Artículo publicado en el diario DEIA el 30 de diciembre de 2009. Redactora: María R. Aranguren
La poesía es un arma cargada de futuro, escribió el poeta guipuzcoano Gabriel Celaya. Una efeméride, la del 25 aniversario de la muerte de Ángela Figuera, lanza desde el no tan lejano 1984 hasta nuestros días algunas de las palabras que esta escritora bilbaina, poco reivindicada, empuñó con tinta y papel.
La poesía es un arma cargada de futuro, escribió el poeta guipuzcoano Gabriel Celaya. Una efeméride, la del 25 aniversario de la muerte de Ángela Figuera, lanza desde el no tan lejano 1984 hasta nuestros días algunas de las palabras que esta escritora bilbaina, poco reivindicada, empuñó con tinta y papel.
Levantaos, hermanas. Desnudaos la túnica
Dad al viento el cabello. Requemaos la carne
con el fuego y la escarcha de los días violentos
y las noches hostiles aguzadas de enigmas
No os quedéis al margen.
El alegato feminista fue el sustrato de la obra de esta escritora nacida en 1902, que luchó en el bando republicano y vivió represaliada bajo la dictadura. El feminismo fue la esencia de sus poemas. En uno de ellos advierte que los hombres se aprovechan de los vientres de las mujeres, que dan a luz hijos que luego van a morir a la guerra por intereses ajenos, explica Pablo González de Langarica, director de la revista "Zurgai", que dedica el último número del año a esta poeta y escritora de cuentos que se codeó con los geniales Gabriel Celaya y Blas de Otero.
No es la primera vez que "Zurgai" recuerda la vida y la obra de esta mujer. En 1987, Langarica tuvo un encuentro con Julio Figuera, primo y marido de la escritora. Su mujer había muerto tres años antes y él todavía aseguraba estar enamorado. Cuenta el director de "Zurgai" que por aquél entonces decidieron dedicarle un monográfico, pero que no era suficiente para realzar su obra.
Empezó a escribir muy tarde, a los 46 años, pero ella aportó el concepto de la maternidad a la poesía de la posguerra, continúa. Lejos de reflejar exclusivamente su experiencia particular como madre de Juan Ramón Figuera, escribió sobre la vivencia compartida, la universal. En el poema La madre, se lee:
El alegato feminista fue el sustrato de la obra de esta escritora nacida en 1902, que luchó en el bando republicano y vivió represaliada bajo la dictadura. El feminismo fue la esencia de sus poemas. En uno de ellos advierte que los hombres se aprovechan de los vientres de las mujeres, que dan a luz hijos que luego van a morir a la guerra por intereses ajenos, explica Pablo González de Langarica, director de la revista "Zurgai", que dedica el último número del año a esta poeta y escritora de cuentos que se codeó con los geniales Gabriel Celaya y Blas de Otero.
No es la primera vez que "Zurgai" recuerda la vida y la obra de esta mujer. En 1987, Langarica tuvo un encuentro con Julio Figuera, primo y marido de la escritora. Su mujer había muerto tres años antes y él todavía aseguraba estar enamorado. Cuenta el director de "Zurgai" que por aquél entonces decidieron dedicarle un monográfico, pero que no era suficiente para realzar su obra.
Empezó a escribir muy tarde, a los 46 años, pero ella aportó el concepto de la maternidad a la poesía de la posguerra, continúa. Lejos de reflejar exclusivamente su experiencia particular como madre de Juan Ramón Figuera, escribió sobre la vivencia compartida, la universal. En el poema La madre, se lee:
Con esa carga dulce y tremenda del hijo
colgando de sus hombros o apretado en los brazos
caminan, cruzan ríos, pantanos, espesuras.
Huyendo. Huyendo siempre sin saber hacia dónde.
pero abrazando siempre, protegiendo incansables
el informe envoltorio donde asoma y reluce
como una perla oscura la carita del hijo.
Escribió sobre lo que ella conocía, sobre su posición en el mundo, explica Langarica. Y aunque sus poemas no tienen la complejidad técnica de los de Blas de Otero, estaban cargados de emotividad y compromiso. Ambos poetas se conocieron y compartieron inquietudes en distintas charlas y a través cartas. Blas de Otero le aconsejaba algunos aspectos técnicos y fue muy positivo porque Ángela era bastante desordenada, pero a Blas también le vino bien conocerla, estar en contacto con esos sentimientos tan humanos y tan arraigados que desprendían su obra.
En el poema Bombardeo, Figuera recuerda el abrazo a su marido entre el caos de la guerra: Con qué exaltada fuerza
Escribió sobre lo que ella conocía, sobre su posición en el mundo, explica Langarica. Y aunque sus poemas no tienen la complejidad técnica de los de Blas de Otero, estaban cargados de emotividad y compromiso. Ambos poetas se conocieron y compartieron inquietudes en distintas charlas y a través cartas. Blas de Otero le aconsejaba algunos aspectos técnicos y fue muy positivo porque Ángela era bastante desordenada, pero a Blas también le vino bien conocerla, estar en contacto con esos sentimientos tan humanos y tan arraigados que desprendían su obra.
