskera, el resto lo hace en un
castellano perfectamente reconocible e inteligible.
Por fin me
vuelvo a acostar, con el cuerpo y la mente ya tranquilizados del todo gracias a
las comprobaciones que he ido efectuando durante el día. Pero de repente, el
desasosiego retorna, me doy cuenta de que algo está mal. Si un eminente grupo de
intelectuales ha elaborado un manifiesto en defensa del castellano, eso tiene
que deberse a que, efectivamente, el castellano está en peligro. Entonces, ¿por
qué yo no he vislumbrado ese peligro, pese a haber estado todo el día atento?
He pensado mucho en ello y por fin lo he comprendido. En realidad vivo en una
sociedad en la que el castellano ha desaparecido y el euskera se ha impuesto en
todos los ámbitos, pero al igual que en la película “Matrix”, en la que a los
ciudadanos se les había sometido a una realidad virtual que les mantenía en la
ignorancia, en mi caso ocurre lo mismo, alguna mano negra (y, por supuesto,
vascoparlante) me ha introducido en una realidad virtual en la que se produce
la ficción de que el castellano es el idioma preponderante y dominante para que
no se me ocurra rebelarme. Pero conmigo están muy equivocados, he logrado
desenmascarar a ese siniestro Matrix euskaldun y por fin he comprendido que la
auténtica realidad es la que dicen los firmantes del manifiesto, el castellano
está en peligro y los ciudadanos de bien debemos acudir a salvarlo. Mañana,
cuando me despierte, lo primero que haré será, precisamente, firmarlo.
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