En el poema Bombardeo, Figuera recuerda el abrazo a su marido entre el caos de la guerra: Con qué exaltada fuerza
con qué prisa
con qué vibrar de nervios y raíces
nos quisimos entonces
Yacíamos unidos, sin lujuria
absortos en el hondo tableteo
de nuestros corazones
Escuchando
de vez en vez el tímido latido
del otro corazón encarcelado
que ya, para nosotros, gorjeaba.
Cuando llegó la posguerra se tuvieron que trasladar desde Valencia, donde residían tras su matrimonio, hasta Madrid. Llegamos con tres pesetas de plata. El poco dinero que traíamos en billetes no valía, recordaba su marido en una entrevista que recoge "Zurgai" años después. Tuvimos que malvender los muebles y lo poco que teníamos de algún valor, pero lo que más influyó en ella fue la vida de la posguerra. La compra de todos los días, los apuros económicos que ya conocía de cuando murió su padre....
La Guerra Civil obligó a Figuera a ser ama de casa, aunque el tiempo le concedió una tregua. Pasó mucho tiempo sin poder trabajar, pero finalmente le dieron un puesto en la biblioteca ambulante, cuenta Langarica. Cuando lo consiguió, se dedicó a recorrer los pueblos para acercar la literatura a la gente más sencilla.
Conoció de primera mano a la poeta Carmen Conde, con quien compartió confidencias que han quedado reflejadas en varias cartas. En una de ellas, que escribe desde Galicia, Figuera describe a su hijo como un muchacho altísimo, fuerte, moreno como un pirata.
La escritora alude constantemente al cordón umbilical, a la relación con su hermano el pintor Rafael Figuera, en cuya casa, situada en el barrio de Santutxu, compartió horas de conversación con escritores como Vicente Aleixandre o Gabriel Aresti, y con personalidades afines al Partido Comunista.
La publicación en 1962 de "Toco la tierra" supuso un cierto punto y final en la obra de Figuera, recuerda el estudioso José Ramón Zabala. Casi en las mismas fechas abandonó su trabajo en la Biblioteca Nacional tras la supresión del servicio de Bibliobús. Y entonces dejó de escribir. Avilés, donde fue a vivir con su marido, la aisló. Allí escribió poco. Dejó de escribir poesía porque, decía, no quería repetirse. Únicamente cuando algo le estremecía o le sacudía, por injusto o por cruel, le inspiraba algún poema de protesta.
Así surgió la serie de poemas Vietnam, creada a partir de algunas imágenes gráficas aparecidas en la prensa. En sus últimos años de vida profesional activa escribió también cuentos infantiles. Poesía para ser oída, vista y compartida en un acto de convivencia hogareña. Quizá mucho más que lo que soñó para su poesía responsable y denunciadora, asegura la investigadora Mercedes Acillona.
Cuentos para ejercer la maternidad sin dejar de lado la literatura. Dos aspectos, junto al feminismo, que caracterizaron la vida de Ángela Figuera.
Cuando llegó la posguerra se tuvieron que trasladar desde Valencia, donde residían tras su matrimonio, hasta Madrid. Llegamos con tres pesetas de plata. El poco dinero que traíamos en billetes no valía, recordaba su marido en una entrevista que recoge "Zurgai" años después. Tuvimos que malvender los muebles y lo poco que teníamos de algún valor, pero lo que más influyó en ella fue la vida de la posguerra. La compra de todos los días, los apuros económicos que ya conocía de cuando murió su padre....
La Guerra Civil obligó a Figuera a ser ama de casa, aunque el tiempo le concedió una tregua. Pasó mucho tiempo sin poder trabajar, pero finalmente le dieron un puesto en la biblioteca ambulante, cuenta Langarica. Cuando lo consiguió, se dedicó a recorrer los pueblos para acercar la literatura a la gente más sencilla.
Conoció de primera mano a la poeta Carmen Conde, con quien compartió confidencias que han quedado reflejadas en varias cartas. En una de ellas, que escribe desde Galicia, Figuera describe a su hijo como un muchacho altísimo, fuerte, moreno como un pirata.
La escritora alude constantemente al cordón umbilical, a la relación con su hermano el pintor Rafael Figuera, en cuya casa, situada en el barrio de Santutxu, compartió horas de conversación con escritores como Vicente Aleixandre o Gabriel Aresti, y con personalidades afines al Partido Comunista.
La publicación en 1962 de "Toco la tierra" supuso un cierto punto y final en la obra de Figuera, recuerda el estudioso José Ramón Zabala. Casi en las mismas fechas abandonó su trabajo en la Biblioteca Nacional tras la supresión del servicio de Bibliobús. Y entonces dejó de escribir. Avilés, donde fue a vivir con su marido, la aisló. Allí escribió poco. Dejó de escribir poesía porque, decía, no quería repetirse. Únicamente cuando algo le estremecía o le sacudía, por injusto o por cruel, le inspiraba algún poema de protesta.
Así surgió la serie de poemas Vietnam, creada a partir de algunas imágenes gráficas aparecidas en la prensa. En sus últimos años de vida profesional activa escribió también cuentos infantiles. Poesía para ser oída, vista y compartida en un acto de convivencia hogareña. Quizá mucho más que lo que soñó para su poesía responsable y denunciadora, asegura la investigadora Mercedes Acillona.
Cuentos para ejercer la maternidad sin dejar de lado la literatura. Dos aspectos, junto al feminismo, que caracterizaron la vida de Ángela Figuera.
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